La Vanguardia

“Ven, chica; por la paz, gratis”

- CARLOS ZANÓN Barcelona

Paro en Passeig de Gràcia. Voy subiendo por las escaleras mecánicas y oigo aplausos y un montón de banderas españolas. Para alguien que hizo cualquier cosa para salvarse del servicio militar, eso siempre tensiona. He caído en medio de un corpúsculo de banderas españolas que son rodeadas por estelades con crespón negro en plan baile alienígena. Una pareja de yayas se hacen fotografia­r por sus maridos con pancartas con una frase de Gandhi (una) y la propuesta de un mundo sin armas en inglés (otra). Mañana en el Aquagym será la bomba. Un señor mayor regala pancartas en contra la islamofobi­a. Una adolescent­e no le hace caso y él le grita “ven, chica; por la paz, gratis”. Ella pasa. Se silba a alguien. Se aplaude. Siempre que se aplaude a alguien se dice que a los sanitarios. Más fotos. Muchas fotos. Todos guapos y solidarios con nuestra pancarta o bandera. Un tipo se acerca a una mosso y le regala una rosa. Seguro que le gustaría tener un tanque para ponerse en medio. Es curioso cómo ha cambiado en días la percepción de los cuerpos policiales. De tener la creencia absoluta que eran una serie de tipos con ansias sádicas por tirar a dar con pelotas de goma o lanzar a manteros africanos desde un tercer piso a ser unos muchachos fuertes y espabilado­s que velan por nuestra seguridad y nuestros sueños. Va llegando gente. Echo a faltar gente joven. Igual ya se olían algo como lo que está pasando o que para silbar a un Borbón mola más hacerlo en un campo de fútbol y ganando una copa. Alguien con una camiseta de “Stop desahucios” me pisa el pie pero sonrío. Un facha intenta explicar a un hombre árabe que este no es su lugar. Este con buen criterio trata de explicarle que, precisamen­te, ese es su lugar. No hay mucha emoción (tampoco soy un experto en concentrac­iones humanas, aviso). No hay andar en silencio recordando a los muertos. De tanto en tanto gritamos “No tinc por” pero cuesta recordar de qué no teníamos miedo. Al parecer hay tantos culpables (los asesinos, el imán de Ripoll, los bolardos, Rajoy, el Rey, la policía belga, el no estar en la Interpol, el hablar catalán…) del asesinato de quince personas que no me centro.

Me encuentro con unos amigos. Vamos todos de azul. Le explico mi estupefacc­ión y la comparten. Igual sólo somos nosotros cuatro los raros (suele pasarnos). Igual el resto de 499.996 personas consideran que la manifestac­ión está siendo un ejemplo para el mundo. Y es que nosotros veníamos a honrar a unos muertos. A sentirnos parte de gente que rechaza la violencia. Veníamos a defender los valores laicos y de convivenci­a de una sociedad. Veníamos a mostrar nuestro rechazo a la intoleranc­ia y el crimen. Igual se hace así en otras ciudades de Europa y yo no me entero (es posible).

Podíamos habérnoslo ahorrado. Yo, al menos sí. Cuando ocurrió hace apenas unos días la matanza yihadista esta nos paralizó como a animales deslumbrad­os por los focos. La foto como individuos y sociedad fue instantáne­a. Y en la mayoría de casos lo que quedó nos emocionó y llenó de orgullo porque básicament­e se trató de gente ayudando a otra. Llorando por otra. Empatizand­o y tratando de entender casi hasta al asesino. El minuto de silencio con las autoridade­s también gozó de ese clima de respeto y parálisis postraumát­ica. Pero en un mundo en que nada es convenient­emente entendido y asimilado, en sólo unas horas, unos, otros y los demás ya estaban interpreta­ndo la realidad según los baremos de su propia estrategia. Interpretá­ndola, comprimién­dola y fagocitánd­ola. A unos eso de la unidad y que los demonios no lo fueran tanto no les iba. A los otros que Catalunya supiera funcionar como Estado eficiente tampoco les convenía lo más mínimo. Y renunciar a la calle es algo que no podía permitirse nadie. Tocaba exhibir músculo. Y sacar banderas. Todas menos la de las víctimas. Ahí fallaron los cerebros (pero no el de Javier Pérez Andújar, claro) porque quizás ya nos habíamos olvidado de ellos o casi nos estorbaran. La sensación que se tenía era de que la mayoría quería que aquella pantomima acabara pronto para poder volver a pelearse a gusto. Y es que esto está roto. Roto no quiere decir que conseguire­mos estar unidos o separados. No, roto quiere decir roto.

Es curioso cómo ha cambiado en días la percepción de los cuerpos policiales

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Unidos por un rato. La multitud albergó banderas y pancartas de todas las sensibilid­ades
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