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La muerte del responsable directo del atentado de la Rambla, y la decisión de Donald Trump de enviar más tropas a Afganistán.
EL presidente de Estados Unidos, Donald Trump, asumió públicamente hace unos meses que la guerra de Afganistán “se está perdiendo”, por lo que había que tomar decisiones –que anunció esta pasada madrugada– consistentes en incrementar la presencia de tropas norteamericanas, tal como pedía el Pentágono y el jefe de la delegación militar en aquel país asiático, el general Nicholson. Pero lo realmente trascendental es un cambio en la estrategia con respecto a Pakistán, país que da cobijo a la insurgencia, y el objetivo de frenar el apoyo que presta Rusia a los talibanes con el argumento de ayudar a la lucha contra las tropas del Estado Islámico que dominan algunas zonas del este del país.
Es evidente que, desde que en el 2014 la OTAN (y Estados Unidos) dieron por concluida la misión en Afganistán y se inició la retirada, los insurgentes talibanes han ganado terreno, hasta el punto de controlar más territorio que en el 2001, cuando el presidente George W. Bush lanzó la ofensiva occidental. Además, la presencia de activas tropas del Estado Islámico en amplias zonas del este del país complica aún más la situación. Por último, la política de Pakistán –un aliado principal de Estados Unidos– de consentir los refugios de insurgentes en áreas próximas a la frontera, que los capacita para penetrar en territorio afgano para golpear al ejército y volver rápidamente sobre sus pasos, ha puesto a Trump contra las cuerdas.
Frente a los partidarios del “América primero”, que como el recién depuesto asesor Steve Bannon proponían abandonar totalmente Afganistán, Defensa y el Pentágono han insistido en recuperar el terreno perdido durante el último mandato de Obama mediante el envío de nuevas tropas. El dilema de Trump se ha resuelto en esta segunda dirección, con dos objetivos principales: amenazar a Pakistán con poner fin a las cuantiosas ayudas que le reporta ser un aliado preferente si no resuelve el problema de los refugios de talibanes, y parar los pies a Moscú. Hay pruebas de que los rusos podrían estar instalando incluso una base en territorio afgano controlado por la insurgencia, afirmación que Moscú rechaza, mientras, al mismo tiempo, recuerda las ayudas que los estadounidenses facilitaron a los talibanes afganos cuando luchaban contra la ocupación soviética.
Un marco que es todo un avispero, como complicada es cualquier relación con las autoridades de Pakistán, mientras los rusos ganan terreno en un área de la que fueron expulsados militarmente en 1992, y el Estado Islámico cobra cada día mayor importancia.