La Vanguardia

Unidad impostada

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DE la cabecera política de la manifestac­ión de Barcelona contra el terrorismo emanaba la tensión que subyace en estos momentos en Catalunya y que se iba diluyendo a medida que se avanzaba hacia la cola de la marcha. La concentrac­ión fue una muestra de la pluralidad de esta sociedad, pero tampoco nos engañemos, también fue el reflejo de la enorme fractura que la atenaza. Algo extraño está sucediendo cuando resulta tan difícil aglutinar sin recelos a institucio­nes y ciudadanos contra el terrorismo después de una masacre como la sufrida.

La Guardia Urbana facilitó la optimista cifra de medio millón de asistentes. Acudieron muchísimos ciudadanos de buena fe, pero no fue una manifestac­ión que impresiona­ra por su capacidad de convocator­ia en una ciudad que ha protagoniz­ado grandes movilizaci­ones. Quizá exista cierta resignació­n ante un fenómeno como el del yihadismo, que no alcanzamos a comprender y con el que intuimos que tendremos que convivir. Pero lo cierto es que los dirigentes políticos de los gobiernos catalán y central, así como representa­ntes de la llamada sociedad civil, no crearon el clima adecuado en los días previos, más allá de llamamient­os protocolar­ios a la participac­ión. Mientras unos insinuaban que la manifestac­ión podía servir para reclamar la independen­cia, otros replicaban con la unidad de España, y algunos más preparaban una protesta contra el PP, la monarquía o la venta de armas… Demasiados cálculos políticos que no contribuye­ron a crear un verdadero sentimient­o de repulsa colectiva.

Era una prueba difícil, y los ciudadanos la superaron. No es la primera vez que vivimos protestas contra el terrorismo marcadas por la tensión política, y la mayoría ha sabido estar por encima del cisma institucio­nal. La cercanía entre estelades y banderas españolas no provocó ni un solo roce. Un civismo impecable –silbidos aparte–, pero habrá que reconocer que la unidad exhibida ha sido impostada.

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