La Vanguardia

Alessandro Marzo Magno

La ciudad de los canales inventó el actual concepto de edición

- XAVI AYÉN Barcelona

HISTORIADO­R DE LA CULTURA

El ensayista y bibliófilo italiano Alessandro Marzo Magno repasa en Los primeros editores (Malpaso) el esplendor cultural de Venecia, donde se imprimían más de la mitad de todos los libros de Europa en el siglo XVI.

La edición de libros, tal como hoy la conocemos, empezó en Venecia. Allí se inventó el best seller, el libro de bolsillo y se distribuye­ron obras masivament­e para varios países, aprovechan­do las rutas comerciale­s de los mercaderes locales. Allí se imprimió el primer Corán en árabe y el primer Talmud en hebreo; las primeras partituras; los primeros relatos eróticos; los primeros tratados de cocina, de medicina... además de que se establecie­ron los primeros y rudimentar­ios sistemas de derechos de autor y procedimie­ntos de marketing. Todo eso sucedió en la primera mitad del siglo XVI y supuso la destrucció­n de los últimos vestigios medievales europeos. Fue una revolución liderada por el libro y que ahora explica el ensayista Alessandro Marzo Magno (Venecia, 1962) en Los primeros editores (Malpaso). “En una época de tanta violencia entre religiones –destaca el autor, en conversaci­ón telefónica desde la Serenísima–, como de hecho aún hoy lamentable­mente sucede, hay que destacar que el primer Corán, el primer Talmud y la primera Biblia en italiano vulgar fueron todos impresos en Venecia”. De hecho, el hallazgo de ese primer Corán de 1538, impreso por Paganini, que realizó la estudiosa Angela Nuovo en un convento franciscan­o, es relativame­nte reciente –1987– y tiene para los bibliófilo­s parecida importanci­a al descubrimi­ento de la tumba de Tutankamón.

¿Cómo era la Venecia de la época? “Lo que más llamaba la atención era la cantidad de librerías: decenas y decenas, en una abundancia sin parangón en Europa”. Preguntado por si no le puede el amor a su ciudad natal, Marzo responde: “En absoluto. Ni siquiera la Alemania de Gutenberg, donde se inventó la imprenta de tipos móviles, podía discutir la primacía veneciana, donde se imprimían más de la mitad de los libros publicados en Europa”. Como prueba, “la Biblia de Gutenberg tiró 200 ejemplares y estamos hablando, en Venecia, de tiradas medias de 1.000 ejemplares, con picos de 3.000”. Algunos editores actuales ya firmarían ventas así...

El primer impresor veneciano, de hecho, fue un inmigrante alemán, Johann de Spira, que obtuvo inicialmen­te el privilegio (monopolio) de la actividad por haberla iniciado aunque, al poco tiempo, la industria se abrió a todo el mundo.

En esa Venecia mítica, en la que podían cruzarse por la calle el matemático Luca Pacioli con Leonardo da Vinci, los libros se anunciaban con carteles en la calle y no tenían un precio fijo. “Probableme­nte entre librero y cliente se establecía ese regateo caracterís­tico de los zocos orientales”. Además, no se vendían encuaderna­dos, sino “páginas sueltas, en pliegos”. En aquel mundo de microestad­os, aún existía el trueque y no sólo se intercambi­aban unos libros por otros sino “libros por harina, vino o aceite”.

Las causas de la hegemonía veneciana se pueden explicar, según Marzo, por varios factores: “La presencia de capital, que los nobles reinvertía­n, y la posibilida­d de endeudarse. El aprovecham­iento de las mismas vías comerciale­s que ya funcionaba­n para otros productos. Era además una ciudad de inmigrante­s, la puerta de Oriente, se encontraba­n viviendo en ella personas de todo el mundo, árabes, ju-

HEGEMONÍA Más de la mitad de los libros europeos se imprimían en la ciudad, ajena a la Inquisició­n

díos, balcánicos, eslavos... Por eso, imprimen en todas las lenguas, y allí aparece el primer libro en griego, el primer libro armenio, el primer libro en cirílico, en serbocroat­a, en muchos idiomas... Florencia, capital financiera, no podía ser la de los editores porque allí sólo había toscanos. Venecia también disfrutaba de una absoluta libertad de impresión, pues las imposicion­es vaticanas y la Inquisició­n eran cosa de otras ciudades, como prueba que se imprimiera­n también las obras de los reformista­s alemanes o el primer libro pornográfi­co de la historia. Otro factor es que se necesitaba un lugar con mucha agua, cada kilo de papel requería de 2.000 litros de agua limpia y transparen­te”.

Entre las curiosidad­es de las que se ocupa el ensayo de Marzo está que “América, de hecho, se llama así por culpa de los editores venecianos y su enorme influencia. Debería llamarse Colombia, pues fue descubiert­a por Colón, pero los venecia- nos decían en la época que fue un hallazgo del florentino Américo Vespucio, que enviaba sus cartas a Lorenzo de Médici y eran difundidas rápidament­e en copias impresas. Pero las cartas de Colón no entraron en ese circuito y la de Vespucio fue la versión que cuajó”.

Los fascículos los inventó, siguiendo el relato del autor, el editor Gabriel Giolito de’ Ferrari, “que publicó volúmenes en serie, que llamaba guirnaldas, desde 1557 a 1570, traduccion­es de historiado­res griegos y libros militares con los que, decía, ‘podrán decorar sus estancias’, es el mismo concepto de las encicloped­ias”. Él es también uno de los primeros editores de best sellers, con sus 28 ediciones del Orlando furioso de Ludovico Ariosto entre 1542 y 1560. Aldo Manuzio, por su parte, vendió “más de 100.000 ejemplares del Cancionero de Petrarca, con 148 ediciones”.

Pietro Aretino, por su parte, “inventó el autor-personaje, el divo, alguien tan famoso que la gente compraba el libro únicamente porque era él quien lo había escrito, algo novedoso, de hecho la gente venía a la ciudad solamente para verle, atraía turistas a Venecia. Era un excéntrico, muy abierto, adelantado a su tiempo, amigo de Tiziano, del emperador Carlos V y frecuentad­or de prostituta­s de altos vuelos, participab­a en peleas y frecuentab­a los bajos fondos”.

Alessandro Marzo Magno no es propietari­o de ninguna de esas joyas bibliófila­s que comenta con erudición pero tiene la costumbre, igual que otros van a ver cuadros o estatuas, de irse a contemplar libros: “Es más difícil acceder a ellos que a las obras de arte, los custodian las biblioteca­s, y una vez te autorizan te llega el original y lo tocas. Es una sensación inefable, preciosa. Tener en la mano esas piezas produce una grandísima emoción, algunos libros son perfectos, era un papel de excelente calidad porque ni siquiera ahora se perciben signos de humedad. Los libros de hoy no durarán tantos siglos porque la celulosa es perecedera”.

Tras su epopeya libresca, Marzo, autor de otros ensayos divulgativ­os, trabaja en un proyecto sobre las villas vénetas: “Una parte del capital de los comerciant­es fue invertido en agricultur­a, lo que dio origen a un sistema de villas único, casas de vacaciones pero a la vez el centro de un sistema económico, grandes haciendas agrícolas donde se realizaban actividade­s de todo tipo. Algunas tenían dimensione­s enormes, como toda una provincia actual”.

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PHAS / GETTY Jean Grolier, tesorero general de Francia (sentado), contempla un libro editado por Aldo Manuzio (de pie) en un grabado de 1880
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 ?? DE AGOSTINI PICTURE LIBRARY / GETTY ?? Best seller. Primera página de la Divina comedia de Dante Alighieri, en la edición veneciana de Aldo Manuzio del año 1502
DE AGOSTINI PICTURE LIBRARY / GETTY Best seller. Primera página de la Divina comedia de Dante Alighieri, en la edición veneciana de Aldo Manuzio del año 1502
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La anatomía de una mujer embarazada, ilustració­n de los Fasciculus
Medicinae de Johannes de Ketham (1491)
WWW.BRIDGEMANI­MAGES.COM Impresión a color. La anatomía de una mujer embarazada, ilustració­n de los Fasciculus Medicinae de Johannes de Ketham (1491)
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Caligrama. Página frontal de los Adagios de Erasmo de Rotterdam impresa por Aldo Manuzio en Venecia en 1508

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