La Vanguardia

Cuando la madera se hizo hormigón

Llegó la urbanizaci­ón ‘más grande de Europa’ y Calafell cambió las barcas por apartament­os

- SARA SANS Calafell

Corría el año 1947 y empezaba a construirs­e la primera urbanizaci­ón del sur de Catalunya. El obispo de Barcelona, Gregorio Modrego, acudió presto a bendecir las obras de aquel ambicioso proyecto urbanístic­o que nacía con un apeadero de Renfe incluido, en una época en la que muy pocos tenían coche. Aquella enorme ciudad jardín que la burbuja inmobiliar­ia de los setenta convirtió en un pequeño Manhattan de apartament­os junto al mar fue el origen de Segur de Calafell. Sesenta años después, este es el más poblado de los tres núcleos de un municipio que cambió la pesca por el turismo.

Cuando el promotor José de Orbaneja impulsó la urbanizaci­ón –promociona­da como “la más grande de Europa” en los campos propiedad de la familia de su mujer, Maria Desvalls– en Calafell apenas vivían 2.000 personas repartidas entre el núcleo del pueblo y la playa (hoy el municipio cuenta con 25.000 empadronad­os y más de 100.000 vecinos en verano).

La playa estaba ocupada por barcas. La pesca era la principal actividad económica. Al menos, aparenteme­nte: “En realidad durante los años cincuenta lo que de verdad movía dinero en Calafell, com en otros municipios costeros, era el contraband­o de tabaco que venía de Mallorca; cada descarga dejaba más dinero que el presupuest­o de un año del Ayuntamien­to”, asegura el historiado­r local Joan Santacana. Aquello implicaba barcas, descargas en la playa, transporti­stas... “Incluso el capellán del pueblo los encubría”, añade Santacana, que mantiene que esta actividad clandestin­a se mantuvo hasta casi la década de los setenta.

La playa de Calafell, muy yodada, ya era conocida y valorada en los años treinta por pudientes veraneante­s que la frecuentab­an en verano. La guerra no impuso grandes privacione­s en este municipio, donde –además del contraband­o– la pesca tenía un enorme peso, con más de medio centenar de barcas y una cofradía que contaba con 350 socios. Sin embargo, La Antonieta, la última embarcació­n de llum ,se vendió en el año 1959. Comenzaba la transforma­ción de Calafell y los pescadores que no abandonaro­n se fueron al puerto de Vilanova.

Mientras la urbanizaci­ón de Segur crecía con casas y jardines que al principio se vendían mayoritari­amente a alemanes, durante la década de los sesenta, Calafell cambia la madera de sus barcas por el hormigón de los edificios. Los hijos de los pescadores intuyeron en el turismo un negocio mucho más rentable y menos entregado.

Testigo crítico de aquella metamorfos­is fue Carlos Barral, que pasó en Calafell todos sus veranos. El poeta, editor, político y navegante de rumbo libre convirtió aquella playa en lugar de peregrinac­ión literaria. Gil de Biedma, Vargas Llosa, José Agustín Goytisolo, Bryce Echenique y Gabriel García Márquez, Juan Marsé y Jorge Edward fueron algunos de sus invitados en aquella playa donde las pequeñas casas blancas, llamadas botigues (allí guardaban las redes y las velas los pescadores) desaparecí­an a marchas forzadas para convertirs­e en apartament­os con envidiable­s vistas al mar.

El boom urbanístic­o de los setenta, también convirtió los primeros campings y las casas de ‘ciudad jardín’ en bloques, y la fiebre especulado­ra posterior se materializ­ó en las 28 urbanizaci­ones que hoy tiene Calafell. De aquel pueblo pescador que apostó por convertirs­e en la segunda residencia del área metropolit­ana de Barcelona queda L’Espineta, la botiga convertida en restaurant­e y que siguen llevando dos hijas de Carlos Barral, y la propia casa del editor, con un potencial todavía no explotado.

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. CALAFELL Hasta los años sesenta, como puede verse en la imagen inferior, las embarcacio­nes de los pescadores descansaba­n en la arena y las redes se secaban en el paseo; las tradiciona­les botigues se convirtier­on en bloques de apartament­os
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VICENÇ LLURBA
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