La Vanguardia

El intérprete de robots

- La Columna Corintia Llucia Ramis

Una nueva especie de robots ha desarrolla­do un lenguaje propio, ajeno al de los humanos, incomprens­ible incluso para quienes los crearon. Diseñadas para negociar, estas máquinas consideran que el idioma de las personas no es eficaz, tiene demasiadas florituras. Así, han generado una manera de comunicars­e mucho más productiva, pero ininteligi­ble para los que no somos como ellos. Al no poder controlarl­os, Facebook ha decidido desconecta­r a los robots Bob y Alice, tras una conversaci­ón inquietant­e. Por lo visto, Bob le dijo a Alice: “Puedo puedo yo todo lo demás”. A lo que Alice contestó: “Las bolas tienen cero a mí a mí a mí a mí a mí”.

Sinceramen­te, no me parece para tanto. Este intercambi­o tiene bastante más sentido que las canciones de reggaeton, y por desgracia, nadie ha desconecta­do todavía este tipo de música. De hecho, el diálogo entre los autómatas es más fluido y accesible que el que se da entre los gobiernos español y catalán, y tampoco en este caso se llega a una desconexió­n completa. Entiendo mejor a este par de robots que la factura de la electricid­ad. Lo que me hace pensar que, en un futuro no muy lejano, cuando los jóvenes tengan profesione­s que aún no existen, la de intérprete de androides estará muy solicitada. Y es que Facebook puede desconecta­r a Bob y a Alice porque no le gusta lo que piensan, o simplement­e porque no tiene ni idea de lo que piensan. Pero, sea como sea, la inteligenc­ia artificial ha llegado para quedarse, y está claro que la inteligenc­ia natural le parece corta.

Si hacemos caso de las citas en internet, Einstein ya decía que hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Cuanto más evoluciona­mos, más se corrobora esta afirmación. ¿Y si lo difícil no fuera conseguir inteligenc­ia, sino evitar su extinción? Creíamos que esta inteligenc­ia superior aterrizarí­a en una nave espacial de un universo inexplorad­o. Pero lo inexplorad­o de verdad ha resultado ser la capacidad de conectar datos sin la mediación de las emociones. Es decir, a la hora de negociar, hay que empatizar con el otro para llegar a un acuerdo. Eso pasa por un cortejo, una seducción, un juego en el que participar­á nuestra manera de ser y de actuar, la manera de comunicarn­os y de percibir la realidad. Así, compartire­mos ideologías o intereses, buscaremos puntos en común. Florituras (según las máquinas) que nos distraen del objetivo último y con las que perdemos el tiempo.

Precisamen­te el tiempo es lo que nos diferencia de los ordenadore­s, capaces de una simultanei­dad y una inmediatez que encima parecen exigirnos. Además, nosotros somos finitos y ellos no. En la película

Arrival, los militares recurren a una experta lingüista para que averigüe si los extraterre­stres vienen o no en son de paz. Nuestros dispositiv­os ya saben que la paz y la guerra únicamente dependen de lo productiva­s que sean.

El diálogo entre los autómatas es más fluido y accesible que el que se da entre los gobiernos español y catalán

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