Intensidad emotiva en el Poble Espanyol
PJ Harvey volvió a Barcelona con un impecable y entregado concierto centrado en su dos últimos álbumes
Hay algo maravillosamente dramático en el show/concierto/ceremonia que está ofreciendo PJ Harvey en su presente gira, aunque eso no es una gran novedad tratándose precisamente de ella, toda una fuerza creativa e interpretativa desde hace años y cantautora de perfil único. Y en la tarde-noche de ayer se volvió a certificar esa fuerza escénica, a ratos épica, en la plaza mayor del Poble Espanyol, que presentó una buena entrada de 3.000 conocedores.
Y es que aunque Harvey ya ofreció concierto barcelonés con parecido motivo en fecha relativamente cercana (hace un año en el festival Primavera Sound para presentar el flamante material de The Hope Six Demolition Project) su estado de gracia y de emoción creativa –aunque parca en palabras– hace de cada concierto suyo un placer de compleja definición.
Su aparición en el escenario a las nueve menos cuarto (quince minutos de retraso en un recinto que tenía que estar libre a una hora nocturna temprana por razones de rentabilidad turística) estuvo rodeada de una cierta solemnidad, acompañada de una banda de nueve miembros trajeados en tonos oscuros como ella (con minifalda y adornos capilares). Fue una intensa noche sonora desde ese arranque, donde transitaron sobre todo sobre el contenido de sus dos últimos álbumes, el citado Hope... yel glorioso Let England shake . En la hora y media de intensidad algo comprimida pero donde cupieron cerca de veinte cortes, una de las sensaciones finales que el aficionado pudo tener es haber visto inundado por un torrente definido por la cautivadora voz de Polly Jean Harvey, las guitarras eléctricas o el sonido abrasador y un punto sucio de los saxofones.
Con los percusionistas de la macrobanda –Kenrick Rowe y JeanMarc Butty– abriendo la irrupción del grupo, comenzó un concierto que además tuvo un evidente ingrediente de teatralidad. Desde los primeros acordes de la inicial Chain of keys, donde ella formó una pequeña sección de viento junto a los poderosos sopladores Terry Edwards y Enrico Gabrielli, aquello también destiló una sensación casi táctil de músculo y poderío, siempre en términos de intensidad poética y concienciada, donde ayudó una escenografía lumínica efectiva y nada arabesqueada.
Rodeada por Alessandro Stefana, James Johnston, Mick Harvey (antiguo miembro de los gloriosos Bad Seeds de Nick Cave) y el fundamental John Parish, aquel colectivo funcionó con exactitud, no se oyó ni una nota de más y ninguno de ellos se solapó con los otros en el abundante trajín de instrumentos.
Todo en beneficio de una amplitud de registros que se materializaron, entre otros, en la agitada The words that Maketh Murder , la punkie 50ft Queenie, la más gimiente To bring you my love (estas dos últimas de sus primeros álbumes, y que fueron especialmente aclamadas) o la descomunal The Ministry of Social Affairs.
Rodeada de una gloriosa macrobanda, la inglesa demostró su condición de cantautora única