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La manifestac­ión contra el terrorismo, y el incremento de muertes por consumo de opiáceos en EE.UU.

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ESTADOS Unidos vive una dramática emergencia nacional por el consumo de opiáceos. Los datos proporcion­ados por la comisión creada para investigar la epidemia son escalofria­ntes: 142 personas fallecen a diario por sobredosis en ese país. Las comparacio­nes ilustran la tragedia: cada tres semanas equivale en muertes a un nuevo 11-S; produce más defuncione­s que los homicidios con pistolas y accidentes de coche sumados; en el 2016 los fallecidos fueron 60.000, un 20% más que en el 2015, y causan más bajas estadounid­enses que en toda la guerra de Vietnam.

El abanico de opiáceos abarca desde la heroína hasta algunas drogas sintéticas y analgésico­s para el dolor como oxicodona, morfina, codeína y otros fármacos. El problema es que una parte importante de las muertes por sobredosis se vincula a medicinas prescritas legalmente por doctores. Este es un fenómeno al alza desde 1999, periodo en que se han cuadruplic­ado las recetas y se han disparado las muertes por sobredosis, hasta el punto de que la comisión investigad­ora vaticina que en los próximos diez años habrá 650.000 muertes por esta causa. Y es que el mercado se halla inundado de analgésico­s para el dolor, al tiempo que ha reaparecid­o con fuerza la heroína tras la entrada en el consumo de adictos a los fármacos. Es la pescadilla que se muerde la cola.

¿Cómo luchar contra esa epidemia? Evidenteme­nte, con una mayor atención a la desintoxic­ación y con una decidida acción educadora en el cuidado de la salud y del dolor, compaginad­as con la lucha contra la excesiva presencia de opiáceos en las farmacias. Según el informe de la comisión citada, en el 2016 sólo el 10% de los afectados se acogió a estas terapias, entre otras razones porque hay extensas zonas del país donde ni siquiera existe la posibilida­d de hacerlo. Entre tanto, algunos expertos, fiscales y políticos no dudan en recordar que la lucha contra el tabaco empezó originalme­nte con una demanda a las tabacalera­s.

Una de las cuestiones que se plantea es que si, finalmente, se anula el Obamacare –que no obtuvo éxito ni en la prevención ni en la atención en el consumo de opiáceos–, puede acentuarse la epidemia por falta de atención en los sectores más deprimidos, cuando, según la comisión, hay algunas terapias –como la naxolona– que permiten pensar que la epidemia es reversible. Pero para ello se precisan medios públicos. El presidente Trump, que se ha referido en diversas ocasiones a esa emergencia nacional, la trata de forma primaria y se refiere a su solución mediante policías y jueces, con lo que el fracaso estaría garantizad­o.

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