La Vanguardia

Aterrizaje

- CUADERNO DE MADRID Enric Juliana

Los sucesos de Barcelona vistos desde una cierta distancia. Agosto comenzó con un mal presagio –el delirante asalto a un bus turístico– y concluye con un drama, aderezado por un exceso de tensión política. Los Mossos se han ganado a los catalanes; la campaña en su contra desde Madrid ha sido un serio error El Rey no se equivocó acudiendo a la manifestac­ión; hizo honor al lema: no tuvo miedo

Mientras el avión se prepara para aterrizar en Madrid, consigo apurar el libro que me ha acompañado durante el viaje al otro lado del Atlántico. Sus últimos párrafos me asaltan y me asombran. Los subrayo antes de tomar contacto con la pista. Parecen contener un mensaje cifrado para las semanas que se aproximan.

“Hay dos maneras de ver o contemplar eso que llamamos historia: una es la visión accidental, para la cual es el producto azaroso de una infinita cadena de actos irracional­es, contingenc­ias imprevisib­les y hechos aleatorios (la vida como un caos sin remisión que los seres humanos tratamos desesperad­amente de ordenar); y la otra es la visión conspirati­va, un escenario de sombras y manos invisibles y ojos que espían y voces que susurran en las esquinas, un teatro en el cual todo ocurre por una razón, los accidentes no existen y mucho menos las coincidenc­ias y donde las causas de lo sucedido se silencian por razones que nunca nadie conoce”. Así concluye

La forma de las ruinas, espléndida novela del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, que versa sobre las raíces, las hondas raíces, de la violencia política en su país.

“Hay malas noticias de Barcelona”. Palabras de un amigo colombiano cuando la noticia del atentado en la Rambla llegó al otro lado del charco. Allí se acabó el realismo mágico de unas vacaciones sin teléfono móvil en el bolsillo. Seguí los acontecimi­entos a través de la edición digital de La Vanguardia –excelente trabajo de toda la redacción y muy especialme­nte de Mayka Navarro, liderando la informació­n policial–, leí las crónicas de El Tiempo de Bogotá y de El

Universal de Cartagena, cortas, precisas y bien redactadas, con ese fascinante sentido de la distancia que los dos océanos imponen a los periodista­s americanos. Y evité las redes sociales para mantener la cabeza fría y experiment­ar durante unos días la falsa sensación de seguir habitando el siglo XX, cuando el mundo era un poco más lento y no menos peligroso. (Vásquez narra en su novela cómo en cuestión de minutos fue linchado en Bogotá el asesino del líder liberal colombiano Jorge Eliécer Gaitán,

un tribuno de verbo encendido que hoy calificarí­amos de populista. Nueve de noviembre de 1948. No había Twitter. Bastó con las voces de algunos alborotado­res interesado­s en que el sicario no hablase. La ciudad ardió. El bogotazo dejó un reguero de tres mil muertos y abrió un periodo de más de cincuenta años de violencia, del que Colombia apenas comienza a recuperars­e).

No es fácil regresar al interior del ruido después de dos semanas de falso siglo veinte. Esas crónicas americanas escritas con escuadra y cartabón me recordaron que Barcelona es una referencia mundial de primera magnitud. Lo sabíamos y quizá lo habíamos banalizado. Todo lo que ocurre hoy en Barcelona, para lo bueno y para lo malo, surge del verano del 1992. Barcelona tiene poder y por esto ha sido golpeada.

Agosto comenzó con un mal presagio: aquel delirante asalto a un autobús turístico. El discurso crítico con el turismo, mal enhebrado, pese al fundamento de algunos de sus razonamien­tos, ha quedado hecho trizas. La alcaldesa Ada

Colau, que estos días ha vuelto a demostrar instinto, no va a tener una reelección fácil.

Los Mossos d’Esquadra se han ganado el aplauso de la mayoría de los catalanes. Los cuerpos de policía tienen hoy mucho prestigio en toda Europa, en tanto que garantes de la seguridad: la última objetivida­d disponible. Los Mossos han acribillad­o a seis terrorista­s en menos de tres días (diez años atrás habría habido discusión sobre este proceder). Y han aprendido publicidad. Policía y Twitter: una alianza potente. El major Josep Lluís

Trapero es hoy el nuevo hombre fuerte de Catalunya. Este dato es importante con vistas a los hechos de octubre.

La agresiva campaña contra los Mossos desatada por algunos medios de comunicaci­ón de Madrid es un serio error político, que el independen­tismo ha sabido aprovechar. El propio Mariano Rajoy se dio cuenta de ello y el viernes intentó aminorar la presión.

No es fácil regresar al ruido. La tensión y la discordia parecen dominarlo todo. La acritud es extrema. En estos momentos no hay espacio disponible para los pactistas. Paciencia, mucha paciencia, y perspectiv­a.

El Rey hizo bien en acudir a la manifestac­ión de ayer. No tuvo miedo. Hoy la derecha mediática le criticará por haber bajado del pedestal. Dentro de unos meses lo veremos de otra manera. El independen­tismo tiene capacidad de movilizaci­ón –¿alguien lo dudaba?–, la próxima Diada volverá a ser masiva y la Assemblea Nacional Catalana se equivocará si ya se cree dueña de la calle.

La herida catalana engaña. Es una herida luminosa que necesita calmantes morales –“No tenim por!”–, y es una herida silenciosa, de incierto recorrido. Catalunya está asustada y alguien ha tenido la ingeniosa idea de azuzarla.

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DAVID AIROB Un avión a punto de aterrizar en el aeropuerto de El Prat
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