El pueblo que hizo de la gamba su seña
Palamós ha salvaguardado las barracas de S’Alguer o Castell de la tentación urbanística
Cuando era todavía un niño de apenas seis años el ahora historiador Pere Trijueque se divertía persiguiendo a los pocos extranjeros que veía pasear por la playa de Sant Esteve, en la Fosca. Su familia tenía una de las cuatro barracas que, con la construcción desenfrenada de los años sesenta, fueron derribadas y engullidas por una urbanización. “Les invitábamos a comer y a beber y a que nos contaran cosas de su vida”, rememora.
A principios de los años cincuenta, los turistas extranjeros eran un rara avis en ese rincón de la Costa Brava, que vivía todavía de la industria corcherataponera –sector que en el momento de más auge llegó a ocupar a más de 3.500 personas– y de la empresa Vincke, dedicada a la fabricación de componentes para automóviles que el industrial alemán Enric Vincke creó en 1930. Una empresa, “muy avanzada” para la época en el trato con el trabajador, según recuerda la nonagenaria Maria Mauri. “Tenían duchas, máquinas para calentar comida y hacer cafés”, explica.
Durante la primera mitad del siglo pasado, Palamós era un pueblo eminentemente industrial, pero también de pescadores y portuario. En la década de 1950 había afiliados a la cofradía de Palamós más de 1.200 pescadores, hoy son 189 los que tienen su base en el municipio, pero aun así el sector pesquero sigue siendo una actividad económica destacada en comparación con otros lugares de Catalunya. La gamba roja de Palamós es seña y emblema de esta localidad que ha sabido aprovechar el tirón de este gustoso crustáceo para situarse también en el mapa del turismo gastronómico.
Un turismo que empezó a llegar en masa, como en otros tantos rincones de la Costa Brava, a partir de la década de 1960. “Los años sesenta y setenta se caracterizan por la destrucción de todo lo que era antiguo”, afirma Trijueque. Las grandes casas señoriales que construyeron los vecinos que se fueron a hacer fortuna a América o los grandes industriales del corcho en el paseo se destruyeron para dar paso a pisos o apartamentos. Pero en Palamós todavía es muy reconocible el casco antiguo, con su característica iglesia, y ha salvaguardado pintorescos rincones, como las barracas de S’Alguer o las de Cala Estreta, de las tentaciones edificatorias que también existieron. En la década de 1990, la presión popular impidió la construcción de 400 viviendas, un hotel y un campo de golf en uno de los pocos parajes vírgenes que existen en el litoral, la playa de Castell. Fue en ese lugar donde el pintor Josep Maria Sert adquiría en 1930 el Mas Juny, lugar de refugio de celebridades como Marlène Dietrich, Coco Chanel, Visconti y más adelante Walt Disney o Ava Gardner. También la actriz Madeleine Carroll que durante 35 años pasaba temporadas en su chalet de Torre Valentina, en Calonge, contribuyó a situar Palamós en el mapa. “Toda esta gente dio un fuerte impulso a un turismo de calidad”, explica el hotelero Josep Colomer, que dirigió el hotel Trias a partir de 1954, tomando el relevo a su madre Maria Trias, la gran impulsora del primer hotel del municipio creado en 1900.
Ahora la actividad corchera es testimonial y solamente existen tres pequeñas empresas que suman apenas una decena de trabajadores. En el puerto en el que se descargaban los fardos de corcho, hoy atracan unos 40.000 cruceristas que dejan unos 3 millones de euros. Con una decena de hoteles que suman unas 1.500 plazas, al margen de viviendas turísticas y segundas residencias, el Consistorio se marca como reto ampliar la oferta hotelera. El alcalde de la población, Lluís Puig, explica que quieren potenciar el entorno paisajístico y el patrimonio marítimo y pesquero –único es el Museu de la Pesca– para atraer a un público interesado mucho más allá del sol y la playa.