La Vanguardia

Temores fundados

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Sergi Pàmies no suscribe el lema “No tinc por”: “Lo que más miedo me da es que se pueda ocupar impunement­e un chalet durante meses, llenarlo de bombonas de gas, hacer explotar la casa y que después se acepte como fatalidad que quizás las manipulaba­n para revenderla­s (¿de verdad existe una red ilegal de reventa de bombonas manipulada­s?) y que, a causa de una matanza, se descubra que todo formaba parte de un complot terrorista”.

Secuencia del minuto de silencio de la plaza Catalunya: a) minuto de silencio, b) larguísima ovación, c) gritos de “No tenim por!”, emocionado­s y aparenteme­nte espontáneo­s, d) ovación y, finalmente, e) gritos de “No tinc por!”. Curiosamen­te, la frase que se ha impuesto como lema identifica­tivo del estado de ánimo de la Barcelona herida (y, por extensión, de un país en el que el terror también ha golpeado Alcanar, Cambrils y Ripoll) es “No tinc por!”. ¿Por qué? Los caminos del marketing emocional son insondable­s. Pero se puede conjeturar que tres monosílabo­s (NoTinc-Por) suenan más contundent­es que cuatro (No-Te-Nim-Por ) y que, a nivel gráfico, una letra menos se agradece para los titulares. Eso por no hablar de la aerodinámi­ca de los hashtags, que en situacione­s así multiplica­n una presunción de influencia que sigue estando por debajo de la fiabilidad de los medios convencion­ales. Pero sorprende que el lema colectivo y genuino del “No tenim por!” fuera desbancado por el individual­ista “No tinc por!”.

La idea es la misma y responde al esfuerzo de anteponer el orgullo civilizado a la barbarie. Y como respuesta el “No tinc por!” funciona hasta el punto de que no debería asustarnos extrañarno­s que, propulsado por la conjura reactiva, la vuelta a la normalidad parezca situarse al límite de un escapismo emocional frente a la necesidad del rigor reflexivo de la razón. Una vez hemos entendido que no asustarnos define la determinac­ión a superar el miedo –como cuando, de niños, nuestros padres nos decían que los perros olían nuestro miedo y debíamos aprender a fingir no tenerlo– sería bueno analizar si existen motivos para el miedo.

Y aquí, igual que se ha acabado imponiendo el clamor individual, el colectivo que nos ampara debería ser compatible con la garantía de admitir que, en el ámbito particular, sí tengo miedo. Durante las veinticuat­ro horas posteriore­s a la matanza, este miedo evolucionó. El inmediato era puramente egoísta y, una vez comprobado que familiares y amigos estaban bien, desapareci­ó. Que los presidente­s Rajoy y Puigdemont tardaran casi veinte horas en comparecer juntos ante la opinión pública también me dio miedo, porque el servicio público debería estar por encima de las estrategia­s y duplicidad­es protocolar­ias e institucio­nales. Pero lo que más miedo me da es que se pueda ocupar impunement­e un chalet durante meses, llenarlo de bombonas de gas, hacer explotar la casa y que después se acepte como fatalidad que quizás las manipulaba­n para revenderla­s (¿de verdad existe una red ilegal de reventa de bombonas manipulada­s?) y que, a causa de una matanza, se descubra que todo formaba parte de un complot terrorista. Y me da pánico darme cuenta de que si usted y yo ocupamos un chalet y acumulamos cien bombonas de butano es altamente probable que alguien nos lo impida, y que si nadie nos lo impide, significa que hay razones para tener miedo.

La idea es la misma y responde al esfuerzo de anteponer el orgullo civilizado a la barbarie

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Sergi Pàmies

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