Mira que les gusta Barcelona...
Un barcelonés se sorprendería al oír las gracias y virtudes que los turistas encuentran –y tras el atentado aún más– a la ciudad
El señor Digby, nacido en Honduras y residente en New Jersey, repite visita a Barcelona pero, a diferencia del 2002, cuando lo hizo por razones profesionales, está de turismo con su esposa Emy y sus dos hijos adolescentes. Barri Gòtic, sábado al mediodía. Todo les parece maravilloso. No entiendo que Barcelona les parezca tan, tan maravillosa.
–A usted le pasa como a mí durante los años que viví en Nueva York, en los noventa. ¡Había tantos turistas! Yo pensaba, como muchos neoyorquinos: ¿pero qué le verán a Nueva York?
Y después del atentado aún le ven más gracias.
“Barcelona es diferente de todas las ciudades, tiene una energía especial y conozco la mayoría de grandes ciudades de Europa. Mire esta calle...(Llibreteria). No imagino esta vida en otras ciudades dos días después de un gran atentado”, habla Yulia, portavoz de cuatro jóvenes rusas.
A fuerza de hablar del turismo en Barcelona, uno termina por olvidar al turista/viajero/visitante y no se nos ocurre preguntarles algo simple: ¿pudiendo ir a Florencia, Estambul, París, Lisboa, Viena, Nápoles, Ginebra o Atenas por qué han elegido Barcelona?
Los barceloneses somos ciudadanos del morro fino y bronca fácil, siempre con algún gruñido a mano: la contaminación acústica, las bicicletas, el aire acondicionado de los autobuses, el pavimiento de las calles, el sistema de recogida de las basuras, el horario nocturno de las terrazas, el horario diurno de las terrazas, los maratones dominicales, las urgencias hospitalarias, la desaparición de cines a los que nunca íbamos...
Si de los barceloneses dependiera, Barcelona cerraría en agosto por falta de visitantes.
El grado de entusiasmo que transmitían los visitantes entrevistados ayer cerca de la Rambla y el Barri Gòtic hizo que por un momento uno creyera que se habían puesto de acuerdo entre ellos para tomarme el pelo.
–¿Cosas que nos gustan de Barcelona? La limpieza de las calles... –¿Me están hablando en serio? No me gusta que la gente joven se burle de los de mi generación. Y tengo la impresión de que esta pareja hipster y encantadora de Copenhague, Kasper y Monika, me toman el pelo y se están riendo en la cara.
–¡De veras! Es una ciudad muy limpia, más que Copenhague.
La primera pareja entrevistada, en cambio, se ajustaba más al guión mental del barcelonés, que atribuye el éxito del turismo a un gol de churro en el minuto 89. Se llaman Marie y Hélène, 25 años, proceden de la región de Calais, cuyos cielos debieron inspirar la canción Emmenez-moi, un clásico de Charles Aznavour que refleja el peso, casi inhumano, de los cielos grises de ciertas regiones de Francia. “La primera razón es la playa. Eso la hace más bonita. Y es una ciudad muy interesante”, señala Marie, que repite visita. A Hélène le habían dicho que la playa de Barcelona estaba sucia y de eso nada. El atentado no ha alterado sus rutinas ni sus planes barceloneses. Decidieron esta escapada de fin de semana largo hace un mes.
“No hay una razón por encima de las otras. Es una combinación única... cultura, temperaturas, tiendas, la comida. Barcelona es el fin de semana perfecto en Europa. Y han reaccionado muy bien después del atentado”, estima Hilda, ciudadana noruega.
Hilda se olvida del fútbol y de todos esos coliseos, teatros de los sueños y las pañoladas como el Camp Nou, Cornellà-El Prat, el Nou Sardenya, el Narcís Sala o la Bombonera de Nou Barris, feudo de la Montañesa, el más argentino de los equipos de esta ciudad enlutada, pero este fin de semana recupera el fútbol.
“Lo que más me gusta es la gente, son muy amistosos, la historia y Gaudí”, dice Daria, búlgara, 23 años, que desayuna junto a su pareja, Victor, en una terraza vecina a la plaza del Rey. ¡No lo saben bien! Les digo –y no miento– que esta semana pagué una entrada por ver una película búlgara y me gustó mucho. Ponen cara de asombro. (Lo que no les cuento es que aquella noche, en una sala del Balmes, fui el único espectador). La pareja búlgara comparte mesa,
al azar, con una estadounidense, Denise, de 60 años, que vive en Pensilvania y tiene un hijo en Madrid. “No idealizo ni exagero pero es una ciudad mediterránea, tan diferente...Y lo que sucedió el jueves pasa en todas partes”.
Por suerte, el periodista encuentra al fin a alguien que le mira con ojos desconfiados y aprovecha la ocasión para deslizar una crítica. Se trata de dos jóvenes de Singapur, ciudad-estado, la Ginebra del Sudeste Asiático, que se quejan de los precios elevados de las entradas a los monumentos.
–Do you speak english?
La pareja niega con la cabeza. Tampoco hablan francés.
–Somos de Bilbao. Una visita de cuatro días a la ciudad antes de embarcarnos en un crucero. Estuvimos por primera vez en Barcelona en el 2006, por nuestras bodas de plata, y nos quedamos con ganas de verla con calma.
–Yo no les suelto hasta que no me digan algo que les ha decepcionado...
–Bueno, sí. Somos pescaderos de toda la vida y el género de la Boqueria... psé, psé. En este mercado de al lado (Santa Caterina) ya era otra cosa, de más calidad.
El periodista tiene que animar a sus interlocutores a que digan algo que no les ha gustado.
A base de insistir, la señora Digby cita tres cosas negativas: el humo del tabaco, los grafitis y la proliferación de palomas.
Es una pena que tengamos turistas tan complacientes, tan dispuestos a volver y hablar maravillas de Barcelona aunque en horas como estas –y sin que sirva de precedente– nos gusta. Y quizás hagamos nuestras, de nuevo, la Rambla. Ramblear, rambleábamos poco estos últimos años...
TANTOS ELOGIOS... “Les pasa lo que a mí cuando vivía en Nueva York y pensaba: ¿qué le verán a la ciudad?” NO ES BROMA Una pareja hipster de Copenhague sostiene que Barcelona es mucho más limpia...