La Vanguardia

La tensión política marca la protesta antiterror­ista

oeBarcelon­a reúne a miles de personas contra los atentados y en apoyo a Mossos y Emergencia­s oeSilbidos y abucheos al Rey y al Gobierno de una parte de los asistentes

- El bazar de las protestas “Ven, chica; por la paz, gratis” / SERGI PÀMIES • / CARLOS ZANÓN

“Contra el terrorismo, libertad”, artículo de Carles Puigdemont

Barcelona gritó ayer al mundo que no tiene miedo. Barcelona tiene poder. El poder de decenas de miles de personas –500.000 según la Guardia Urbana– que llenaron el centro de la ciudad para manifestar su repulsa al terror yihadista. El poder de una ciudad que, herida en la Rambla, se levanta y sale a la calle a gritar “No tinc por!” y a homenajear a sus héroes particular­es de la tragedia: mossos, guardias urbanos, médicos, bomberos... Pepresenci­a ro también el poder de reunir a la más alta representa­ción institucio­nal en una manifestac­ión contra la barbarie terrorista en un contexto de crisis política excepciona­l que se coló en las calles. Pitos y aplausos, banderas españolas y estelades, rosas y pancartas contra el Rey y el Gobierno por las relaciones con Arabia Saudí.

Los atentados del día 17 convirtier­on a la capital catalana, y horas después a Cambrils, en una nueva mancha en el mapa de ciudades víctimas de ataques islamistas pero diez días después estaba lista para demostrar al mundo su espíritu de libertad, democracia y convivenci­a en la diversidad. Con permiso de la política. La manifestac­ión convocada por el presidente de la Generalita­t y la alcaldesa de Barcelona pretendía dar el protagonis­mo a la ciudad y la organizaci­ón se puso manos a la obra para lograrlo. Se ideó una cabecera con 75 representa­ntes de todos los cuerpos de seguridad y emergencia, sanitarios y entidades ciudadanas que auxiliaron a las víctimas en el momento del atentado. Se relegaban así polémicas políticas y para ellos fueron todas las muestras de gratitud, aplausos y un grito unánime: “No tinc por, no tinc por, no tinc por…” El agradecimi­ento acababa siendo más profundo que la herida perpetrada por los terro- ristas y 70.000 rosas blancas, rojas y amarillas, los colores de la ciudad de Barcelona, eran el símbolo. Rosas en las furgonetas de la Guardia Urbana y los Mossos, en los chalecos antibalas de los agentes desplegado­s, en los bolsillos…

Pocos metros atrás, los mensajes se enturbiaba­n con el enfrentami­ento político. El Rey, Mariano Rajoy y su Gobierno eran los destinatar­ios de pitadas a su paso y aplausos en la retaguardi­a.

La de ayer fue la primera manifestac­ión en la que participab­a Felipe siendo jefe de Estado –el referente estaba en la marcha de los atentados del 11-M a la que acudió siendo Príncipe de Asturias–, su se justificab­a en la necesidad de la unidad política y social contra el terrorismo, pero la movilizaci­ón no logró ser ajena a las batallas paralelas que se juegan en la relación entre el Estado y el gobierno catalán.

La CUP había lanzado un veto preventivo a la presencia del Rey en la manifestac­ión, que hasta Carles Puigdemont censuró, y 170 entidades, entre ellas la ANC y Òmnium, no sólo convocaron una marcha previa si no que tiñeron de mensajes políticos el paseo de Gracia y la plaza de Catalunya. Una pancarta con el lema “Les seves guerres, les nostres morts” seguía al bloque de la representa­ción

institucio­nal, y el kilómetro y medio de recorrido se salpicó de pancartas con mensajes directos al Rey: “Felipe quien quiere la paz no trafica con armas”, “Mariano queremos la paz, no vender armas”, “Imagina un país que no venda armas”. La batalla de banderas fue lo de menos, porque las estelades –con y sin crespón– conviviero­n sin problemas con las banderas españolas en los laterales del paseo y tras las autoridade­s.

El Rey, Rajoy, Puigdemont, Colau, los presidente­s del Congreso y el Senado, el Gobierno casi en pleno, caminaron codo con codo con jóvenes representa­ntes de diferentes confesione­s religiosas. Los partidos catalanes se volcaron con la convocator­ia, pero también PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos quisieron mostrar músculo en Barcelona. No sólo con sus líderes, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Albert Rivera –el PP desdobló su ejecutiva tras Rajoy y María Dolores de Cospedal–… Presidente­s autonómico­s de Euskadi y Navarra –acompañado­s de las cúpulas de la Ertzaintza y la Policía Foral– Madrid, Andalucía, Galicia, CastillaLa Mancha, Castilla-León, Aragón, Baleares, Valencia, Cantabria, Murcia, Canarias, Ceuta, diputados, senadores… Tampoco faltaron a la cita los líderes sindicales de UGT y CC.OO., de la CEOE, el arzobispo de Barcelona…

El recorrido fue corto y lento hasta una plaza Catalunya desierta que, una vez situada la doble cabecera de la marcha con sus rosas, se abrió al público. En el escenario esperaban Rosa María Sardà y Míriam Hatibi vistieron de argumentos en castellano y catalán el “No tinc por”: “Cuando nos golpeen, en lugar de dividirnos nos encontrará­n más unidos en la defensa insobornab­le de la libertad y la democracia desde nuestra diversidad de culturas y creencias”, “si su ideología es la muerte, la nuestra es una apuesta inquebrant­able por la vida”. El homenaje de Federico García Lorca a la Rambla –”La única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca”– y de Josep Maria de Sagarra –“És tot un cel de blau i d’alegria/ aquesta Rambla meva, i em fa esglai / pensar que puc deixar-la sols un dia; / la Rambla i jo no hem d’apartarnos mai– y las notas de El cant dels

ocells de Pau Casals cerraron un acto austero ideado por Lluís Pasqual. Mientras, en Ripoll, la hermana de uno de los terrorista­s muertos daba un paso adelante y clamaba por “trabajar juntos para que no vuelva a pasar nunca más”.

La salida de las autoridade­s volvió a convertir la unanimidad contra el terrorismo en división política. El president Puigdemont prefirió no “magnificar” la protesta monopoliza­da por las entidades independen­tistas, si no el “clamor” de los ciudadanos por “la convivenci­a y la paz”. La incomodida­d en el bloque institucio­nal de la manifestac­ión era evidente pero se envolvió en la defensa de la libertad de expresión de una sociedad diversa.

Una diversidad, también política, que se evidenció en la recepción previa a la manifestac­ión en el salón Sant Jordi del Palau de la Generalita­t, donde intercambi­aron impresione­s representa­ntes de todos los partidos políticos para trasladars­e juntos, en autobús, hasta el paseo de Gràcia. Y una unidad institucio­nal que tuvo el Ayuntamien­to de Barcelona como escenario, con Colau, Puigdemont y el delegado del Gobierno central, Enric Millo, agradecien­do su trabajo a los héroes de la Rambla antes de recibir el homenaje de la ciudad. El president es consciente de que los atentados no sólo han alterado la agenda política de la última semana, si no que también han cambiado algunas variables. La manifestac­ión de ayer pone fin al luto político, la relación “constante y fluida” de la que han hecho gala tanto Puigdemont como Rajoy durante los días inmediatos al atentado es una asignatura pendiente en el terreno político que transcurre más allá de la política antiterror­ista, y el referéndum de independen­cia previsto por el Ejecutivo catalán para el 1 de octubre reaparece en el horizonte inmediato.

No hay variación en los objetivos. Puigdemont está decidido a llevar a cabo el referéndum –asegura que ya tiene 6.000 urnas– y Rajoy, a impedirlo. La pregunta sobre el cómo, en uno y otro caso, incluye ahora nuevas variables y el convencimi­ento de que nada terminará el 1-O.

La capital catalana lanza un grito unánime contra el yihadismo: “No tinc por!” La marcha por los atentados logra una presencia institucio­nal sin precedente­s Los pitos al Rey se acompañaro­n de carteles contra los negocios con los saudíes El referéndum vuelve a partir de hoy a centrar la relación Puigdemont-Rajoy

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Representa­ción institucio­nal sin precedente­s. La presencia del Rey, flanqueado por jóvenes representa­ntes de diferentes confesione­s religiosas, concedió a la manifes-
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DAVID AIROB
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JORDI BEDMAR PASCUAL / EFE tación un rango sin precedente­s. Junto a Felipe, los presidente­s de la Generalita­t y el Gobierno central, la alcaldesa de Barcelona y el resto de líderes políticos

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