La ciudad, una jaula
Los accesos se cortan al tráfico con controles policiales mientras que los barceloneses muestran su solidaridad
Al entrar en coche en Barcelona por la Gran Via ya se oyen las sirenas de las ambulancias en dirección al centro de la ciudad y los coches de los Mossos d’Esquadra adelantan a los otros vehículos a toda velocidad. Pese a esto, entrar en la capital catalana no era complicado. Sí que era difícil, y mucho, salir.
Se organizaron controles en todas las posibles escapatorias de los terroristas. La policía catalana activó la llamada operación jaula. En algunos puntos, los agentes del orden paraban, uno por uno, a todos los coches que intentaban salir de la ciudad. Se colapsaron las rondas, la Gran Via, la Meridiana y la avenida Diagonal y a última hora de la noche aún quedaba gente atrapadas en ellas a consecuencia de los fuertes controles policiales. También se desalojaron estaciones de Renfe como Plaça Catalunya y Passeig de Gràcia.
Sin embargo, dentro de esta gran jaula, en las zonas alejadas del epicentro del atentado, las aceras parecían ajenas a la tragedia. Los turistas paseaban con sus maletas, así como diversas familias, con total normalidad, en la entrada de la ciudad.
Al acercarse al centro la imagen cambia. Todos los accesos están cortados. La presencia de los Mossos alerta a la gente, que utiliza su teléfono para buscar información o bien para inmortalizar la estampa mediante una fotografía. Caras de curiosidad, también de preocupación. En el barrio de Gràcia se suspendieron las actividades relacionadas con las fiestas. Pese a ello, en la plaza de la Vila de Gràcia las personas se acumulan en las terrazas, tomando cervezas o refrescos. La ciudad sufrió una gran tragedia y, pese a ser consciente, la vida continuaba ajena a ella. Eso sí, era el tema de conversación habitual y en los televisores de los bares las imágenes de lo sucedido se repiten.
En el barrio de Gràcia las calles están decoradas y el muñeco de Los cazafantasmas de Puigmartí sigue presidiendo esta vía. La afluencia de público es muy inferior a lo habitual, aunque hay gente en las calles disfrutando de las fiestas. No se ven las típicas aglomeraciones de otros días y la gente puede pasear y hacerse selfies con cierta comodidad.
Miguel Hurtado se reúne con toda su familia en una plaza del barrio: “Estamos juntos, y estamos bien, a la única que no he podido localizar es a mi madre, pero seguro que está en casa y lo que pasa es que normalmente ya es ilocalizable…”, explica entre la incertidumbre y el alivio. Este era el protocolo habitual de los barceloneses ayer. Contactar rápidamente con los seres queridos para asegurarse de que estén sanos y salvos. “Es normal que se hayan suspendido las fiestas”, lamenta.
Lea Feliu está en la calle y, al ver lo sucedido, se marcha rápidamente para casa. “He pasado mucho miedo, de verdad”, reconoce acompañada de dos amigos. Pese al temor, pasadas las nueve y media de la noche la joven sale de su hogar. “Qué le vamos a hacer, tendremos que salir de casa… hemos tardado una horas, pero parece que la cosa ya está tranquila… hay que disfrutar de la vida”, sentencia. “Todo está controlado y los medios de comunicación van informando y estamos pendientes, aunque creo que por estas calles tan estrechas no pasará nada”, añade.
“He tenido a los okupas peleándose con los Mossos aquí al lado y no he cerrado el bar”, relata el propietario de la cafetería donde Feliu se toma una caña. “La vida sigue, no vamos a cerrar”, señala. Con todo, muchos de los establecimientos, aunque estén lejos de la zona del atentado, optan por bajar la persiana.
Ramon Comelles llega a Barcelona minutos después de los atentados. Lo hace en transporte público. “El tren paró en Sants, no llegó a Plaça Catalunya”, asegura. “Me sorprendió mucho que cuando bajé en la estación estaba más vacía de lo habitual”, apunta.
Pese a las amargas circunstancias, Barcelona también ofreció ayer su mejor cara. En los hospitales se crearon colas para donar sangre. El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, y la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, lo agradecieron durante su comparecencia. Muchos de los hoteles de la capital, y también de su área metropolitana, ofrecieron alojamiento gratuito. TMB permitió viajar sin billetes en metro y en bus y los taxis ofrecieron viajes sin pagar, mientras que el Nitbus dio servicio gratuito. La de ayer también fue una jornada de solidaridad.
Mediante las nuevas tecnologías, los rumores se fueron extendiendo. La mayoría de ellos, falsos. La gente los comentaba en la calle. Circuló la desinformación de que también se había atentado en la Sagrada Família a través de grupos de WhatsApp, la aplicación de mensajería instantánea. La realidad: los visitantes que estaban allí a las cinco de la tarde quedaron confinados por motivos de seguridad. Dos horas después salían del emblemático monumento sanos y salvos.
“Esto no ha acabado, yo creo que volverá a pasar algo esta noche”, comenta una mujer camino de su casa apresurada, presa del miedo que provocaron los hechos y, también, los bulos. Por suerte, eran infundados.
En Gràcia, la afluencia de público para visitar las calles engalanadas era menor que en otras jornadas
Las rondas se cerraron y a última hora de la noche muchos conductores aún permanecía atrapados