La confrontación es global
Es difícil administrar el dolor y las emociones cuando un grupo de adolescentes deciden destruir cuantas más vidas posibles sin otro objetivo que matar por una causa que no entendemos. Estamos comprobando que muchos de estos jóvenes asesinos llevaban una doble vida en ciudades tan alejadas y tranquilas como Alcanar y Ripoll y estaban siendo adoctrinados por un maestro del odio para golpear indiscriminadamente la ciudad de Barcelona y Cambrils.
El mapa de la procedencia de los 15 fallecidos o de los más de cien heridos abarca treinta países, desde Australia hasta Estados Unidos pasando por Italia, Gran Bretaña o Alemania. Los ataques de Barcelona resultaron globales por la nacionalidad de las víctimas y también por seguir una pauta que empezó dramáticamente el 11 de septiembre del 2001 en Estados Unidos y ha golpeado con intensidad periódica en Madrid, Londres, París, Berlín, Niza, Bruselas y ahora Barcelona.
Todos estos atentados han sido ejecutados por yihadistas que pretenden destruir la civilización occidental. A esta lista de grandes atentados hay que añadir los que se han registrado en muchas capitales europeas siguiendo procedimientos muy primarios como cuchillos y otras herramientas domésticas que han causado muertes y han sembrado el miedo. Hay que añadir que el mayor número de víctimas de este terror yihadista se encuentra en los países de mayoría musulmana que temen todavía más las acciones criminales de los soldados del Estado Islámico.
Cada atentado con víctimas en una ciudad occidental provoca el miedo y el desconcierto en sus habitantes. Las muestras solidarias salen de las entrañas de la sociedad y llegan de todas las partes del mundo. Los gobiernos muestran inmediatamente su apoyo y se ofrecen para colaborar en combatir este tipo de terrorismo que se ha incubado en el interior de nuestras comunidades.
Es del todo innecesario entrar en batallas políticas internas sobre los atentados que distraen del objetivo fundamental de estudiar a fondo el problema que afecta a todo Occidente sin que se sepa cómo poner fin a este cuentagotas de macabras matanzas en lugares emblemáticos y muy transitados de países y ciudades.
Las fuerzas de seguridad han actuado con rapidez y profesionalidad. Desde los Mossos al resto de efectivos de la Guardia Urbana y la Policía Nacional. Han hecho lo que debían y es lógico el agradecimiento de la población y de los poderes públicos a su labor. Pero hay que analizar, sin ninguna intención de pedir cuentas a nadie, por qué los terroristas adolescentes se habían reunido durante un año recibiendo instrucciones de un imán con sede en Ripoll que, según indicios de la policía, murió en la explosión de una casa en Alcanar. Los servicios de inteligencia han prevenido muchas acciones terroristas pero no detectaron la que pretendía convertirse en una matanza todavía más numerosa en Barcelona, en Cambrils y otros puntos concurridos del país en un día de agosto.
Estamos ante un problema global de grandes dimensiones, y es urgente que se trate globalmente y no se caiga en la instrumentalización política interna de una tragedia que ha causado tantos muertos y heridos. Europa debe decidir qué hacer con los yihadistas con ciudadanía europea después de haber combatido con el Estado Islámico en tierras de Oriente Medio y haber regresado posteriormente a sus domicilios habituales. Y más importante todavía es cómo se efectua este reclutamiento.
Se va a plantear nuevamente el debate entre libertad y seguridad como ocurrió a partir del 2001 en Estados Unidos y en Gran Bretaña, Francia, Italia y Alemania en los pasados años. En España estamos en el nivel cuatro que se va a reforzar con efectivos complementarios, lo que equivale a reconocer que se ha subido al cinco. Es fácil caer en tentaciones islamofóbicas cuando los autores de los muchos atentados en Occidente son de procedencia musulmana. Pero sería un grave error culpar a los más de cuatrocientos mil musulmanes residentes en Catalunya de participar en las matanzas.
Está muy bien que entidades musulmanas se manifiesten contra el atentado de la Rambla. Pero hay que pedir a la comunidad musulmana que se involucre colectivamente en la lucha contra los fanáticos y terroristas que nos perjudican a todos y también a los musulmanes que conviven entre nosotros. Los musulmanes tendrían que ser los más interesados en erradicar estos grupos de terror y colaborar con la policía si se detectan acciones sospechosas.
Los terroristas quieren destruir nuestra civilización y tenemos el derecho y el deber de defenderla si es atacada de forma tan absurda, indiscriminada y barbárica.
Los yihadistas quieren destruir nuestra civilización y tenemos el derecho de defenderla con los medios adecuados