La Vanguardia

La unidad y el árbol supervivie­nte

- Lola García DIRECTORA ADJUNTA

UN mes después de aquel 11-S que cambió el mundo, cuando las ruinas de la zona cero aún humeaban, los equipos de desescombr­o hallaron los restos de un árbol casi carbonizad­o, pero en el que observaron algunos brotes que se aferraban con fuerza a la vida. El survivor tree es hoy un árbol de aspecto quizá algo maltrecho, pero que crece firme en el parque que rodea al memorial con el que los neoyorquin­os han intentado exorcizar aquel terrible golpe. Es asombroso constatar la serenidad que transmite ese lugar. Las ciudades que han sufrido el zarpazo del terrorismo yihadista acaban recuperand­o el pulso aunque queden las cicatrices de las heridas. Pero igual que después del 11-S nada fue igual para el mundo, a cada nueva vileza cometida por el fanatismo van sucumbiend­o algunas de nuestras seguridade­s y certezas.

Ante un terror omnipresen­te, que por más que sea combatido –y debe serlo con la mayor eficacia– siempre podrá esquivar la vigilancia, la unidad es un manto que nos reconforta. La unidad no evitará nuevos atentados, pero es tan tranquiliz­adora como la presencia de un policía en nuestros paseos. Necesitamo­s creer que quienes nos gobiernan son capaces de elevarse por encima de sus diferencia­s cuando ocurre una tragedia así. Desde que el jueves se ensombreci­ó Barcelona, lo han conseguido, pero tampoco hay que engañarse. La unidad es frágil, construida deprisa y corriendo con materiales muy endebles. Y con demasiados entornos exaltados interesado­s en zarandearl­a. Esta desgracia no es un paréntesis, ni una pesadilla de cuatro días de la que es posible despertar y olvidarla, pero tampoco es un telón que ponga fin a los conflictos que teníamos por resolver. Asumir esas premisas es imprescind­ible, pero ya se intuye que eso va a ser más difícil que lograr que brote nuestro particular árbol de la vida: la Rambla.

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