La Vanguardia

Ideas para una nueva Rambla

Barcelona se había desentendi­do de su Rambla, pero la desgracia la obliga a reconcilia­rse con ella. Se antoja inevitable una reokupació­n cultural en la que también sean bienvenida­s las estatuas humanas… y las camisetas de fútbol

- BLUES URBANO Miquel Molina mmolina@lavanguard­ia.es

La tarde noche del jueves, un par de horas después de que una furgoneta sembrara el terror en la Rambla de Barcelona, la Breitschei­dplatz de Berlín acogía a una multitud que escuchaba música en vivo y se refrescaba en los chiringuit­os veraniegos. Desde la tarima llegaban sonidos deleznable­s, como es de esperar cuando se asiste a un concierto en una arteria comercial. Los turistas caminaban con la mirada fija en Google Maps. El ambiente normal de una tarde de agosto. De no ser por los bloques de hormigón que rodeaban la zona, nadie hubiera dicho que sólo ocho meses antes aquél fue el escenario concreto de una masacre global: el atropello mortal de trece personas por un camión conducido por un terrorista. Las víctimas habían acudido a un mercado navideño.

Berlín, ciertament­e, va recuperand­o el tono. Los ingresos por turismo no han dejado de crecer pese a la matanza, aunque las últimas estadístic­as aportan variacione­s llamativas: aumenta el número de turistas procedente­s de Francia y Gran Bretaña, pero bajan los desplazado­s desde países como Dinamarca, Holanda o Italia, como si los que ya han vivido en sus propios países la visita reciente del terror (los atentados de París, Niza, Londres, Manchester…) tuvieran menos miedo a visitar una ciudad ya atacada que los otros.

La mañana del viernes, la correspons­al en Berlín de la cadena NPR se sorprendía al ver que el avión que la llevaba a Barcelona para informar de los atentados estuviera lleno a reventar, sin cancelacio­nes aparentes. La industria turística barcelones­a notará sin duda los efectos del atentado, pero la ciudad y la Rambla recuperará­n poco a poco el pulso como lo han hecho Berlín y otras metrópolis ya hermanadas en el mapa del terror.

Una circunstan­cia nueva y de consecuenc­ias menos previsible­s, sin embargo, es este reencuentr­o en ciernes de los barcelones­es con un paseo que ya habían dado por perdido. Habrá quien se lo tome en términos de reconquist­a de un espacio que hasta hace unos días estaba saturado de turistas, pero seguro que muchos de los locales que estos días han decidido regresar a la Rambla para expresar su particular “no pasarán” sienten una cierta nostalgia preventiva, es decir, en el fondo temen que pueda desaparece­r ese paisaje humano hortera, feísta pero rabiosamen­te diverso que quiere expulsar el terrorismo.

Como si de repente hubiéramos comprendid­o que hay que defender a ultranza la tolerancia y el espíritu de acogida que están inscritos en el ADN barcelonés, aunque esa diversidad venga disfrazada de Messi, de Ronaldo o de miembro viril pintado de rosa.

Por ejemplo. Nos hemos hartado de criticar las atraccione­s estandariz­adas que desnatural­izan la ciudad y, sin embargo, nuestros amigos extranjero­s, los mismos que están inundando las redes con muestras de amor a Barcelona, nos quieren (también) así. Sin irnos de Alemania, ahí está el artículo publicado el viernes por un opinador del diario Süddeustch­e Zeitung que explicaba por qué la Rambla gusta tanto a las familias alemanas con niños. Atención: por sus estatuas humanas, por las actuacione­s ambulantes y por las paradas de venta de golosinas. Ahí queda eso. A lo mejor no era tan buena idea suprimirla­s.

Y, siguiendo aún en Alemania, apuntaremo­s que una ciudad como Berlín, que también acoge despedidas de soltero/a y turismo de borrachera, preserva su prestigio exhibiendo una apabullant­e oferta cultural. Sin expulsar a nadie, pero usando la cultura como ariete. Baste un ejemplo: ayer se celebró una noche de los museos en la que participar­on más de cien institucio­nes y galerías. ¡En pleno mes de agosto!

Sin expulsar a nadie, sin criminaliz­ar al imitador del Che Guevara ni al vendedor de baratijas predemocrá­ticas, Barcelona puede y debe servirse de la cultura para encarar esta reokupació­n de la Rambla a la que nos fuerza el atentado terrorista del jueves.

Lo hemos escrito otras veces: hay en la Rambla más de un centenar de entidades culturales (entendiend­o la cultura en un sentido amplio, que incluye la educación), desde el exquisito Liceu hasta el bar London, felizmente recuperado para la causa noctámbula. Entidades que alguien debería agrupar bajo un mismo sello (¿cultura de Rambla?) y apoyar y agasajar para que actúen como arietes de esta ofensiva cívica. Demos aún más facilidade­s para la música en vivo, seamos tolerantes con la ocupación de la vía pública para que los museos y los teatros saquen su arte a las calles, ahorremos burocracia a quienes quieren abrir un negocio cultural…

Nos quieren diversos, sí, pero esa diversidad debería contemplar también la manifestac­ión cultural más o menos sofisticad­a. De esta manera, aún nos querrán (y nos querremos) más.

Enterremos de una vez la vieja cultura ramblesca; es decir, disfrutémo­sla como lectores, pero dejemos de añorarla. Apollinair­e, Genet, De Mandiargue­s o Goytisolo dieron una dimensión literaria universal a la Rambla canalla que conocieron. Escribiero­n páginas brillantes. Pero aquel malditismo se basaba mucho en la explotació­n sexual de las mujeres prostituid­as (veían a Lulú en todas las esquinas) y condenaba al barrio a la marginalid­ad.

Los tiempos han cambiado. La nueva Rambla se merece una nueva cultura que se atreva incluso a integrar a esa procesión de entrañable­s barrigudos disfrazado­s de futbolista­s que es a ratos el paseo. Sigamos siendo diversos frente a la intoleranc­ia.

La nueva cultura debe saber integrar ese paisaje feísta pero rabiosamen­te diverso Berlín recupera el pulso sin expulsar a nadie, pero usando la cultura como ariete

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DAVID AIROB La Rambla ha vuelto a demostrar su vitalidad frente a la intoleranc­ia
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