Botiquín de versos y libros
La vida vuelve a la calle que García Lorca quería que no se acabara nunca
El título de un libro de Ana Santos, una recopilación de cuentos tristes, refleja a la perfección lo que sentía Barcelona antes del 17 de agosto. Esperando lo que temo.
Después de París, Niza, Londres, Berlín y Estocolmo, Barcelona se sabía en el punto de mira. ¿Se puede temer algo y a la vez no tener miedo”. Un grito unánime (“No tinc por”) ha demostrado que sí. La tragedia ha permitido que los barceloneses se reconcilien masivamente con la Rambla, a la que parecían haber renunciado, cansados de riadas de turistas. Unos y otros han vuelto, a pesar del cielo gris y las nubes de ayer.
Las flores y las velas se desbordan en los altares en homenaje a las víctimas. En el suelo cada vez hay más mensajes de ánimo escritos con tiza. O papelitos pegados allí y allá con preguntas que sólo puede contestar la poesía: “És bo tenir llàgrimes a punt, tancades / per si tot d’una mor / algú que estimes...”, dice Joan Vinyoli.
Pero la Rambla se recupera. Esta Poemas de Vinyoli, Margarit, Goytisolo y Gil de Biedma ayudan a tratar de responder preguntas sin respuesta es, confesaba Federico García Lorca, “la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca”. Entre la muchedumbre que la reconquistó ayer había muchos ciudadanos que vivieron las carreras alocadas y las horas de espera tras el atentado, escondidos en comercios y bibliotecas.
Resucitar esas imágenes permite recordar uno de los poemas más conocidos de José Agustín Goytisolo: “A veces / (…) / disparan contra ti sin acertar y huyes pensando en tu mujer y en tu hija”. Centenares de personas huyeron pensando en sus seres queridos por la calle Hospital, Carme, Elisabets… Quién no se apiada, como Gil de Biedma, de ellos. Del “dolor de tantos seres injuriados”, de tantas personas “que avanzan derrengándose por un camino hostil, / sin saber dónde van o quién les manda”.
El día que la Rambla se vació de visitantes, quizá por primera vez en su historia, una legión estupefacta que vagaba sin rumbo suscribió esas palabras. Los Mossos y la Guardia Urbana fueron ampliando progresivamente las zonas acordonadas y empujando la multitud hacia lugares más lejanos. Esos momentos fueron propicios para las desbandadas y los estallidos de pánico. De nuevo resulta profética la voz de Gil de Biedma. En el poema Lágrima relata la huida de quienes sienten “a cada paso detrás suyo ese ahogado resuello / y en la nuca ese vaho caliente que es el vértigo / del instinto, el miedo a la estampida”. Los versos de Joan Margarit, otro poeta terapéutico, ahora y siempre, recuerdan que el nombre de Barcelona “és encara un refugi”.
Y esa imagen se impondrá sobre el terror porque, agrega Margarit, “estimar és un lloc / Perdura al fons de tot: d’alli venim / I és el lloc on va quedant la vida”. Una lista inacabable de autores han escrito declaraciones de amor parecidas, pero pocos como J.M. Romero, que fue guía turístico, han resumido tan bien la capacidad regeneradora de la Rambla. En Siempre el oeste relata un viaje de 14 meses alrededor del mundo, huyendo del turismo de masas, de los aviones y con una única condición: dirigirse siempre hacia el oeste. Sufrió enfermedades y atracos. Sintió la plenitud y la soledad. Hubo días en que fue muy feliz y otros muy triste. Después de un viaje de 437 días y 77.247 kilómetros, regresó a la Rambla. Cuando la recorrió, al llegar al mar, se preguntó: “¿Y por qué no empezar otra vez, pero ahora siempre hacia el este?”.