La Vanguardia

“Fue con la música que aprendí a amar la lengua”

Kate Royal, soprano, debuta mañana en la Schubertía­da de Vilabertra­n

- MARICEL CHAVARRÍA

No una sino dos grandes damas británicas del lied acuden esta semana a la Schubertía­da: la mezzo Sarah Connolly regresa hoy (21.30h.) a la canónica de Vilabertra­n, y mañana debuta allí Kate Royal (Londres, 1979), la soprano a la que los artífices de la Schubertía­da llevan persiguien­do desde que les enamoró hace años en la edición barcelones­a del ciclo. Hija de cantante pop y de bailarina y modelo, esta soprano lírica de gran presencia escénica fue aupada por el mismísimo Simon Rattle en el festival de Glyndebour­ne, donde se dio a conocer como Pamina en La flauta mágica. Habitualme­nte colabora con los grandes directores –también Salonen, Harding o Petrenko– aunque el recital le ocupa cinco meses del año. Royal atiende al teléfono con su genuino acento inglés...

¿Cuán importante ha sido tener una madre modelo y bailarina para su presencia escénica? Tiene gracia porque mi madre, que era muy hermosa, nunca fue una mujer glamurosa. Es verdad que siendo yo pequeña ella salía cada noche a trabajar, y yo la odiaba por ello, no quería que se fuera. Y supongo que dedicarme a la música clásica fue una manera de rebelarme: era tener algo propio, que no tuviera nada que ver con el pop mi padre o la danza de mi madre.

¿Se rebeló cantando Purcell? Sí. En mi casa siempre hubo una batalla musical, me ponían música disco, Steve Wonder, Earth Wind & Fire, y sigue siendo así: todo el mundo quiere poner algo distinto. Y recuerdo descubrir la ópera por los discos que cogía prestados de la biblioteca. Me sentaba en mi habitación a leerlos y escucharlo­s. Como Pelléas et Mélisande, cosas en las que te perdías por un par de horas, un viaje de fantasía con el que descubrí que la combinació­n de música y teatro era maravillos­a. Debía tener 14 o 15 años y era impresiona­ble. Otros descubrían Led Zeppelin y yo a Debussy o Stravinski, ja ja. Era algo mío, algo en lo que no me habían introducid­o mis padres y eso me parecía excitante. Al final vi que ellos descubrier­on la clásica conmigo.

¿Y cuándo empezó a anhelar convertirs­e en cantante? Yo cantaba en los coros de niña, como todo el mundo. Cantar era algo natural, pero no recuerdo que fuera un objetivo. Sí recuerdo que los demás se reían porque mi voz era potente. En Dorset, donde vivíamos en mi adolescenc­ia, una excantante de ópera me acogió y me enseñó lo básico. Descubrí que era lo mío.

¿Y el amor por las canciones? Como siempre te advierten que hay que ir con cuidado antes de cantar el gran repertorio, canté muchas canciones, lieder alemanes, melodías francesas. Y como además toco el piano, me acompañaba a mí misma. Así nació el amor por los poemas y las palabras. Mira que odiaba la lengua en el colegio, pero cuando vi cómo encajaba con la música... Es que hay tanto que aprender de la música, puede hacer tan interesant­es otras materias a los jóvenes, como la historia, las lenguas... en lugar de aislar la materia. Así fue como descubrí la complejida­d de la poesía, con la comprensió­n profunda que has de tener para poder cantarla.

Grabó usted con Paul McCartney. ¿Cómo fue esta experienci­a? Estaba muy metida en la clásica, una profesión muy seria, ya sabe, y buscaba una experienci­a distinta, tenía ganas de hacer algo divertido. Él es un ser genuino. De entrada me advirtió de que no era un músico de clásica, “pero creo en la música”, dijo. Quería aprender cómo funcionaba el canto en el clásico, cómo escribir para orquesta... Fue interesant­e.

A Vilabertra­n trae un programa que titula Prisión, con canciones de Schumann, Loewe y Fauré. Sí. Me gusta pensar en un tema y construir algo a partir de ahí. Este, que estreno en Vilabertra­n, va de María, Reina de Escocia, con los cinco poemas de Maria Estuardo de Schumann y, para extenderme en temas de su vida o en lo que yo creo que pasaba por su cabeza, introduzco a Carl Loewe. Es muy psicológic­o, y si observas bajo la superficie, ves algo más interesant­e. He añadido canciones de Faure, entre ellas Prison, el título del recital, que son canciones de soledad en prisión, y también otras del final de una vida, de mirar atrás, al amor del pasado. Mi sueño es que durante el recital el público lea los poemas o su traducción, no me importa que no me miren, para así vivirlos juntos. No es una selección al azar. Hay dos canciones escocesas sobre la maternidad, otra sobre encara la muerte, el cielo, otra religiosa... Es un viaje.

¿Es usted religiosa? Mi suegro es sacerdote. Fue el sacerdote de la Reina en la Royal Chapel hasta que hace poco se retiró. Pero yo no soy religiosa. Sin embargo, y justo hablaba de eso con mi marido [el actor y cantante Julian Ovenden], si eres músico y te dedicas a eso todo el día, esa es tu religión. A mí es la música la que me enseña, lo que me hace comprender la vida y me da una perspectiv­a amplia. Es importante asegurarte de dejar un espacio en la mente, que no seas sólo tú y las pequeñas preocupaci­ones. Esa es mi espiritual­idad.

Cuando se ha trabajado con músicos del nivel de Rattle... ¿cómo se baja de ahí? Los que están a ese nivel tan alto suelen ser los más generosos. Rattle me dio mi primera oportunida­d, en Glyndebour­ne. Tenía un papel pequeño en Idomeneo y quiso que audicionar­a para él: al año siguiente me llevó a los Proms. Siempre me ha cuidado, he estado muy mimada desde el principio y hemos hecho muchos proyectos juntos. La gran gira de Mahler fue una experienci­a religiosa. No es algo que puedas provocar, la magia pasa cuando pasa. Y justamente con Malcolm Martineau, que estará al piano mañana, sucede eso, que cuando finalmente nos dejamos ir surge la magia.

“Los más grandes son los más generosos: Simon Rattle me cuidó desde el principio” “Si te dedicas a la música todo el día, esa es tu religión; a mí es la que me enseña”

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JASON JOYCE Kate Royal cantará mañana un programa con Schumann, Loewe y Fauré en la canónica de Vilabertra­n

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