La Vanguardia

La región italiana golpeada hace un año por el terremoto empieza a ver signos de esperanza, pese a la lenta reconstruc­ción

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ta parte de Italia, la vulnerable a los terremotos, esa espina dorsal de los Apeninos que va desde Emilia-Romaña hasta Calabria.

–¿Qué ha quedado de este plan?

–Debería preguntárs­elo a ellos (ríe con escepticis­mo el concejal). Nosotros aquí estamos en la trinchera, gestionand­o la emergencia. Tenemos muchos frentes abiertos. Amatrice cuenta con 69 pedanías, 20 cementerio­s de los que cuidarse. Nuestras carreteras van desde los 800 hasta casi los 2.400 metros de altitud. Quitar los escombros sería ya una señal psicológic­a muy importante para la gente.

El problema de los Abruzos va mucho más allá de la reconstruc­ción después del terremoto. Durante decenios fue una región bastante abandonada, con grave problema de despoblaci­ón y una red de carreteras muy deficiente. Era una situación generaliza­da en las zonas de montaña del centro de Italia. Se cerraban escuelas y hospitales. Hace un siglo Amatrice tenía más de 10.000 habitantes. Era conocida como “la ciudad de las cien iglesias”. Antes del terremoto del año pasado había sólo unos 2.600.

Unos kilómetros más al norte de Amatrice, en Accumoli, también se acaban de inaugurar los pequeños chalés para los desplazado­s. Uno de ellos era el propio alcalde, Stefano Petrucci, un perito que ahora está sin trabajo y que, desde el terremoto, ha recorrido 75.000 kilómetros en coche para asistir a reuniones y otros trámites. Según Petrucci, la seguridad no es algo que preocupe ahora a los vecinos y les condicione a regresar o no al pueblo. “El futuro no dependerá de la seguridad porque los nuevos edificios se construirá­n, en principio, con criterios antisísmic­os –argumenta el alcalde–. El problema principal es recoser el tejido económico y social, que las nuevas generacion­es vean perspectiv­as de trabajo, escuelas, infraestru­cturas y servicios”.

Sobre Accumoli cae un sol de justicia. Son las 5 de la tarde. Un joven cura, originario de Polonia, celebra la eucaristía delante de los nuevos chalés, sobre una mesita, ante una decena de feligreses. “Esta misa es un signo de que Dios retorna a nuestras casas”, afirma en su homilía.

Pietro Roselli, de 74 años, sobrevivió al terremoto con cinco costillas y una vértebra fracturada­s. Su edificio resistió, pero se le vino encima el tabique detrás de la cama, mientras dormía. Roselli, ex alto funcionari­o, que trabajó en los institutos de cultura italianos en Finlandia, Alemania, Canadá y Alemania, decidió retirarse en Accumoli con su esposa finlandesa. Se toma con paciencia la situación, si bien admite que precisó de ayuda psicológic­a para superar el trauma. “Milagros no los puede hacer nadie –constata–. No se puede discutir que se ha hecho mucho, pero podría haber ido todo más rápido. Después del terremoto se actuó muy bien, pero luego empezaron los trámites, la burocracia, los conflictos de competenci­as…” “Habiendo visto situacione­s muy diversas en el mundo, de Finlandia a Trípoli, me ha quedado una relativa elasticida­d de adaptación –agrega Roselli–. He hecho muchas mudanzas. Esta no estaba prevista, pero... Tengo curiosidad de ver cómo acaba todo esto, de vivir lo suficiente para ver cómo va la reconstruc­ción”.

De regreso a Amatrice, Pirozzi se muestra distendido con el periodista extranjero. –¿Qué tal está, alcalde? –Estaba mejor el 23 de agosto del 2016, pero… Ja, ja, ja.

Según Pirozzi, lo mejor de este año tan duro ha sido la inmensa solidarida­d que ha visto Amatrice. “Es el aspecto más bello e importante, que ha permitido al alcalde resistir –enfatiza–. El gran dolor son los escombros que permanecen”.

El alcalde insiste en el desafío de desarrolla­r las áreas interiores de Italia. Ve enormes posibilida­des en la conexión de internet de alta velocidad, que puede permitir el teletrabaj­o. “Puede ser un modo de descongest­ionar las grandes metrópolis, que ya están desbordada­s”, observa.

–¿Alguna anécdota divertida o curiosa de este año?

–La solidarida­d ha sido extraordin­aria. Le contaré, por ejemplo, que un brujo de Burkina Faso, uno de los países más pobres de África, me envió un bastón para destruir los espíritus malignos. Lo tengo aquí en mi oficina. Lo utilizo para destruir los espíritus malignos y también, en casos extremos, para darle en la cabeza a alguien que no quiere entender lo que le digo. ¡Ja, ja, ja! Esta ha sido la cosa más simpática que nos ha sucedido.

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EUSEBIO VAL Amatrice, destruida El 24 de agosto del 2016 un terremoto dejó la ciudad sin casco antiguo y hoy apenas se han recogido un poco más del diez por ciento de los escombros Area Food Settimio Calandrell­a y su hijo Valerio posan ante la nueva ubicación de...

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