El lenguaje del terror
Lo veíamos en los telediarios, en Niza, en París o incluso en Charlottesville. Lo veíamos en la serie Mr. Mercedes, que cuenta el atropello masivo de un grupo de parados perpetrado por un psicópata. Empatizábamos con los hechos así, a distancia, a través de una solidaridad de sofá o de Facebook y pensábamos: podríamos haber sido nosotros. Pues ahora somos nosotros. Y ayer las primeras llamadas intercambiaban preocupación y angustia. Y no era ningún simulacro ni ningún hashtag de postureo solidario. Y las sirenas que bajaban por la calle Balmes transmitían una urgencia diferente. Y la máquina cívica enseguida se pone en marcha y activa la musculatura de la respuesta. Se evita la sospecha de la confusión y los hechos se sitúan en el mapa de una Barcelona que conocemos y que se encarna en la imagen, espeluznante, repetida por las primeras conexiones televisivas, de un carrito de niño embarrancado contra uno de los míticos plátanos de la Rambla, metáfora del naufragio.
Conocemos el protocolo, aunque nunca lo habíamos tenido tan cerca. Y pese a las recomendaciones de calma y prudencia, no podemos evitar recordar los trenes de Madrid o, yendo más atrás, Hipercor. Hacemos cálculos mentales dramáticos dividiendo la multitud y la hora elevada a la fatalidad multiplicada por la velocidad de la furgoneta de los asesinos, pura matemática de la desesperación. Cada uno decide si mira los vídeos que circulan por el inframundo incontinente de la comunicación pero, igual que en la campaña de tráfico, constata que cualquier cifra será desconsoladamente irrecuperable. La jaula policial establece el método previo a la confirmación con la palabra que, por desgracia, conocemos de otras épocas: terrorismo. Inevitablemente, llega la visibilidad de las autoridades políticas, que comparten nuestra impotencia pero la hacen más institucional y, ojalá, más representativa. No es el momento oportuno pero la escenificación de la primera comparecencia oficial, de pie, en la calle y sin una declaración vertebrada es defectuosamente ineficaz.
Podríamos haber sido nosotros cuando conocíamos a alguien que conocía a alguien que estaba de Erasmus en Estocolmo o Berlín. Ahora, en cambio, somos nosotros. El círculo se cierra hasta la asfixia. Los llamamientos a la calma son proporcionales a la alarma, agravada por cada nueva cifra, que multiplica el horror. Los medios de comunicación intentan hacer su trabajo, conscientes de que en momentos así lo más importante es compartir la sensación de compañía y de certeza. Y conceptos como
gabinete de crisis o especial informativo no son aspavientos oportunistas sino un recurso de reacción civilizada que en las primeras horas aún no sufre el efecto depredador del sensacionalismo inminente. Pasan los minutos y la memoria selectiva del terror recapitula y establece rankings macabros de asesinatos y heridos. Podríamos haber sido nosotros. Haber sido nosotros. Sido nosotros. Nosotros.
Cada uno decide si mira los vídeos que circulan por el inframundo de la comunicación