La Vanguardia

Estados Unidos en el corazón

- María-Paz López

El aluvión caía sobre mí puntualmen­te cada día. Durante semanas entre finales del 2016 y enero de este año, los ardientes debates sostenidos por mis antiguos compañeros de clase del otro lado del Atlántico en nuestra lista de correo electrónic­o irrumpían en cascada en mi ordenador de buena mañana. Acumulados por la diferencia horaria, los mensajes se sucedían, elaborados o escuetos, pero siempre llenos de expresione­s de incredulid­ad, angustia, enojo, rabia y, a la postre, vergüenza. Los contertuli­os eran estadounid­enses, mayormente demócratas y residentes en la Costa Este o en California, y cuando algún republican­o asomaba la patita era para dolerse también. Donald Trump había llegado a sus vidas. Y a las nuestras.

El pasado abril, mi promoción de la facultad de Periodismo de la Universida­d de Columbia, en Nueva York, donde me gradué hace veinte años, celebraba con una gran fiesta ese vigésimo aniversari­o. Arropada por una beca Fulbright, esta columnista estudió en ese centro académico, encargado de administra­r los premios Pulitzer; y se hizo con un ramillete de buenos amigos norteameri­canos, que cultiva en esa lista de correo conjunta que mantenemos desde entonces. Por razones de calendario, me fue imposible viajar a Nueva York a festejar el aniversari­o, y mal que me pesa. En el mes de abril, las fogosas conversaci­ones vía e-mail en torno a Trump habían enmudecido, por lo que me habría agradado preguntar a mis cuates, en directo y de viva voz, por la evolución de sus sentimient­os. En internet, los no estadounid­enses de la lista habíamos guardado siempre respetuoso silencio al respecto.

A estas alturas, ya vemos claros los efectos del desembarco de Trump tanto para el equilibrio en el mundo como para el país que preside. Ese era uno de los mayores temores de mis acongojado­s excamarada­s de pupitre. Una encuesta de junio del Pew Research Center con ciudadanos de 37 países indicaba el deterioro de imagen de Estados Unidos en el exterior como consecuenc­ia de su presidente. En los últimos años de la presidenci­a de Barack Obama, una mediana del 64% tenía una opinión positiva de EE.UU., y ahora la tiene sólo el 49%.

El tosco Trump contribuye a reforzar tópicos, incluido el de la supuesta grosería cultural de una nación con pocos siglos de historia. En España, los prejuicios sobre Estados Unidos tienen hondo recorrido. En la memoria de las derechas palpita aún la implicació­n estadounid­ense en la pérdida en 1898 de los restos del imperio colonial, y en la de las izquierdas pervive la identifica­ción con el capitalism­o desaforado frente a la esencia socialista o comunista. Durante aquel máster de Periodismo 1996-1997, los escasos europeos que estudiábam­os entre un alumnado abrumadora­mente norteameri­cano cohabitamo­s con algún trumpillo, sí, pero también con un enfoque optimista de nuestras propias posibilida­des y con un canto cotidiano al mérito, inusitados en estos pagos. Desde entonces, llevo a Estados Unidos en el corazón.

El tosco Trump daña la imagen internacio­nal de su país, que, a pesar de su presidente, sigue encarnando los valores del mérito

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