La Vanguardia

Casa Blanca: el último que apague la luz

Charlottes­ville destapa la lista de casos que delatan su desprecio racial

- FRANCESC PEIRÓN

El cartel, escrito a mano, reza así:

–Por favor, presidente, deja de ponernos a todos en peligro.

La portadora responde por Nicole St.Clair, de 39 años, blanquísim­a del piel, brooklynit­a de cuna y profesora en una escuela pública. Se dedica a reforzar el inglés a los niños recién inmigrados desde otros países del mundo.

–Me preocupa cómo explicar todo esto a los alumnos. –¿El qué? –Lo que hemos visto en Charlottes­ville. Que Donald Trump señala a los inmigrante­s como culpables, hispanos o musulmanes, que pone a los afroameric­anos en el punto de mira de la brutalidad policial. Incita a sus seguidores a actuar con violencia.

Un joven tercia en la conversaci­ón. “Su padre, Fred Trump, fue un supremacis­ta blanco y la política que él postula también lo es, desde el primer día de campaña en que atacó a los mexicanos”.

La charla se produjo el pasado lunes, en el cruce de la calle 57 con la Quinta avenida de Manhattan, a la espera de la llegada de Trump a su torre neoyorquin­a después de casi siete meses de ausencia. Centenares de personas se concentrar­on para protestar y eso que, esa jornada y a esa hora, el presidente todavía no ha legitimado al Ku Klus Klan (KKK), a los neonazis y los supremacis­tas blancos. Lo hizo al día siguiente, al distribuir la culpa con los contra manifestan­tes que se reunieron en la ciudad de Virginia.

La protesta de la ultraderec­ha, que se convocó para salvar una estatua del general confederad­o Robert Lee –un golpista y esclavista–, acabó con un atropello terrorista. El joven James Alex Fields, adorador de Hitler, dejó el cadáver de Heather Heyer, de 32 años, y al menos otros 19 heridos.

La equivalenc­ia moral establecid­a por Trump con su teoría de “los dos bandos” ha complacido al líder del KKK, David Duke, y provocado una reacción de rechazo general y, en concreto, entre los suyos, los republican­os, asustados por las consecuenc­ias electorale­s de esas palabras.

La tensión racial se expresó ayer en Boston, con 27 detenidos. La marcha de la ultraderec­ha quedó eclipsada por la de la conmás tra. “Nazis go home”, corearon 20.000 personas. Trump, callado con unos, tuiteó: “Mirad cuántos agitadores antipolicí­a”. Tras oír el elogio del alcalde a los manifestan­tes, él matizó: “Aplaudo a los muchos que se han expresado contra el fanatismo y el odio”.

“El presidente está más aislado de lo que se cree”, se lamentó en la Fox Newt Gingrich uno de los fervientes trumpistas. Habló al poco de que el viernes se notificara el despido de Steve Bannon, estratega jefe de la Casa Blanca.

Hubo analistas que de inmediato remarcaron un matiz. Si bien Bannon ejerció de teórico del nacionalis­mo blanco desde la plataforma de Breibart News y luego en la parte final de la campaña, y en estos meses de gobierno –palmero del muro en la frontera sur y arquitecto del fallido bando prohibiend­o la entrada de musulmanes–, la trayectori­a de Trump, de inmobiliar­io y showman a presidente, está repleta de mojones que ilustran su compleja relación con los diferentes.

“No tienes que mirar a su corazón. Sólo has de observar las cosas que ha hecho y dicho a lo largo de los años”, remarcó Jesse Berney en la revista Rolling Stone.

Esto arranca en años setenta, cuando él y su padre aceptaron un acuerdo con el Departamen­to de Justicia para no ir a juicio al impedir el acceso de afroameric­anos a sus edificios, y conduce a los hechos de Charlottes­ville o su retuit del posible perdón al she-

El presidente calla con los nazis, pero ayer tuiteó: “Mirad cuántos agitadores antipolicí­a en Boston”

riff Joe Arpaio, condenado por la ilegal persecució­n a los hispanos en Phoenix (Arizona).

La alianza con Arpaio, que en la conferenci­a republican­a de julio del 2016 dio rienda suelta a su xenofobia, se había reforzado en el acecho a Barack Obama. La teoría propagada por Trump sobre la falsedad de que Obama era africano, por su nacimiento en Kenia, encontró en Arpaio a uno de los principale­s altavoces de esa calumnia.

Hay otro grave antecedent­e. A modo de linchamien­to moderno, Trump se gastó 85.000 dólares en 1989 con un anuncio a toda página en cuatro diarios neoyorquin­os pidiendo la restauraci­ón de la pena de muerte contra “los cinco de Central Park”. Los cuatro adolescent­es negros y un hispano fueron acusados de violar a una mujer. “Los ladrones y los asesinos deben ser ejecutados por sus crímenes”.

Gracias a la evolución científica, las pruebas genéticas demostraro­n la inocencia de los cinco. Trump nunca se retractó. Todo lo contrario.

Las lista de casos incluye citas de Mussolini, testimonio de que no quería ver negros al visitar sus casinos de Atlantic City o el más reciente ataque al juez Gonzalo Curiel, nacido en Indiana y al que le tocaba investigar la estafa de la Trump University. Despreció su integridad por sus antepasado mexicanos. Hay muchos más.

Según el blogero Zeeshan Aleem, “Trump ha estado haciendo pronunciam­ientos racistas por mucho tiempo y nunca le han causado una pérdida real”. En su Gobierno sólo hay un alto cargo afroameric­ano, Ben Carson.

Durante la campaña le preguntaro­n por la detención de su padre. “Eso es falso”.

Fred Trump fue detenido en 1927 por ser uno más en una marcha del KKK.

Trump nunca se ha disculpado por su linchamien­to mediático contra cinco inocentes

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STEPHANIE KEITH / REUTERS La manifestac­ión de ayer en Boston fue una reacción a la convocator­ia de una marcha ultra “por la libertad de expresión” que acabó reuniendo a sólo unas docenas
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