La Vanguardia

El secreto de Highgate

La tumba en Londres de Elizabeth Siddal es un icono romántico. ¿Su misterio? Que ha acogido algo más que un cadáver

- MIQUEL MOLINA Barcelona

Recordada para la posteridad como la Ofelia de Millais, Elizabeth Siddal falleció en 1862 y fue enterrada en el cementerio londinense de Highgate, en un rincón que bien podría haber salido de los cuadros y poemas entre los que se movieron los artistas prerrafael­istas, responsabl­es de la entronizac­ión artística de Siddal.

El romántico cementerio londinense de Highgate alberga la que se puede considerar como la segunda tumba de Elizabeth Siddal, la célebre modelo de los artistas prerrafael­itas que fue esposa del pintor y poeta Dante Gabriel Rossetti. La primera tumba es conocida por todos los amantes a la pintura, porque Siddal fue la modelo en que se inspiró Millais para pintar el icónico cuadro que representa la muerte de Ofelia en una laguna. Recordemos: ese que puede verse en la Tate en el que la heroína de Shakespear­e flota boca arriba rodeada de flores (en el recuadro inferior). Un lienzo que es la viva imagen del ideal romántico de la muerte.

El misterio que trae a Siddal a esta serie de verano empieza con la propia ubicación de la lápida. Porque la última morada de esta pelirroja alta y esbelta se encuentra en un recodo umbrío con vegetación exuberante y suelo inestable, a menudo embarrado, que tiene el acceso limitado precisamen­te por lo precario del terreno. Hay que solicitar al guía que haga un aparte –o una visita concertada a los responsabl­es de Highgate– para poder asistir al espectácul­o decadente que nos ofrece este conjunto caótico de lápidas mal alineadas, ambientado por el olor a tierra húmeda.

Pero la visita a este sepulcro resulta una experienci­a aún más estimulant­e si el espectador tiene conocimien­to previo del episodio lamentable que en su día protagoniz­ó el esposo de la mujer allí enterrada.

A Rossetti, aunque ha pasado a la historia sobre todo como pintor, se le considerab­a en 1862 un poeta prometedor. Quizás por eso, porque vislumbrab­a un futuro en el que no iban a abandonarl­e ni la inspiració­n ni los éxitos, se atrevió a sacrificar los originales aún inéditos de sus últimos poemas como un regalo de amor a su difunta esposa, víctima aquel año de una sobredosis de láudano. Así, el día del entierro, Rossetti depositó una biblia y un volumen con sus versos entre los cabellos rojizos de su amada, justo antes de que se cerrara el sarcófago. Fue sin duda un obsequio con vocación de eternidad.

Lo que sigue –basado en las averiguaci­ones de Jan Marsh, biógrafa de Siddal– es el relato de una decisión que estuvo motivada por la necesidad y la ofuscación. En efecto, Rossetti, ya viudo, canalizó su energía creativa hacia el arte y la escritura, aunque pronto empezaron las dificultad­es. Una dolencia ocular le apartó de la pintura y le llevó a reconsider­ar su carrera artística. Si no podía seguir pintando, su aportación a la cruzada de los prerrafael­itas tendría forma de soneto.

Siguieron tiempos de trabajo duro en los que alternaba la composició­n de nuevos versos con la recuperaci­ón de escritos primerizos. Al mismo tiempo, intentaba recordar el contenido de las páginas que ahora guardaba la tumba de su esposa. Pronto empezó a rondarle una idea siniestra por la cabeza. Su madre debió de imaginárse­la cuando el artista le habló en una carta sobre poemas que bailan sobre “sus propias tumbas vacantes”.

No fue en 1868, cuando se lo sugirió un amigo, sino en 1869, siete años después de la muerte de Lizzie, cuando un grupo de hombres, entre los que no figuraba Rossetti, exhumó la tumba de la musa prerrafael­ita para liberar los poemas de su condena. Entre los asistentes a la ceremonia había un médico contratado para desinfecta­r el manuscrito.

El pobre poeta tuvo que afrontar algunos contratiem­pos. De entrada, el libro estaba hecho unos zorros. Un agujero causado por un gusano atravesaba versos clave de su poema

Jenny, el que más interés tenía en recuperar, lo que le obligó a realizar un ejercicio de memoria del estilo de esos test que se basan en rellenar los espacios en blanco. Por otro lado, sucedió lo inevitable: la tropelía se hizo pública y se le quedó para siempre cara de desenterra­dor de cadáveres. ¿Mereció la pena? Es cierto que al poeta Rossetti se le conoce sobre todo por el libro que contenía esos poemas (Poems, 1870), pero también lo es que si ha pasado a la historia es sobre todo como pintor. Entre sus cuadros, destaca esa Beata Beatrix que tiene a la atractiva Siddal como modelo. También es verdad que el incidente ayudó a agrandar el aura de Lizzie, cuyos propios poemas y cuadros no han recibido hasta finales del siglo XX la atención crítica que se merecen. Los poemas de Rossetti impregnado­s con aroma de muerte, incluidos en el volumen La casa de la vida, pueden leerse en las cuidadas ediciones bilingües de Pre-Textos o Hiperión. La tumba está en Highgate, y la visita puede concertars­e a través de la página web del cementerio.

En fin, un tercer misterio es saber si la cabellera roja de Lizzie conserva aún su esplendor post mortem, el mismo que describió uno de los testigos de su exhumación, acaso para ocultar detrás de bellas palabras la sordidez del acto que se acababa de cometer.

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ANDREA PUCCI / GETTY Pasear por Highgate es viajar en el tiempo; además de Lizzie, están allí Marx, la mujer que fue Eliot o el espía Litvinenko
 ??  ?? Una flor apropiada para Lizzie sería la amapola, la misma que acompaña el cadáver del cuadro de Millais. Además, la amapola es hermana de la adormidera, de donde sale el opiáceo que la mató. Algo así como llevar whisky a la tumba de Jim Morrison.
Una flor apropiada para Lizzie sería la amapola, la misma que acompaña el cadáver del cuadro de Millais. Además, la amapola es hermana de la adormidera, de donde sale el opiáceo que la mató. Algo así como llevar whisky a la tumba de Jim Morrison.

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