Integrados o apocalípticos
La identidad y la historia de los activistas de Ripoll abren el mismo debate de otras sociedades europeas: ¿qué ha fallado?
¿Qué ha fallado? Aún conmocionada y con una inhabitual presencia de efectivos policiales en las calles, Ripoll intentaba ayer recuperar la normalidad. Grupos de niños improvisaban partidos de futbol en la calle y en las plazas, como en la céntrica de Sant Eudald, los vecinos conversaban sin importarles la religión de cada uno. Pero bajo este aparente regreso a la normalidad, es evidente que la localidad tardará en recuperar el pulso cotidiano arrebatado de un plumazo el jueves cuando el atentado de Barcelona la situó bajo el foco de la atención internacional.
Ripoll, la cuna (bressol) de Catalunya según un popular lema promocional de la ciudad, era presentada al mundo como la cuna del terrorismo yihadista en Catalunya porque al menos diez de sus vecinos participaron en los crímenes de Barcelona y Cambrils y fue también en Ripoll donde se gestó la célula que ejecutaría la masacre.
“Si te veían por la calle cargada con bolsas, se ofrecían a llevarte la compra”. La educadora Núria Perpiñà sigue sin explicarse cómo Moussa Oukabir y Mohamed Hichami acabaran abatidos en Cambrils. A Younes Abouyaaqoub, fugitivo y principal sospechoso de conducir la furgoneta que mató a trece personas en la Rambla lo había ayudado muchas tardes a hacer los deberes. “Si me hubieran pedido que me tirara a una piscina vacía para defender su inocencia, lo habría hecho sin dudarlo y además habría pensado: ¿Qué me estáis contando? Esto es de locos!”, afirma, rotunda.
Perpiñà trabajó hasta hace dos años en el Punt Omnia, un pograma de la Generalitat de lucha contra la pobreza que favorece la inclusión social a través del aprendizaje digi- tal, la orientación y la inserción sociolaboral. Fue en ese centro donde trabó relación con esos jóvenes. “He hablado con otras educadoras y comparten mi estupefacción”.
Moussa era el benjamín del grupo y el único nacido en Ripoll y en Catalunya. El 13 de octubre habría cumplido la mayoría de edad y vivía con su madre y sus hermanas pequeñas en un bloque de la calle Antoni Gaudí, situado en la entrada del municipio, cerca de las casas de la colonia textil Agafallops. Un sector,
el de los tejidos e hilados, que junto a la industria del metal y el aprovechamiento forestal ha sido uno de los principales recursos de una comarca que cuenta con uno de los índices más bajos de población foránea, alrededor de un 7,5%. En la capital, Ripoll, la cifra es ligeramente superior, alrededor del 10% y la mayoría son de origen magrebí, aunque a diferencia de otros municipios con mayor presencia migratoria, la población está ampliamente repartida por todo el pueblo. En el bloque de los Oubakir, por ejemplo, los apellidos Rodríguez o García son mayoría entre los vecinos.
Los padres de Moussa, Said Oukabir y Fatima Ouhnine, llegaron a Ripoll en 1989, cuando Driss, el hermano mayor, detenido también en el operativo, tenía sólo dos años. Moussa vino al mundo un decenio después. El padre, que desde que se separó de su mujer está en Marruecos, trabajaba en el sector forestal. Moussa fue escolarizado en la escuela pública Tomàs Raguer y más tarde en el instituto Abat Oliba, donde realizó un curso de gestión administrativa y había completado el primer año del ciclo formativo de Instalaciones y Mecanización. Estaba buscando trabajo a través del programa Garantia Juvenil de la Generalitat, dirigido a jóvenes. “Nunca tuvo ningún conflicto en las aulas”, afirmaba el viernes una profesora del IES que asistía a los cinco minutos de silencio de condena de los ataques.
Otros integrantes de la célula que estudiaron en el mismo instituto ya trabajaban y se ganaban la vida. El fugitivo Younes Abouyaaqoub, por ejemplo, había trabajado en Filats Moto, una industria textil del pueblo vecino de Gombrèn que ayer registr´aron los Mossos. Y Mohamed Hichami había conseguido un puesto fijo en la industria de componentes de metal Comforsa, en la localidad de Campdevànol.
Además, Moussa y Mohamed Houli, el detenido en Alcanar tras sobrevivir a la explosión del miércoles, habían jugado en el equipo de futbol sala de Ripoll. “Eran chicos que se apuntaban a los torneos del pueblo, que participaban de la fiesta mayor y que se escolarizaron aquí”, explica el alcalde de Ripoll, Jordi Munell. “Eran catalanes, chicos de aquí”, refuerza Perpiñà.
Esta sensación de una vida aparentemente normalizada e integrada en el municipio de nacimiento es la que tenían todos los vecinos y que ahora se ha hecho añicos. “Nunca dieron señales de radicalismo”, afirma Munell. Ni cuando se produjo el atentado terrorista de Niza, que dejó más de 80 muertos. Xavier, un compañero de trabajo de Mohamed Hichami, le preguntó su opinión sobre lo ocurrido. “Son unos radicales locos”, asegura que le espetó entonces.
De puertas a fuera el discurso era uno, de puertas a dentro se ha demostrado que era otro muy diferente. Los familiares de los terroristas aseguran que desde que Abdelbaki es Satty se convirtió en el imán de la mezquita, hace un par de años, los chicos se reunían muy a menudo con él, aunque tampoco supieron ver su profunda radicalización. No se encontraban en la mezquita, que prácticamente ni pisaban. El presidente de la comunidad islámica de Ripoll, Ali Yassine, hacía notar hace unos días, en este sentido, que “hay muy pocos jóvenes de entre 15 y 25 años que acudan a rezar, no sabemos por qué pero no vienen”.
Quizás el adoctrinamiento llegó a través de otros canales como las redes sociales o de alguien que se aprovechó de la vulnerabilidad de esos jóvenes faltos de autoestima y con una profunda crisis de identidad. Son dos factores, que según una educadora y psicóloga que trabaja con adolescentes, y que no ha querido revelar su identidad, pueden haber sido determinantes en su captación. “A medida que van creciendo no se sienten ni de aquí ni de allí. Por una parte, las familias les empujan a seguir con la tradición y la religión, les inculcan que su país es Marruecos y que deben practicar el islam, y por otra parte no se sienten como los jóvenes de aquí ni a nivel económico, cultural ni social”, afirma.
La psicóloga explica que aún naciendo aquí, algunos de esos jóvenes siguen sintiéndose “ciudadanos de segunda”. Y más si, como en muchos casos, los ingresos familiares son muy limitados. Si en esta tesitura llega alguien “que les promete que dejarán de ser ‘el diferente’ y serán ‘el rey’, muchos jóvenes acaban comprando el discurso”. La misma profesional cuestiona propuestas como el Punt Omnia al considerar que pueden acabar ejerciendo un efecto boomerang. “Cuando buscas soluciones concretas para este colectivo, lo que haces es estar marcando más aún más las diferencias porque la mayoría de los usuarios de estos centros son inmigrantes”, explica.
La gran pregunta que se formulan profesionales, autoridades y vecinos es qué falló para que jóvenes aparentementes integrados se hayan convertido en yihadistas. “Es una pregunta que debe hacérsela Occidente”, concluye Munell.
CIUDADANOS CATALANES Iban a la fiesta mayor, participaban en torneos de futbol y hablaban catalán