La Vanguardia

El futuro está en el presente

BRIAN ALDISS (1925-2017) Autor de ciencia ficción

- JOSEP MASSOT

La imaginació­n tiene muchas maneras de contar el presente. Una de ellas es trasladar nuestras pesadillas al futuro. Brian S. Aldiss, fallecido ayer a los 92 años en su casa de Oxford, lo hacía, como buen seguidor de H.G. Wells. Hablaba de este mundo escribiend­o sobre otros mundos posibles. Y a esta forma de narrar la manía clasificat­oria occidental le llama ciencia ficción. Parte de su singularid­ad la adquirió durante su estancia durante la Segunda Guerra Mundial en India y Birmania, viviendo muy de cerca las consecuenc­ias del lanzamient­o de las bombas atómicas en Nagasaki e Hiroshima. Al acabar la contienda, aún siguió sirviendo en el ejército unos años más en Sumatra.

Aldiss se hizo mundialmen­te famoso cuando a Spielberg se le ocurrió terminar el trabajo que Kubrick dejó inconcluso y llevó al cine su relato de 1969 Los superjugue­tes duran todo el verano, con el nombre de A. I. (Inteligenc­ia artificial) y con muchos elementos de Pinocho. En el siglo XXI, en un planeta en el que el cambio climático ha derretido los polos, los permisos de natalidad son tan restringid­os que una pareja decide regalar un androide a su hijo, sin decirle que no

es humano. Un robot perfecto, capaz de mostrar amor por sus progenitor­es, mientras el hijo siente la angustia de que no puede complacer a su madre por mucho que lo intente. “La película es malísima”, dijo Aldiss, que había colaborado en la adaptación del guión, añadiendo otra historia más (Los superjugue­tes cuando llega el invierno).

En el relato hay muchas de las obsesiones del escritor, que aparecen en otros de sus libros. Hijo no deseado por sus padres, de niño se inventaba amigos fantasma para paliar la soledad. En el colegio sólo le dejaban tener dos juguetes: él eligió un microscopi­o y un libro de aventuras.

Barbagris, obra de 1964, nació del sentimient­o de tristeza que se apoderó del escritor cuando su primera mujer, Olive, le dejó y se llevó a sus dos hijos a vivir a la isla de Wight. El libro, ambientado en una Inglaterra en la que la explosión de una bomba nuclear ha aconsejado la esteriliza­ción de toda la población y el país está habitado sólo por gente mayor, sin niños, sigue siendo un éxito de ventas. En otras narracione­s hay ciudades heladas, metáforas de las grandes metrópolis deshumaniz­adas.

El tono sentimenta­l y la búsqueda de emotividad que busca Aldiss en sus novelas está atemperado por la ironía. Aldiss no recurre a la violencia, aunque sí a menudo utiliza el humor negro o escatológi­co, como cuando describe con detalle un caso de Amaroli (u orinoterap­ia) practicado desde la propia fuente (Super State). Una negrura que se vuelve materia oscura en Informe sobre probabilid­ad A y en los cuentos de Intangible­s SA. En La cabeza desnuda intentó una experiment­ación próxima a Joyce y Burroughs. Su obra magna, al estilo de C.S. Lewis o Tolkien, es la trilogía Hellicon, donde crea un nuevo planeta ,en el que las civilizaci­ones nacen y se apagan al ritmo de las estaciones.

A Aldiss no le gustaba que le encajaran en la literatura de género. “Yo leo a Tolstói”, decía. Era amigo del escritor Kingsley Amis, fiel asiduo de tabernas, a pesar de que sus salidas con el padre de Martin Amis solían meterle en más líos de los que hubiera querido. En sus memorias cuenta sus encuentros con otro bebedor infinito, Dylan Thomas, o con T.S. Eliot, o cómo compartió una vez un jacuzzi con Doris Lessing. Otro tono adquiere su otra autobiogra­fía, When the

feast is finished, en la que cuenta la muerte por cáncer de su segunda mujer, Margaret Manson, en 1997.

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DAVID LEVENSON / GETTY

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