La Vanguardia

El infierno por 43 euros

Cambrils, la ‘puerta del mar’, busca recuperar pronto la imagen de paraíso de la Costa Daurada

- DOMINGO MARCHENA ESTEVE GIRALT Cambrils

LOS TEMORES “Mirad cómo se halla la terraza a estas horas; lo habitual es que estuviera llena, pero...”

La puerta del mar de la Costa Daurada, un paseo marítimo luminoso que atrae a visitantes de todo el mundo, nueve kilómetros de impresiona­ntes playas entre los municipios de Salou (Tarragonès) y Mont-roig del Camp (Baix Camp). Eso es Cambrils. Un remanso de paz que ha logrado lo increíble: un destino familiar que hace de la tranquilid­ad su principal aliciente, a pesar de la altísima concentrac­ión hotelera. Y, de repente, en la madrugada del día 17 al 18, el infierno.

Un infierno irracional, salvaje y de bajo coste. Las armas blancas con las que los cinco terrorista­s cosidos a balazos frente al club náutico ensangrent­aron esta pojunto blación catalana costaron 42,15 euros: cuatro cuchillos, a 6,95 cada uno, y un hacha, a 8,80. No necesitaro­n más. Su odio y menos de 43 euros. Ana María Suárez, de 67 años, apuñalada mortalment­e en el cuello, tuvo la desgracia de cruzarse con ellos.

Era de Zaragoza. Esta parte del litoral tarraconen­se tiene muy buena prensa en Aragón. Y, de hecho, en medio mundo. Franceses, ingleses, holandeses... Algunas promocione­s inmobiliar­ias frente a la playa de l’Ardiaca se anuncian en ruso, un idioma cada vez más habitual en restaurant­es y supermerca­dos. Aunque aún es pronto para averiguar cómo afectará el atentado al sector, los restaurado­res están preocupado­s, sobre todo los del paseo Marítim.

Sólo entre el club náutico y la oficina del Patronat de Turisme, al parque del Pescador, hay 35 terrazas, sin contar las de segunda línea o las que están algo más alejadas de la carretera por la que circuló el Audi de los asesinos. “Querían repetir la masacre de Barcelona y cuando los Mossos intercepta­ron su carrera y el coche volcó, aún tuvieron maldad para salir a la desesperad­a, cuchillo en mano”, explica el propietari­o de un bar que ruega el anonimato. “Mirad cómo está la terraza a estas horas. Lo habitual es que hubiera gente de pie, esperando una mesa libre, pero...” Pero el altar instalado enfrente, junto al club náutico, es un recuerdo todavía muy doloroso y la parada obligatori­a en el camino a la popular playa del Regueral.

Desde aquí y hasta el Pi Rodó, un majestuoso ejemplar de pino piñonero (Pinus pinea) de más de 13 metros de altura y con un tronco de casi cuatro de diámetro, el paseo Marítim es una sucesión ininterrum­pida de comercios y un constante ir y venir de veraneante­s. El pino, una de las joyas del municipio, catalogado “de interés local”, podría estar hermanado con otros ejemplares de la capital catalana, uno de los cuales luce ahora este cartel: “Els plàtans de la Rambla, testimonis de la barbàrie, segueixen dempeus”.

Hay más hilos de plata invisibles que unen los dos epicentros del terremoto. También en Cambrils hubo comerciant­es que bajaron la persiana y refugiaron a sus clientes. La localidad del Baix Camp se manifestó masivament­e el viernes contra la sinrazón y ayer apoyó –sentimenta­l y físicament­e– la marcha de Barcelona. Y también toda Tarragona ha hecho suyo el grito de No tinc por.

A la espera de los datos definitivo­s, cuando se cierre el mes de agosto, las anulacione­s atribuible­s al atentado no han llegado al

1%, según la Federació d’Empresaris d’Hostaleria i Turisme de Tarragona. Los hoteleros hablan de “normalidad”, aplauden la capacidad de reacción del sector y auguran un buen setiembre, tal como se preveía. El peor momento en la historia reciente de esta localidad de gran tradición pesquera y enorme potencial turístico ha llegado justo en un verano que tenía que ser histórico para el turismo, rozando la plena ocupación, con un volumen de negocio y reservas que no se veían desde el estallido de la crisis.

Cambrils es en agosto una mezcla curiosa entre los turistas extranjero­s, muchos franceses e ingleses, y los veraneante­s que sienten la localidad como propia, procedente­s sobre todo de Aragón, Navarra o el País Vasco. Muchos repiten cada año. “Estamos como en casa, Cambrils es nuestra segunda casa”, aseguran al unísono Juan y Pilar, que han venido de Zaragoza junto a sus tres hijos y se alojan en un apartament­o en la Llosa, frente a la playa. El asesinato de su paisana Ana María Suárez ha conmociona­do especialme­nte a los turistas de Aragón, de donde proceden algunos de los visitantes más fieles de la Costa Daurada. Así lo atestigua el altar del club náutico, donde alguien ha atado un cachirulo o pañuelo baturro y una pulsera bendecida por la virgen del Pilar.

Turistas y vecinos se han esforzado en recuperar la normalidad, una de las palabras más empleadas en los últimos diez días en Cambrils. “Empezamos a estar un poco cansados de tanto hablar de los terrorista­s, hay ganas de pasar página”, explica Montserrat, de camino al núcleo histórico del municipio, lo que aquí se conoce como la vila. Sus vecinos son, por extensión, los vileros.

La fiesta mayor, que arranca estos días con los primeros actos, llega en el mejor momento, piensan los cambrilenc­s. Dedicada a la Mare de Déu del Camí, con festejos que duran tres semanas, servirá para salir en masa de nuevo a la calle y llevar a la práctica el #Notincpor. El ataque terrorista ha reforzado el sentimient­o de identidad, como resumió el Tots som Cambrils, lema unitario de la manifestac­ión de anteayer. “La normalidad ya se ha recuperado porque todos los que están en nuestro municipio se sienten seguros. Los que estaban disfrutand­o de Cambrils han decidido que seguirán haciéndolo, como todos los vecinos que han seguido abriendo sus negocios”, destaca Camí Mendoza, alcaldesa de Cambrils.

Los vecinos, como los turistas, intentan acostumbra­rse a la mayor presencia policial en las calles, con el incremento de patrullas y agentes, especialme­nte en los enclaves más populosos. El mercadillo ambulante, que atrae cada miércoles a muchos turistas y es motivo de muchas aglomeraci­ones, ha sido una buena piedra de toque. Tras los atentados se ha decidido proteger con bloques de hormigón la entrada y salida a la zona peatonal del mercadillo. Y una patrulla fija de la policía local se ha apostado en las inmediacio­nes. Todo el mundo tiene presente por qué se han reforzado las medidas de seguridad, pero la vida sigue. Y las ventas, aseguran los comerciant­es, no han disminuido. “Los compradore­s siguen viniendo, no tienen miedo”, corrobora una vendedora, al tiempo que vende camisetas del Real Madrid a unos turistas franceses.

Sí, la vida sigue igual, pensaba el marroquí Moussa, que a medidos de esta semana tenía una entrevista de trabajo en uno de los hoteles del grupo Estival, uno de los más importante­s de la Costa Daurada. Moussa, que además de su idioma materno, habla perfectame­nte castellano, francés y alemán, trabaja habitualme­nte como jardinero o en tareas de mantenimie­nto. “Mi tierra ahora es la tierra donde me gano la vida, donde doy de comer a mis hijos. Estoy agradecido a Catalunya y no entiendo que chicos que se han criado aquí puedan hacer eso contra su propia tierra. Es algo antinatura­l, que va contra la ley de los hombres y la de Dios”.

Cambrils insiste en que odio y religión son incompatib­les. Como ocurrió en la capital catalana, todos los credos y sensibilid­ades han tenido representa­ntes en los actos contra la barbarie. El día de este reportaje, el rector de la parroquia de Sant Pere, en la vila, muy cerca del kilómetro cero del dolor, hizo en su homilía una reflexión a propósito del texto bíblico del Libro de los jueces que suscribirí­an todas las personas buenas, agnósticas o creyentes de cualquier confesión: “Ahora hemos de aprender a vivir”.

“Vecinos y turistas del municipio se sienten seguros y a gusto”, dice la alcaldesa Mendoza

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XAVI JURIO La marca del horror. Esta valla, cerca del club náutico de Cambrils y del lugar del tiroteo, muestra la señal de un impacto de bala
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