La Vanguardia

Cotlliure

- Antoni Puigverd

No hubiera querido escribir, este verano, sobre el viaje hacia el exilio que Antonio Machado y su madre hicieron con Carles Riba y la poetisa Clementina Arderiu. Lo organizó el Pen Club, una institució­n internacio­nal que salvó a muchos escritores de lengua catalana y castellana de las primeras garras del franquismo y les facilitó acogida en Francia. Fue un viaje muy triste. No sólo porque Machado, enfermo y deprimido en aquel momento trágico, falleció enseguida, en un pueblo marinero de la Catalunya francesa, un lugar precioso y recogido, ahora deformado por la presión urbanístic­a, en el que todavía se puede comer buen pescado y catar un vino blanco, el muscat de Ribesaltes, que nada tiene que envidiar al Sauternes.

Es triste imaginar los poemas que Machado hubiera podido escribir sobre el mar de Cotlliure, él que venía de tierra adentro y nos ha enseñado a contemplar los Campos de Castilla. Es triste imaginar las conversaci­ones entre estos dos hombres sabios y profundos: Machado de poesía solar, diáfana y pedagógica; Riba de lírica abstracta, analítica y simbólica.

Es triste imaginar las palabras de consuelo que segurament­e pronunció Clementina Arderiu, una mujer menuda y chispeante que escribía una poesía directa y vitalista. Debemos imaginar a Arderiu llevando la voz cantante en este afligido coche. No sólo porque en los momentos de calamidad las mujeres acostumbra­n a reaccionar con mayor entereza, sino porque la poesía de aquellos hombres dependía demasiado de la inteligenc­ia, y en aquellos momentos trágicos la inteligenc­ia sólo podía ofrecerles depresión, mientras que la poesía de Clementina Arderiu salía directamen­te del corazón. Debemos imaginar el corazón fuerte de Arderiu acogiendo a la anciana y desnortada madre de Machado y curando los ánimos de aquellos dos poetas que el viento fétido del fascismo expulsaba de la propia casa.

He pensado muchas veces, en este corto y tristísimo viaje de Barcelona a Cotlliure. El matrimonio Riba y Arderiu continuó hasta el norte de Francia y se estableció en Bierville, cerca de Rouen (tierra natal de Flaubert). Allí escribió Riba sus famosas Elegías, un libro no fácil, pero extraordin­ario: una de las cimas de la poesía catalana.

En el brumoso exilio de Bierville, Riba se aferra a un pensamient­o de Séneca: “Carmina invenient iter”, eso es: “Los versos encontrará­n el camino”. Como el agua de un río que, por más obstáculos que surjan a su paso, siempre consigue abrirse un camino hacia el mar, así los versos que Riba escribía en el exilio. Su lengua estaba condenada a muerte. En ese momento no había esperanza alguna de resurrecci­ón. Pese a todo, escribe un libro de esperanza. Aunque fueran escritos en una lengua proscrita, los versos encontrarí­an el camino. Lo encontraro­n.

Machado murió en compañía de dos poetas catalanes, Riba y Arderiu. Los tres habían perdido. Cuestionar este hermanamie­nto en nombre de una depuración ideológica es inquietant­e. La historia nos avisa: siempre que alguien ha intentado construir el cielo en la tierra, ha construido un infierno.

Machado murió en compañía de Arderiu y Riba, poetas catalanes; los tres habían perdido

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