La Vanguardia

Buenos limones

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Quizá no sea necesario viajar, por ejemplo, a Monterosso para disfrutar de las bondades de sus naranjas y limones. Ocurre que en las llamadas Cinque Terre tengo amigos y la excusa de sus afamados limones siempre ayuda a enfrentart­e con decisión a los feroces aeropuerto­s actuales. Luego, cuando abandonas el aeropuerto de Pisa y te diriges en coche a Monterosso o a Riomaggior­e y también a Biassa (que yo siempre incluyo en las Cinque Terre) comienza el verdadero viaje. Digamos que este año todo comenzó tras haber leído el libro de Helena Attlee, titulado El país donde florece el limonero. La inglesa Attle es una experta en jardines y, según dicen de ella, cayó hace diez años bajo el hechizo de los cítricos. A mí, la obsesión por el limón me llegó a través de un tío que siempre predicaba sus bondades sin incurrir en esos fascismos o sectas vegetales tan corrientes que intentan apoderarse del limón, del ajo, de la zanahoria, de la avena, etcétera, para dar salida a sus variadas represione­s. Afortunada­mente nunca podrán apoderarse del limón, que es el protagonis­ta de esta crónica y cítrico que ni acepta consignas idiotas ni le afectan esas pancartas oportunist­as que aún ponen más en evidencia la estulticia de la procesión que las pasea.

El aceite esencial de la flor del limonero sigue siendo básico para la industria del perfume. Y a la inocente bergamota, que nació de la polinizaci­ón cruzada entre un limonero y un naranjo amargo, siempre la asociamos con ese libro necesario que sigue siendo El Gatopardo. Naranjos en flor, aroma de azahar, que el siciliano príncipe de Salina o mejor, Giuseppe di Lampedusa, define como aroma de novia, tan poderoso que es capaz de anular el olor a príncipe y el olor a jesuita, que es el más fuerte de los dos. O lo era cuando los masones escribían contra los jesuitas y la bañera no estaba al alcance de todos los ciudadanos y de todos los eclesiásti­cos. Con unas gotas de bergamota rociaba cada mañana el príncipe siciliano su pañuelo. Como el biólogo Jaume Josa, que era hombre libre y del toro. El aceite esencial que se extrae de la bergamota o es de Calabria o es otra cosa. Eso afirman los italianos y Helena Attle da fe de ello. Entiendo el entusiasmo de la escritora inglesa por casi todo lo italiano, pero también en España florece el limonero. Y no sólo en el patio sevillano de aquel poeta.

Sobre buenos limones, yo puedo hablar y escribir de los de Rafel Nadal. Los cultiva en su huerto de Aiguaviva, que es donde yo se los afano. Las berenjenas, los tomates y los pepinos me los regala, los limones se los robo cuando habla por teléfono, que es casi siempre. También he robado algún limón en el huerto que el colega y extraordin­ario cocinero Josep Cuní cultiva en su huerto de Esclanyà. Otro que también puede presumir de limones es Martí Sabrià, hombre dinámico y parlero que tiene en su cabeza toda la Costa Brava incluidos todos sus hoteles, que eso es lo difícil. Sus buenos limones los cultiva en el jardín de su casa de Mont-ras. Está tan seguro de la calidad de los mismos, que cuando, a la hora del gin-tonic, le digo que el médico me lo ha prohibido, sonríe, me muestra uno de sus limones y afirma lo siguiente: “Con mis limones casi no es necesaria la ginebra”.

Y tiene razón.

helena attlee La escritora inglesa dice que hace diez años cayó bajo el hechizo de los cítricos

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ALAMY STOCK PHOTO La escritora británica Helena Attlee
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ARTURO SAN AGUSTÍN

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