La Vanguardia

Barcelona lo descubrió

- DÁMASO GONZÁLEZ (1948-2017) PACO MARCH

ATorero Dámaso González su corazón torero le desbordaba por el cuello de la camisa que, desanudado el corbatín, se montaba sobre el chaleco y en ese desaliño se entregaba en muletazos largos y templados que sometían embestidas de toros a menudo ariscos. Ahora, en silencio, temprana y súbitament­e, ese corazón se ha parado y el león de Albacete no ha podido domeñar una enfermedad detectada apenas hace un mes. Con su muerte, el toreo vuelve a vestirse de luto para llorar a quien supo honrarlo de principio a fin.

Dámaso (para muchos, Damaso, así, sin acento) nació en tierra de toros y toreros y pronto empezó a visitar fincas y tientas y en 1966 (con el apodo Curro de Alba), en Albacete se vistió de luces por primera vez, como sobresalie­nte del espada anunciado y un años después debutó como novillero. El 19 de marzo de 1969 la presentaci­ón en Barcelona supuso un acontecimi­ento de tal magnitud (cortó cuatro orejas y un rabo) que no sólo le valió para torear aquí otras siete tardes en dos meses, sino que hizo que la España taurina reparara en él.A partir de ese momento y a lo largo de su carrera la de Barcelona fue para Dámaso una de sus tres plazas de referencia, junto a las de Valencia y Albacete.

Si de Madrid hablamos, su única puerta grande fue en la Feria de San Isidro de 1979. De esa tarde Joaquín Vidal escribió en El País: “Salió a hombros Dámaso González, que llevaba nueve años viniendo a Madrid sin que su toreo dijera nada. Pues sí, este es Dámaso González, un torero desgalicha­do y de absoluto mal gusto pero con una habilidad inconcebib­le para prender en la muleta a los toros, como si los tuviera hipnotizad­os… clavó las zapatillas en la arena y el toro ¡je! no tuvo otras que tomar la muleta una vez, dos, cinco, no sé cuántas, tirando de él con suavidad, el engaño a la mínima distancia de los pitones pero sin permitir que estos llegaran a rozarlo. ¿Y qué es esto sino el secreto del temple?”. En esas líneas, Vidal, con algún exabrupto marca de la casa, definía a la perfección la tauromaqui­a de Dámaso, precursora de la de Paco Ojeda.

Dámaso González, el rey del temple, había tomado la alternativ­a en 1969 el día de San Juan, en Alicante, de manos de Miguelín, confirmand­o en Madrid un año después. Siempre sumando buen número de festejos y triunfos (muchos de ellos en Barcelona) y también graves cornadas, como la de 1981 en la Monumental, cuando un toro de Pinto Barreiros le marcó el rostro para siempre.

Una dura cogida en Málaga en 1988 supone su primera retirada, de la que no vuelve hasta 1990, en Nimes, para dar la alternativ­a a su paisano Manuel Caballero. En la Mercé de 1992 hizo su último paseíllo en Barcelona y Mariano Cruz acababa así la crónica en La Vanguardia: “Se recibió al torero de Albacete con una gran ovación y Dámaso justificó de sobra su vuelta a los ruedos”. El 28 de julio de 1993, en Valencia, indulta al toro Gitanito, de Álvaro Domecq, primero que se concedía en aquella plaza y un año más tarde vuelve a decir adiós, regresando en el 2003 para torear 15 festejos y después ya sólo hacerlo en algún festival.

Dámaso González, hombre y torero cabal, cuñado del maestro Luis Francisco Esplá, hundía las zapatillas en la arena para dejar su huella en la Historia del toreo. Y en ella está.

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