TODO EL VENENO EN UN MUSEO
El Musée des Confluences de Lyon estudia la doble faz del veneno: presente en la naturaleza y arma para fines criminales
Lyon expone la presencia del veneno en el mundo natural, y los usos que el ser humano hace de él.
Una historia ponzoñosa enseña que fauna y flora rebosan venenos. Pero si la dinastía valenciana de los Borja –Borgia en Roma– tiene su espacio privilegiado en esa historia es porque nadie como el hombre –y la mujer, como en el caso de Lucreciapara transformarlos en arma política. Hélène Lafont-Couturier, directora del museo des Confluences, de Lyon, reunió cuatrocientas pruebas de la omnipresencia del envenenamiento, desde una abeja hasta un cuadro sobre la muerte de Cleopatra. Sin olvidar una veintena de armas envenenadoras llegadas de los cinco continentes. Y hasta 64 especímenes venenosos activos, en viveros.
Pero recomienda empezar por el principio. Es decir, por la palabra latina Venenum, título de la exposición. “Venenum –explica- puede traducirse como veneno por supuesto. Pero reviste otros significados: ponzoña, brebaje mágico, sustancia peligrosa o medicamentosa. En Venenum florece la ambigüedad del veneno, a la vez mixtura elaborada con fines criminales y sustancia natural. Preparación mortal o curativa según la dosis”.
Por eso la exposición recibe al visitante con una manzana. ¿Homenaje a Steve Jobs, a los Beatles, a Nueva York? No: a la madrastra. Es la manzana envenenada de Blancanieves. Un cuento para niños, actualizado para mayores: “la mayor parte de los ocho millones de toneladas de manzanas que produce anualmente Europa, sufre un promedio de veinte tratamientos, entre fungicidas e insecticidas”. Lo asegura Francelyne Marano, bióloga, toxicóloga y una de los cinco científicos que sumaron sus conocimientos para meter miedo al curioso.
Marano recuerda que ya el pobre Vitruvio (90 / 20 A.c.), arquitecto romano, alertó sobre la peligrosidad del plomo. Fue inútil: los siglos sazonaron con plomo de cacerola el alimento. Y los críos chupaban soldaditos. En 1995 Francia lo prohibió en el agua corriente. Un año después fue retirado de la circulación el también omnipresente amianto, cancerígeno. Mientras los burgueses bohemios sueñan con una huerta en el salón, Marano recuerda que “buena parte de la agricultura se practica hoy con máscaras antigás”. Y que “la viña, las frutas y los cereales son los mayores consumidores de pesticidas”.
Es un corolario científico al lugar común del envenenamiento: la mesa. Poner el cubierto significaba cubrir las fuentes del banquete hasta que llegaban los invitados. Los objetos con forma de cuerno parecían aptos para detectar el veneno. Los empleaba el sumiller, oficio creado no para identificar variedades de uva del vino ni su crianza –en la Edad Media el vino era del año y luego vinagre-, sino la posible ponzoña.
Lo evoca Lydie Bodiou, historiadora y autora, con Frédéric Chavaud, su colega en el comité científico de la exposición, de un libro sobre las envenenadoras (“de la Antigüedad a nuestros días”) y de otro en torno al “cuerpo envenenado”. Preocupaciones normales del profesor Chavaud, investigador de “cuerpos brutalizados y mujeres criminales”.
Desde la Antigüedad el veneno es un instrumento destinado a conservar u obtener el poder, eliminar discretamente al enemigo e incluso suicidarse. “Silencioso y a menudo indetectable, el crimen por envenenamiento –explica Chavaud- suscita temor y fascinación. Sócrates bebe cicuta; Nerón, guiado por su madre, administra venenos”.
Un deporte contrario a la ética de los caballeros: “en el mundo medieval el veneno es el arma de los desarmados, especialmente de las mujeres y los sacerdotes”. Si todas las épocas son venenosas, la edad dorada es el renacimiento. Y en Italia. Las familias pudientes pagan alquimistas para obtener venenos a medida. Los Borja le añaden el toque valenciano.
En el nombre del padre: Rodrigo Borja, Alejandro VI como papa, y su hijo César, habrían sido más entusiastas que Lucrecia en la experimentación. Como los actuales mixólogos, Rodrigo y César mezclaban, en su coctelera, mercurio, arsénico, acónito, beleño, mandrágora, belladona, fósforo, amapola, cicuta. Sin olvidar la indetectable cantarella, también llamada azúcar de plomo porque reunía fósforo y acetato de plomo.
Según la leyenda Catalina de Médicis fue digna discípula y cuando llegó a Francia no solo portaba en su equipaje sorbetes y helados. ¿Aprendió en Florencia la ciencia solapada que permitía atribuir los espasmos mortales de sus enemigos a desórdenes gástricos? “Le atribuyen más de lo que hizo”, quita hierro la socióloga Carole Millon. En cambio, bajo el larguísimo reinado
de Luis XIV, rey sol de Francia, hijo de la española Ana de Austria y nieto de Felipe III, se impone una moda del envenenamiento –el arsénico fue llamado “polvo sucesorio”-, hasta que su frecuencia, que involucró desde a gente modesta a figuras de la corte, forzó una legislación del comercio de venenos. Y la persecución de quienes mataban con ellos.
Pero de nada sirve insistir en la evidencia de que el más peligroso envenenador es el ser humano: los temblores y escalofríos los sufre el visitante frente a criaturas de Dios, expuestas y bien vivas : la velluda tarántula, inmóvil en su caja de vidrio y sin embargo… “Doblemente venenosa –dice el letrero-, proyecta sus pelos sobre la víctima y luego le clava sus garfios ponzoñosos”. O pequeñas viudas negras, “cuyo mordisco provoca cefaleas, náuseas, espasmos musculares”.
Es un acontecimiento pasear sin peligro en medio de tales riesgos. Los museos franceses no pueden exponer criaturas vivas. Además de un permiso especial, el Confluences gozó del apoyo activo del Acuario de Lyon. Y del de una asociación para el descubrimiento de la naturaleza. Así, el visitante puede distinguir a la víbora –la serpiente venenosa más abundante en Occidente-, de la cobra, su equivalente en Asia. Y aprender que de todas las serpientes equipadas, medio millar puede hacer mucho daño.
Como ya se acaba el verano es hora de asegurar –con Denis Richard, doctor en farmacia y autor de un diccionario Larousse de drogas y dependencias- que Neptuno es más siniestro que los Borja. “Los venenos más potentes y mortales los aloja el mundo marino, poblado de peces –el temible pez piedra, pero también la popular escorpina, la morena…-, serpientes acuáticas, medusas. Y moluscos de apariencia inofensiva como esos conos que proyectan su trompa, con un dardo, sobre su presa o el veraneante distraído”.
ÉPOCA DORADA
En la época de Luis XIV, el arsénico fue tan común, que tuvo que regularse el comercio
HISTORIA Y LEYENDA
Cleopatra no murió por mordedura de serpientes, sino por la acción del veneno
Y no hay necesidad de presentar el fugu, ese manjar de los japoneses que mal preparado es mortal. “Hasta el punto de que el emperador lo tiene prohibido”.
La mosca cantárida –que no es mosca sino coleóptero- segrega cantaridina. Viagra avant la lettre, provoca erecciones en el varón. Y puede matar, por lo menos según el marqués de Sade.
Entre los mamíferos son raros los ponzoñosos, lo que dota de singularidad al aguijón del ornitorrinco. Y a la saliva venenosa de la musaraña insectívora. De la fauna a la flora, con amapolas, laurel rosado, ricino. O los minerales : mercurio, antimonio. Un mundo envenenado, propone la exposición, para nombrar esa galería de peligros naturales.
Las cosas serias llegan con el advenimiento de la química moderna, de finales del siglo XIX. Empirismos como el de la quinina contra la fiebre se intelectualizan en forma de aspirina. Simultáneamente, contribuye a componer un arsenal que la naturaleza no había sospechado. Los químicos alemanes, líderes del movimiento, logran el gas mostaza (los primeros ensayos olían a mostaza y ajo), que sembraría el terror en las trincheras de la Primera guerra mundial. En la de Vietnam, los norteamericanos le prefirieron un herbicida, el agente naranja. Y en Siria, recientemente, la excelencia alemana volvió a imponerse con el gas sarín, aislado en 1939 por tres científicos germanos que buscaban un pesticida. Les salió un neurotóxico muy aprovechado: la dosis mortal para un adulto es de medio miligramo.
En fin, la socióloga Millon intenta responder a la pregunta del ídem: ¿cómo murió Cleopatra, aquel 12 de agosto del 30 A.c.? “Los soldados no hubieran dejado pasar la cesta de higos con una serpiente dentro. Cleopatra quería una muerte digna. Seguramente se sirvió de una horquilla, hueca, rellena de arsénico”.