Soy huérfano por el terrorismo de ETA
Soy huérfano de ETA desde los tres años, cuando en 1982 un comando terrorista acabó con la vida de mi padre, el policía nacional Antonio Cedillo Toscano, en Errenteria. Me siento muy cerca de los atentados ocurridos en Barcelona. Soy capaz de sentir el dolor de los familiares de los asesinados, de los heridos y del conjunto de la sociedad que en estos días reclama unidad contra la barbarie. Me llegan con el mismo dolor las escenas de claro enaltecimiento del terrorismo que se permiten en homenajes a etarras en fiestas populares o a la salida de la cárcel. He nacido en democracia y entiendo que esto forma parte de un todo. Me duele, pero lo entiendo a pesar de que el caso de mi padre prescribió sin que el Estado persiguiera a los terroristas. Es injusto pero eran años difíciles para España.
Lo que no me resigno a entender es que la solidaridad sea efervescente. No me refiero a la ciudadanía anónima, que siempre tiene un gesto de cariño y respuesta, sino a la clase política. Solidaridad efervescente que se esfuma cuando el acto de homenaje acaba o los periodistas se han ido. Solidaridad efervescente que desaparecerá cuando hayan pasado semanas y el atentado cruel de Barcelona ya no ocupe portadas. Que nadie me malentienda: no pretendo vivir en la pena y así lo he demostrado las mil veces que me he caído y levantado sin dejarme arrastrar por la condición de víctima. La solidaridad se demuestra con hechos. O se revisa continuamente o se queda atrás. La atención a las víctimas del Ministerio del Interior lleva años siendo manifiestamente mejorable. Se ha estancado hasta el punto de no conocer la realidad de las víctimas y lo que pueden necesitar. La ley de Solidaridad del 2011 fue ambiciosa, pero dejó la puerta abierta a cabos sueltos que es necesario atar para cerrar heridas. Uno es que el Gobierno de turno no considere víctimas directas a los huérfanos que acrediten que sus secuelas tienen relación directa con el atentado. Para el Gobierno es cuestión de dinero, de pensiones, de indemnizaciones. Para los huérfanos es cuestión de reconocimiento, de dignidad, de justicia.
JOSÉ MIGUEL CEDILLO GARCÍA
Sevilla