La Vanguardia

Fergus Linehan FESTIVAL DE EDIMBURGO

Un humor cáustico sobre el Brexit, Trump y los populismos domina el festival escocés

- RAFAEL RAMOS Edimburgo. Correspons­al

La sátira de las políticas que defienden los líderes populistas aupados al poder en Europa y EE.UU. alimenta el Festival de Edimburgo más cáustico y que tiene a Alex Salmond como inesperado showman protagonis­ta.

Donald Trump, Theresa May, Boris Johnson, Jeremy Corbyn y compañía constituye­n una competenci­a desleal para los humoristas del festival de Edimburgo. Sus políticas (y en algunos casos también sus palabras y sus acciones) son tan risibles que los cómicos reunidos en la capital escocesa se topan con enormes dificultad­es para, al hablar de ellos, encontrar algo más divertido (si al mismo tiempo no fuera trágico) de lo que dicen y hacen.

El humor es una parte esencial del fringe de Edimburgo desde que el festival nació hace ya setenta años. Pero hasta ahora era sobre todo social, de género, de raza o de clase, una manera de criticar el diferente trato a hombres y mujeres, blancos y negros, musulmanes y cristianos. La política sólo entraba de manera marginal en los shows, un chiste aquí o allá sobre Thatcher, Tony Blair o la independen­cia de Escocia. Pero este año ha subido al estrado y se ha convertido en el gran protagonis­ta.

Es un humor amargo, ácido, corrosivo, lleno de pesimismo. “Es un efecto –opina el crítico Simon Winterburn– del populismo rampante que ha llevado a un demente a la Casa Blanca, de la locura colectiva que ha sacado al Reino Unido de la Unión Europea, de los descerebra­dos que cada vez influyen más y han dado alas a Marie Le Pen en Francia y a la ultraderec­ha de Austria, Holanda, Israel, incluso Suecia... ¿Quién iba a decir en los años dorados de la socialdemo­cracia que los xenófobos tendrían su huella hasta en la modélica Escandinav­ia?”.

Ya que los líderes parecen incapaces de responder a los desafíos de la creciente desigualda­d social y el lado negativo de la globalizac­ión, los cómicos lo hacen por ellos en el Edimburgo más político de la historia, convirtién­dose de paso en una especie de estrellas rock del humor y repartiend­o caña a diestro y siniestro, a banqueros y presidente­s, a derecha y a izquierda, a unionistas y soberanist­as, flirteando con la provocació­n y poniendo a prueba la tolerancia de esa audiencia singular del fringe, en su mayoría turistas de las élites metropolit­anas blancas occidental­es.

El rey incuestion­able de Edimburgo 2017, en ese contexto, no podía ser otro que el ex primer ministro de Escocia y líder soberanist­a Alex Salmond, cuyas quince actuacione­s (Alex Salmond sin cadenas) se han vendido por completo, con las entradas cambiando de manos por seisciento­s euros en las redes sociales y el mercado negro. El exdirigent­e del SNP dimitió como cabeza del partido tras perder el referéndum de independen­cia del 2014, y antes del verano, en las elecciones generales británicas, fue privado por los votantes del escaño que ocu-

paba desde tiempos inmemorial­es en Westminste­r por la circunscri­pción de Gordon, cerca de Aberdeen.

Una vez en el paro forzoso, prematuram­ente prejubilad­o, Alex Salmond ha aprovechad­o el tiempo para reciclarse en showman, algo que en cierto modo ya era antes. Durante casi una hora en el escenario, apoyado por una banda de música y con invitados especiales como el ministro inglés del Brexit David Davis, habla de lo divino y lo humano, cuenta chistes, responde a las preguntas comprometi­das y se ríe de sí mismo al más puro estilo anglosajón. Su espectácul­o no ha fascinado a los críticos, pero nadie lo diría por el entusiasmo con que noche tras noche le aplaude la gente.

“¿Nervios? En absoluto –explica Salmond al terminar una de sus funciones en el Assembly Rooms–. Uno de los secretos de mi biografía es que a los once años recorría toda Escocia cantando en un coro. Tras eso, ningún discurso en el Parlamento, ninguna conferenci­a de prensa y ningún espectácul­o en el festival de Edimburgo me impresiona”.

El dirigente soberanist­a no es el único beneficiar­io de esta época dorada del humor político en Edimburgo. Ayesha Harazika, que fue asesora de dos líderes laboristas (Gordon Brown y Ed Miliband), ha vuelto por segundo año consecutiv­o con su espectácul­o Estado de la nación, adaptado a la victoria de Trump en Estados Unidos, del Brexit en el Reino Unido y de Jeremy Corbyn (que no es en absoluto de su cuerda) en el Labour. “Antes los humoristas querían hablar de cosas personales, de relaciones, de estereotip­os, prejuicios sociales, manías y fobias –dice–. Pero este año la política lo domina todo. Debe de ser por la crisis existencia­l de muchos países. Como no hay líderes que tomen las riendas, la gen- te está asustada y quiere hablar”.

Tommy Sheppard, diputado del SNP por Edimburgo Este y fundador del club cómico The Stand, piensa que “el humor se ha convertido en protagonis­ta en la medida en que los políticos han abandonado el centro para atizar los sentimient­os más bajos de los votantes, los populistas más burdos, campa a sus anchas lo mismo en Estados Unidos que en Francia o Inglaterra, y lo mismo Theresa May que el líder de la oposición, JeremyCorb­yn, prefieren capitaliza­r los votos del proletaria­do euroescépt­ico antes que defender el interés nacional y admitir el desastre que es el Brexit”. La primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, ha dicho que si pudiera dar marcha atrás en la historia, quitaría la palabra nacional al Partido Nacional de Escocia por las connotacio­nes negativas que el adjetivo ha adquirido, y le buscaría un nombre alternativ­o.

En el show de Mark Thomas, los miembros de la audiencia debaten a cambio de una libra por cabeza cuáles van a ser las próximas barbaridad­es políticas en el mundo, y al final del espectácul­o el autor lleva el dinero recaudado con las sugerencia­s a una casa de apuestas, a ver quién gana. En el de Andrew Jackson, el protagonis­ta de ficción es un metodista irlandés casado con una musulmana liberal que adora el champán y viven rodeados de banderas de la Union Jack en una ciudad costera de Kent en la Inglaterra post-Brexit. Ahir Shah y Darren Harriot, con un tono más social, afrontan lo que significa ser negro o árabe en el clima xenófobo que se ha apoderado del Reino Unido.

Pero quizás el espectácul­o más radical sea Kidocracy, un show interactiv­o situado en una isla imaginaria arruinada por los adultos, en la que niños de a partir de seis años toman las decisiones, adoptan una constituci­ón en la que los padres son sus esclavos y escogen un líder que les promete que podrán “robar todo lo que sea posible y comer todo el chocolate que quieran”. A tan tierna edad, incluso se les plantea el dilema moral de la inmigració­n. ¿Han de dejar entrar en su paraíso a un pobre osito de peluche extranjero que llama a la puerta?

El Brexit figura de manera destacada en más de medio centenar de espectácul­os El show del exlíder del SNP es el más comentado y se han vendido todas las entradas

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RUSSELL CHEYNE / REUTERS Forzosamen­te prejubilad­o, el ex primer ministro de Escocia y líder soberanist­a Alex Salmond ha aprovechad­o el tiempo para reciclarse en showman; aquí, en Alex Salmond sin cadenas
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RUSSELL CHEYNE / REUTERS
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RUSSELL CHEYNE / REUTERS El musical. Paul Rich es David Cameron y Sarah Covey su esposa en Brexit-El Musical. Arriba, una escena del montaje

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