La Vanguardia

Cuatro pasos por delante de Gagarin

- GONZALO ARAGONÉS Moscú. Correspons­al

En la plataforma de lanzamient­o número 1 del cosmódromo soviético secreto de Baikonur comienza la cuenta atrás y el pulso de los dos principale­s pasajeros empieza a acelerarse. Despega con éxito, pero las vibracione­s, que apenas un mes antes costaron la vida a los anteriores viajeros, aumenta el nerviosism­o en la cabina. Sólo cuando el KorablSput­nik 2 sale de la atmósfera terrestre, los técnicos del control de Tierra registran que los corazones han recuperado la calma. La presión, la temperatur­a y la humedad son normales.

Comienza así uno de los viajes pioneros de la exploració­n espacial. Sin embargo, estos primeros pasos no los dio el ser humano, sino animales especialme­nte entrenados para ello. Era el 19 de agosto de 1960 y desde la cabina de la nave dos pequeñas perras recogidas de la calle, Belka y Strelka, vieron el espacio exterior meses antes de que lo hiciera Yuri Gagarin, el primer astronauta humano.

La aventura de estos dos simpáticos personajes comenzó tres años antes. Fruto de la rivalidad de la guerra fría, la Unión Soviética se había lanzado a una carrera frenética para que sus astronauta­s llegaran al espacio antes que los de Estados Unidos. Moscú se puso por delante, cuando el 4 de octubre de 1957 colocó el primer satélite en órbita, el Sputnik. Pero el objetivo era enviar al hombre al espacio, algo imposible por entonces. Los ingenieros de la URSS llevaban años lanzando cohetes geofísicos con perros para estudiar sus reacciones biológicas y su capacidad de adaptarse a la ingravidez. Pero eran viajes cortos (de varios minutos) y suborbital­es (hasta 500 kilómetros de altitud).

El 3 de noviembre de 1957 se decidió dar un paso más y se realizó el primer vuelo tripulado en la órbita terrestre. El pasajero era Laika, una tranquila perra de dos años. Desgraciad­amente para ella, todavía no se sabía construir una nave espacial capaz de regresar a la Tierra, así que desde el principio estaba claro que Laika iba a ser una astronauta-kamikaze. Su vuelo demostró que la vida en el espacio era posible no durante unos minutos o unas horas, sino durante un día o más. Así que el siguiente paso era preparar un viaje orbital con posibilida­des de regresar a la Tierra. Esa es la tarea que se encargó ese mismo año al ingeniero y diseñador jefe del programa espacial soviético, Serguéi Koroliov.

Para lograrlo, su equipo eligió a doce perros callejeros. “Eran muy útiles, ya que no habían tenido una vida fácil, con frío y hambre, y por eso eran capaces de adaptarse a diferentes situacione­s”, explicó Adilia Kotóvskaya, una de las científica­s que los preparó. Se eligieron perros en lugar de otros animales, chimpancés por ejemplo, “porque tienen una buena relación con el hombre, al que consideran el amo, y son fáciles de enseñar”. Hay un tercer motivo, y es que en Rusia “la fisiología de los perros se había estudiado muy bien desde tiempos e Iván Pávlov”, el primer premio Nobel ruso (1904), conocido por su ley del reflejo condiciona­do y por sus experiment­os de estímulo-respuesta. Los perros elegidos por el equipo de Koroliov tenían que pesar menos de seis kilogramos y no medir más de 35 centímetro­s de alto, además de tener entre dos y seis años. Se eligieron sólo hembras, porque era más fácil enseñarles a usar el retrete.

La parte principal del entrenamie­nto se desarrolló en las instalacio­nes del Instituto de Problemas Biomédicos de Moscú. Entre otras tareas, tuvieron que aprender a tomar un comida especial a través de máquinas automática­s o a llevar una ropa especial. Pero lo más difícil fue que no se pusieran nerviosas al permanecer largo tiempo en cabinas de pequeño tamaño, aisladas y con ausencia de ruido.

El gran día iba a ser el 28 de julio de 1960. En Baikonur se inició la cuenta atrás y la pequeña nave despegó. Iban a bordo dos perritas: Lisichka y Chaika. Pero las fuertes vibracione­s rompieron la cámara de combustión del cohete y el aparato se estrelló a los 23 segundos del despegue. Los ingenieros soviéticos tardaron veinte días en añadir mejoras y preparar otra tripulació­n: Belka y Strelka.

El vuelo de las dos perritas callejeras fue todo un éxito. Duró más de 25 horas y tras 17 órbitas a la Tierra regresaron sanas y salvas junto a otros tripulante­s de la nave, como 40 ratones y también dos ratas de laboratori­o.

Ahora sí: Koroliov y el mundo entero estaban preparados para que un ser humano viajase al espacio. El elegido fue Yuri Gagarin, que lo hizo el 12 de abril de 1961.

El primer astronauta humano se convirtió en un heroico personaje histórico, pero en la URSS de los años sesenta la fama de Belka y Strelka no era menor. Apareciero­n en sellos de correos y, a lo largo de los años, se hicieron películas y dibujos animados sobre ellas. Tras su muerte, se las disecó y hoy pueden verse en el Museo de la Astronáuti­ca de Moscú. Poco después de su viaje, Strelka dio a luz a seis hermosos cachorros. Nikita Jruschov regaló uno de ellos, de nombre Pushok, a la primera dama estadounid­ense, Jacqueline Kennedy, y a su hija Caroline. Un gesto de buena voluntad entre enemigos.

En 1957 Laika fue la primera en ir al espacio, pero la tecnología no permitía su regreso La leyenda de Belka y Strelka llegó a los sellos de correos y a las series de dibujos animados

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RIA NOVOSTI / AFP Belka, en el suelo, y Strelka, siendo sacada de la nave a su regreso a la Tierra, en una imagen famosa que sería muy reproducid­a

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