Del dolor a la incertidumbre
Ahora los turistas cruzan el mercado de la Boqueria a toda velocidad, apenas se compran un zumo, y las cajas registradoras se resienten
Muchos tenderos del mercado de la Boqueria lamentan que el atentado de la Rambla ya se está notando en sus cajas registradoras. Poco a poco están regresando a la realidad, haciendo de tripas corazón, pasando del dolor a la incertidumbre. Las visitas de los turistas son de repente mucho más fugaces. En estos momentos los guiris no tienen ganas de inmortalizarse con una gran sonrisa junto a una cabeza de cerdo. Ahora cruzan el recinto a una velocidad muy superior a la acostumbrada, apenas se detienen para tomarse un vaso de zumo de frutas antes de marcharse, sus consumiciones se están rebajando... Los tenderos, sin embargo, confían en que todo sea circunstancial, que en pocos días todo sea como siempre...
“Estaba siendo un verano espectacular, mucho mejor que el anterior –dice María Gil tras el mostrador de un puesto atestado de cucuruchos de daditos de jamón serrano, uno de los aperitivos preferidos por los visitantes ocasionales–, y ahora la cosa está mucho más floja, sobre todo por las tardes. Los guiris están viniendo mucho más cohibidos. Apenas se quedan un ratito en el mercado, no tienen tantas ganas de cachondeo y están consumiendo mucho menos que la sema- na pasada. Esperemos que sea algo pasajero, que poco a poco regresa la normalidad... ¿y el cliente de la ciudad? bueno, las yayas de toda la vida continúan viniendo, pero estas mujeres apenas vienen una vez a la semana, compran únicamente cuatro cosillas, como siempre... Aquí vivimos principalmente del turista”. Son palabras que se repiten puesto tras puesto. “No se ve tanto movimiento –asegura Yamisela Cedeño entre especies–, y eso se nota en las ventas. Ayer algunos puestos cerraron más pronto de lo habitual”. “Se nota, hay menos gente que hace pocos días –tercia Laura Pateu–. Yo lo noto en el ruido, en que no hay el bullicio típico del mercado. Todo es muy extraño”.
Sí, la verdad es que el silencio entre los puestos resulta un tanto inquietante, impropio de este lugar. Uno puede moverse con una soltura inusitada entre los expositores. Agosto siempre fue guirilandia en la Boqueria. Pero estos días no hay problema para, a la hora de comer, encontrar un espacio con sombra en el gran merendero en que se convirtió toda la plaza Gardunya. Una pareja de visitantes de Southampton explica que todo se les antoja demasiado solemne, cargado de drama, poco estival. “Lo que ocurrió fue horrible –dicen los turistas–, y aún está todo muy presente. Uno no está cómodo siendo turista de esta manera”. Nadie quiere que le tachen de frívolo, sarcástico, superficial...
El camino a la Boqueria está flanqueado de tenderetes atestados de mensajes solidarios, de centenares de velas y ramos que rinden homenaje, de miles de pósits que reflejan tanto dolor... Algunos turistas entran en el recinto del mercado con el rostro súbitamente compungido. El altar del centro del paseo es sobrecogedor. A cualquiera se le encoge el corazón. A los turistas enseguida les aprietan las ganas de marcharse a un lugar mucho más lúdico. Y Pepita, de 88 años, asegura que es cliente de la Boqueria de toda la vida, que ahora que está sola en casa pues ya no compra tanto como antes, pero que a pesar de ello continúa viniendo todos los días, aunque sea para comprar un trozo de tocino.
Los tenderos confían en que poco a poco los puestos repunten y recuperen su tradicional bullicio