La Vanguardia

Burbuja en la Sagrada Família

Los alrededore­s del templo siguen siendo un vivo y caótico hervidero, con un poso de tristeza

- Barcelona FELIP VIVANCO

Sagrada Família. Cinco en punto de la tarde. Todo en orden... o en desorden. Las grúas, la jungla de andamios, el bosque de palos de

selfies y de los banderines agitados por los guías que pasean a los crucerista­s. Estos, pese a estar en tierra firme, están mareados por tanto dato y tanta gente y tanta bicicleta y tanto carrito... Normalidad. Si es que es normal comprar turrón de Navidad en agosto, tirarse al suelo para hacer una foto de ángulo imposible o incluso seguir pagando 20 euros por una camiseta del Barça (versión mercadillo) con el nombre de Neymar Jr en la espalda en una tienda de recuerdos de la calle Mallorca. Justo la que está enfrente de la puerta donde está esculpido el padrenuest­ro.

Si no fuese por unos pocos detalles, más chalecos antibalas que de costumbre o alguna pancarta de #Notincpor en los balcones, sería difícil deducir que el pasado jueves la Rambla fueron objeto de un ataque mortífero. Algunos de los detenidos declararon ayer que su plan inicial era atentar en iglesias y monumentos, y la Sagrada Família es ambas cosas. La zona que la rodea es ahora mismo una burbuja que quiere elevarse para perder de vista la delicada realidad. La fragilidad. Una burbuja como las que hace un joven llamado Fuca. “Hoy es un día normal, como casi todos, excepto el de después de ataque”, describe. “Ese día había un silencio...”, recuerda uno de los agentes cívicos apostados en una esquina de la basílica a la vez que intenta que los peatones crucen por el paso de cebra y no por la calzada o el carril bici.

La normalidad que, con todas las comillas y el calor del mundo que ustedes quieran, se respira alrededor de la Sagrada Família se mide por el ángulo de las miradas de los visitantes. Nadie vigila de frente, ojo avizor ante un hipotético peligro, o con la mosca detrás de la oreja, o contando los agentes uniformado­s. Los ojos siguen mirando hacia abajo en busca del último watsap en el móvil o bien hacia el cielo, maravillán­dose por la arquitectu­ra del templo expiatorio, sus columnas, estatuas, mensajes.

“Honor, poder y fuerza”, reza uno de los mensajes esculpidos en una de la fachadas. “Barcelona is brave and united”, grita una pancarta en la calle Provença. Valiente y unida. “Barcelona es segura”, dicen sin pestañear el padre, la madre y los dos hijos mayores, una chica y un chico, de una familia berlinesa de origen kurdo-iraquí, los Al Massifi, que llegaron a la ciudad este lunes. “Podríamos haber anulado el viaje, pero no quisimos, queríamos ver lo bonito que es esto”, señala el padre apuntando al templo. ¿Y cómo se sienten como musulmanes? “Doblemente tristes, claro”, dice la niña, con un inglés infinitame­nte mejor que el de sus padres, que hablan en alemán. “Esa gente no tiene nada que ver con el islam”, zanja la mujer.

“Honor, poder, fuerza”, se lee en la basílica; “valentía y unión”, reza la pancarta de un balcón “Nos sentimos tristes por partida doble, esa gente no tiene nada que ver con el islam”

Es inevitable imaginarse, al menos por un instante qué hubiera pasado si. Porque las aceras que rodean la basílica son muy anchas, como las calzadas y los espacios verdes, y el acceso a ellas es, al menos en apariencia, franco. Durante el paseo, un camión de respetable tonelaje accede a la zona con maquinaria para la obra. Sin novedad, pero...

Los pensamient­os funestos desaparece­n casi enseguida ante el entusiasmo de la gente por estar viendo el templo en todo su inacabado esplendor. El trasiego. Las idas y venidas. Los mapas mal doblados. Los abanicos. Las gorritas de Mickey Mouse. Los vasitos de sandía cortada. Los buses turísticos. Ruta azul. Ruta verde. Ruta azul. Ruta verde. La alegría. El poso de tristeza. La alegría. El hervidero y la vida. “A los terrorista­s –apostilla un hombre entre la multitud– no podemos demostrarl­es otra cosa”.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain