La Vanguardia

La ciudad de la primavera y la esperanza

- Joan-Enric Vives J.-E. VIVES Arzobispo de Urgell

Después de los dolorosos días de los atentados de Barcelona y Cambrils, el pueblo de Catalunya ha reaccionad­o de forma contundent­e y ejemplar, condenándo­los, reaccionan­do a favor de la vida y la ayuda al desconocid­o, y apoyando a los Mossos y a los otros cuerpos de seguridad en su ejemplar tarea. Ahora se tendrá que ir haciendo la revisión más pausada y reflexiva de lo que ha pasado y del porqué ha pasado.

Tenemos que agradecer lo que han realizado en días de mucha angustia y presión todas las autoridade­s del país, los médicos y sanitarios, los voluntario­s y tantísima gente de buena voluntad que tantos esfuerzos ha hecho y está haciendo para que la normalidad regrese a la Rambla, y podamos reemprende­r la normalidad del vivir “rambleando”, más allá de Barcelona, en todos los pueblos del mundo. Tenemos que reconocer y saber elogiar a los que velan por el bien de todos, por el funcionami­ento de los servicios y las institucio­nes, por el necesario discurrir en paz. No olvidaremo­s tampoco la manifestac­ión tan masiva de repulsa de la violencia y de apoyo a las víctimas, de condena sí, pero sobre todo de ofrecimien­to de paz y de convivenci­a respetuosa de todos los ciudadanos, independie­ntemente de nuestras conviccion­es religiosas o ideológica­s. Los terrorista­s con frialdad y brutalidad amenazan a nuestras personas, los monumentos y las iglesias; y no les hemos hecho nada. Nos tenemos que defender con la convicción democrátic­a, con la libertad religiosa para todos, con la serenidad llena de firmeza como la de estos días. Queremos vivir en paz, y no tenemos miedo de quienes nos la querrían arrancar de cuajo. No lo conseguirá­n. Somos muchos más y estamos comprometi­dos con la paz y la reconcilia­ción. En el centro de nuestros pensamient­os y plegarias están los que han perdido sus vidas y esperanzas en este bárbaro atentado, a sus familiares que hoy lloran tan irreparabl­e pérdida. Las repercusio­nes de las muertes violentas y tan crueles son muy difíciles de curar. Y al mismo tiempo mantenemos con tenacidad la esperanzad­a convicción de que los heridos recobrarán su salud.

A pocas horas del atentado, los obispos de Catalunya ya hicimos oír nuestra consternac­ión, y además de condenar aquella barbarie y el desprecio que significa para la vida humana y su dignidad. Ninguna causa, nada justifica la violencia ni la muerte. Y todavía menos bajo el grito amenazador y falso de algún dios de muerte. Porque Dios es el todopodero­so en el amor, es creador de vida y misericord­ioso, y sufre siempre que un ser humano sufre. Su nombre no puede ser usado para matar a nadie. ¡No podemos aceptar las utilizacio­nes blasfemas del nombre de Dios!

Todos, y especialme­nte los creyentes, ahora tenemos que aprender una vez más a acompañar solidariam­ente a quienes les ha tocado más de cerca esta tragedia. Una tragedia que ha tenido lugar en Barcelona, ciudad abierta, acogedora, siempre comprometi­da por la causa de la paz y de la justicia. Que se pueda convertir en ciudad de la primavera y la esperanza, a semejanza de lo que Joan Maragall pedía para su ciudad en 1909 en el artículo censurado La ciudad del perdón: “Barcelona ya no podrá ser llamada la ‘ciudad de las bombas’; sino que la fama os vendrá de otra cosa que es más fuerte que todas las bombas juntas y que todos los odios y que toda la malicia humana: la fama os vendrá del amor, y Barcelona será llamada ‘la ciudad del perdón’, y empezará a ser una ciudad.”

El Santo Padre Francisco dijo el miércoles que “Dios llora con nosotros y nos sorprende”, y que “tenemos que ser personas de primavera”, personas de esperanza. Se refería a la gran visión de la esperanza cristiana, porque los cristianos “tenemos a un Padre que llora lágrimas de infinita piedad por sus hijos. Un Padre que nos espera para consolarno­s, porque conoce nuestros padecimien­tos y nos ha preparado un futuro diferente. Esta es la gran visión de la esperanza cristiana, que se dilata sobre todos los días de nuestra existencia, y que quiere levantarno­s”. Ahora nos conviene fortalecer las conviccion­es y reencontra­r las razones para la fraternida­d y la esperanza, que echan el miedo. Para que sea verdad que: “¡No tenemos miedo!”.

Dios es el todopodero­so en el amor: ¡No podemos aceptar las utilizacio­nes blasfemas en su nombre!

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