El euro se encarece
Las palabras de Mario Draghi y Janet Yellen en la reunión de bancos centrales de Jackson Hole han disparado el precio del euro frente al dólar hasta niveles del 2015.
Todavía golpeados por el dolor y mientras resuenan los gritos del “No tenim por” en la multitudinaria manifestación de ayer, empezamos a preguntarnos cuál será el impacto sobre nuestras vidas del ataque del terror a nuestro país. Business as usual, se han apresurado a proclamar a los empresarios de la ciudad, rodeados por el equipo municipal. ¿Pero es eso un vaticinio con voluntad de autocumplirse, como el mismo “No tenim por”, o habrá cambios significativos? ¿Qué nos dice la experiencia de otros acontecimientos similares en otros lugares? El turismo es la actividad más sensible a corto plazo a situaciones de este tipo y sabemos que este huye de lugares en los que se producen situaciones de conflicto. El sector de mar y playa español es muy consciente de cómo se ha beneficiado de la inestabilidad de países como Túnez, Turquía o Egipto. Pero el turismo urbano no es exactamente igual, en la medida en que tiene un componente bastante elevado de visitantes por trabajo, con poca capacidad a corto plazo de escoger otros destinos o de aplazar las visitas. Otra cosa es el visitante por ocio, que en los últimos años ha crecido exponencialmente favorecido por los vuelos de bajo coste y por el redescubrimiento del atractivo urbano de Europa.
En los últimos meses, lamentablemente, tenemos precedentes de acciones de violencia indiscriminada sobre otras ciudades europeas, como Londres, París, Bruselas, Berlín o Niza, todas con elevado perfil turístico. Sólo tenemos conocimiento que París haya hecho un ejercicio de transparencia informando que la caída de visitantes durante el último año ha sido del 10%. En la percepción de los potenciales visitantes del riesgo de visitar una ciudad pesan la eventual repetición de los atentados -como ha pasado en Londres o en Bruselas–, que aumentan la sensación de inseguridad, y los signos externos más o menos vistosos –y efectivos– para prevenir nuevos atentados, como la presencia masiva de la policía, o el ejército en la calle –como París– o la colocación generalizada de bolardos u otras barreras de protección y la sustitución de papeleras convencionales por otras transparentes, como en Bruselas. La percepción de ciudad asediada tiende a disuadir los locales de salir y transmite esta sensación de inseguridad entre los visitantes, rápidamente difundida en las redes.
El ataque terrorista a la Rambla pone en evidencia los riesgos y los costes de la notoriedad y el éxito. La sensación difusa de inviolabilidad porque nosotros somos de los buenos, de los que sacamos más manifestantes contra la guerra o a favor de los refugiados, o que somos abiertos y acogedores, se ha hundido definitivamente. Nadie escapa del terror y menos si se ofrece una plataforma propagandística de primer orden. Probablemente, la percepción generalizada en todos los principales mercados emisores sobre la eficaz actuación de la policía catalana, de los servicios de emergencia y de la voluntad de volver a la normalidad de la ciudadanía ayudarán a minorar y acortar los inevitables efectos negativos que toda actuación de este tipo tiene. El control eficiente del riesgo, sin ostentaciones que, más que disuadir a los terroristas, desincentivan el uso del espacio público, es otro requisito imprescindible. Más preocupante será, sin embargo, que empiece a extenderse la percepción que la policía que tiene que velar por nuestra seguridad trabaja con un ojo y una oreja tapadas porque no tiene el acceso adecuado a la información necesaria para prevenir. Para que no tengamos miedo, tenemos que esperar que la responsabilidad se imponga a la utilización partidista de nuestra seguridad, también en beneficio de nuestros negocios.
La voluntad de volver rápido a la normalidad minimizará el efecto del atentado en el turismo