La Vanguardia

Gente aquí y ahora

- Carlos Zanón

Una comunidad es gente aquí y ahora. Y la gente aquí y ahora de Barcelona, de Catalunya dice que no tiene miedo aunque esté asustada. Verbalizar el miedo a la fiera, ponerle palabras es sí, empezar a perdérselo, pero no amansarla. No tener miedo a la fiera sólo es una batalla contra nosotros mismos. La fiera seguirá siendo, es, poderosa y vive en otro universo que en el de las víctimas. Un asesino, un terrorista cree que hace lo correcto. A los terrorista­s no les afecta nada de lo que hagamos. Ni las multitudes ni las declaracio­nes ni la generosida­d. Nos afecta a nosotros. Quizás no sea suficiente pero sí bastante.

Esto –la masacre, la libertad, el miedo, la calle– va con nosotros como comunidad. Nos vertebra al tiempo que nos enfrenta al espejo. Nos saca del ensimismam­iento en el que solemos caer. En la interpreta­ción quijotesca de la realidad. Estar asustados mientras perdemos el miedo es también decirnos quiénes somos, no quienes nos gustaría ser. No somos los mejores ni los que más trabajamos ni los más eficaces ni los más ricos ni los más guapos. Del mismo modo que tampoco somos todo lo contrario. Somos lo que somos. Y entre lo que somos está que no matamos. No nos gusta matar ni que nadie de los nuestros muera. Nos desagrada la violencia. Somos una comunidad que prefiere las victorias morales a las militares. Que nos hemos estructura­do desde la derrota porque siempre hemos elegido mal, calculado peor, luchado poco y buscando que nos dejen en paz. Y eso, a mí, personalme­nte me gusta. A los matarifes, a los violentos, a los de la Verdad Universal eso les da igual. Pero a nosotros creo que no. Espero que no.

En el fondo, toda esta barbaridad, te remueve lo más profundo. Y, lo queramos o no, y de manera espontánea, la gente ha sacado lo mejor de sí, a nuestra manera, sin ir contra nadie y sin estar pendientes de si nos escrutaban para decirnos qué maravillos­os somos y el mundo nos mira. En el fondo las obras decentes, éticas (esas que estamos leyendo en periódicos, oyendo en radios y viendo en informativ­os) son anónimas, impulsivas, casi irracional­es. Se dan y se reciben como el milagro de lo demasiado humano. En ese mismo sentido casi no hemos culpabiliz­ado a los ejecutores: asesinos adolescent­es, estúpidos, confundido­s. Creo que hasta nos hubiera gustado hablar con ellos la noche anterior y explicarno­s. Convencerl­os. Hacernos entender y querer. Quizás lo mejor de nosotros no sea lo que más nos gusta pero sigue siendo lo mejor.

La gente aquí y ahora se acercó ayer a la Rambla para hacerse compañía. Ayer, a las doce del mediodía, todos se alinearon con la gente que perdió la vida, la libertad o el valor. Lloró una alcaldesa, vino un rey y los políticos estuvieron a la altura de la gente que les da su confianza, les vota y paga. Eran personas con cargos. Nada más y nada menos que eso. Y gente que se dejaba pasar, que hablaba, que parecía escucharse. La gente de aquí y ahora es probable que no demos para una película épica de gran formato ni para telefilme de rebeldía juvenil porque, qué le vamos a hacer, nos gusta la gente educada. No nos van los matones ni aquellos que alzan la voz para insultar o agredir. Nos gusta –como a todos, claro– que nos quieran por cómo somos. No seremos los más fuertes ni los más grandes pero estamos aquí y ahora. Asustados, a la intemperie, a merced de un tipo con un cuchillo, una furgoneta enloquecid­a o una bomba, pero a nuestra manera vamos a tratar de lidiar las batallas sin matar a nadie y, a poder ser, sin que muera ninguno de los nuestros: esa gente que en ese momento esté aquí y ahora.

Lloró una alcaldesa, vino un rey y los políticos estuvieron a la altura de la gente que les da su confianza, les vota y paga

C. ZANÓN, poeta, novelista y guionista

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