Declaración
La gala tomó una significación especial ante lo que acababa de suceder en Barcelona. Fue una noche triste. Pero el programa parecía reivindicar la esperanza, la de una humanidad capaz de lo más bello, orgullosamente humilde y humana.
Ya se pronunció así la primera coreografía de la noche. El cruce
sobre el Niágara, de Marianela Boán, es toda una declaración de intenciones. De entrada, es la reivindicación de una coreógrafa cubana transversal, que ha fundido técnicas y artes, y que en El
cruce reflexiona sobre la tensión enriquecedora entre la madurez y la juventud, pero también sobre la ambición irrenunciable con que seguir los pasos de los que nos han precedido. Con El cruce, Acosta Danza se mira al espejo. La coreografía es, sin exhibicionismos, un prodigio de exigencia. Y también una fiesta, cuando los cuerpos se alían para superarse. Inteligente, ecléctico y generoso como director, el bailarín Acosta mostró su potente presencia en los solos Memoria, de Miguel Altunaga, y Two, de Rusell Maliphant, con movimientos sincopados y un ritmo en crescendo que controlaba con pasos limpios y seguros. También Carlos Luis Blanco y Zeleidy Crespo estuvieron maravillosamente sensuales y magnéticos en Faun, de Sidi Larbi, una coreografía a la medida de sus cuerpos de pantera.
Tres piezas de la segunda parte parecieron acudir al reclamo de los acontecimientos del día. End
of time, un dueto neoclásico de Ben Stenvenson al son del piano de Rakhmàninov, se inspiró en la película postapocalíptica La hora
final de Stanley Kramer, y el jueves tomó una significación especial al presentarse seguida del dueto Anadromous, de Raúl Reinoso, tan radiante y dinámico que parecía su envés. Gracias a la rítmica música en crescendo y la energía de Laura Treto y Raúl Reinoso, Anadromous fue emocionalmente luminoso. Y puede decirse lo mismo de la irónica coreografía final, de Goyo Montero. En Alrededor no hay nada ,lavozy los versos de Joaquín Sabina y Vinicius de Moraes ejercen de música. Es su contenido y su ritmo lo que se baila. Uno de los poemas reivindica cada parte del cuerpo, las esquinas de nuestra carne mortal, y acaba: “Esta es mi patria, alrededor no hay nada”. ¿Quieren mejor reivindicación individual? No vale ninguna promesa de un mundo mejor que no pase por cada uno de nosotros.