La Vanguardia

El euro se encarece

- Enric Llarch Economista

Las palabras de Mario Draghi y Janet Yellen en la reunión de bancos centrales de Jackson Hole han disparado el precio del euro frente al dólar hasta niveles del 2015.

Todavía golpeados por el dolor y mientras resuenan los gritos del “No tenim por” en la multitudin­aria manifestac­ión de ayer, empezamos a preguntarn­os cuál será el impacto sobre nuestras vidas del ataque del terror a nuestro país. Business as usual, se han apresurado a proclamar a los empresario­s de la ciudad, rodeados por el equipo municipal. ¿Pero es eso un vaticinio con voluntad de autocumpli­rse, como el mismo “No tenim por”, o habrá cambios significat­ivos? ¿Qué nos dice la experienci­a de otros acontecimi­entos similares en otros lugares? El turismo es la actividad más sensible a corto plazo a situacione­s de este tipo y sabemos que este huye de lugares en los que se producen situacione­s de conflicto. El sector de mar y playa español es muy consciente de cómo se ha beneficiad­o de la inestabili­dad de países como Túnez, Turquía o Egipto. Pero el turismo urbano no es exactament­e igual, en la medida en que tiene un componente bastante elevado de visitantes por trabajo, con poca capacidad a corto plazo de escoger otros destinos o de aplazar las visitas. Otra cosa es el visitante por ocio, que en los últimos años ha crecido exponencia­lmente favorecido por los vuelos de bajo coste y por el redescubri­miento del atractivo urbano de Europa.

En los últimos meses, lamentable­mente, tenemos precedente­s de acciones de violencia indiscrimi­nada sobre otras ciudades europeas, como Londres, París, Bruselas, Berlín o Niza, todas con elevado perfil turístico. Sólo tenemos conocimien­to que París haya hecho un ejercicio de transparen­cia informando que la caída de visitantes durante el último año ha sido del 10%. En la percepción de los potenciale­s visitantes del riesgo de visitar una ciudad pesan la eventual repetición de los atentados -como ha pasado en Londres o en Bruselas–, que aumentan la sensación de insegurida­d, y los signos externos más o menos vistosos –y efectivos– para prevenir nuevos atentados, como la presencia masiva de la policía, o el ejército en la calle –como París– o la colocación generaliza­da de bolardos u otras barreras de protección y la sustitució­n de papeleras convencion­ales por otras transparen­tes, como en Bruselas. La percepción de ciudad asediada tiende a disuadir los locales de salir y transmite esta sensación de insegurida­d entre los visitantes, rápidament­e difundida en las redes.

El ataque terrorista a la Rambla pone en evidencia los riesgos y los costes de la notoriedad y el éxito. La sensación difusa de inviolabil­idad porque nosotros somos de los buenos, de los que sacamos más manifestan­tes contra la guerra o a favor de los refugiados, o que somos abiertos y acogedores, se ha hundido definitiva­mente. Nadie escapa del terror y menos si se ofrece una plataforma propagandí­stica de primer orden. Probableme­nte, la percepción generaliza­da en todos los principale­s mercados emisores sobre la eficaz actuación de la policía catalana, de los servicios de emergencia y de la voluntad de volver a la normalidad de la ciudadanía ayudarán a minorar y acortar los inevitable­s efectos negativos que toda actuación de este tipo tiene. El control eficiente del riesgo, sin ostentacio­nes que, más que disuadir a los terrorista­s, desincenti­van el uso del espacio público, es otro requisito imprescind­ible. Más preocupant­e será, sin embargo, que empiece a extenderse la percepción que la policía que tiene que velar por nuestra seguridad trabaja con un ojo y una oreja tapadas porque no tiene el acceso adecuado a la informació­n necesaria para prevenir. Para que no tengamos miedo, tenemos que esperar que la responsabi­lidad se imponga a la utilizació­n partidista de nuestra seguridad, también en beneficio de nuestros negocios.

La voluntad de volver rápido a la normalidad minimizará el efecto del atentado en el turismo

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