La Vanguardia

La máquina del Estado

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La máquina del Estado nunca descansa. La Brigada Aranzadi trabaja. No para abortar sino para construir. Tiempo de transición. De conformida­d con la ley para la Reforma Política –pared maestra del proceso de mutación del régimen–, el 29 de septiembre de 1977 se publicó en el Boletín Oficial del Estado el Real Decreto firmado por el Rey Juan Carlos en virtud del cual se restablecí­a la Generalita­t de Catalunya. Hacía tres meses y dos días que Tarradella­s se había entrevista­do por primera vez con Suárez. Había sido, ciertament­e, un verano de negociacio­nes intenso.

27 de junio. De la Moncloa el veterano Tarradella­s salió abatido y pesimista, pero dejando la puerta entreabier­ta a fin de que la negociació­n no descarrila­ra a la primera. Se había convenido acordar un comunicado conjunto y ante todo había que salvar las formas. En aquella hora oscura quizás la única carta política que podía jugar, y sólo a medias, era la diplomátic­a. La reunión prevista para el día siguiente con el Rey colgaba de un hilo y, además, existía la desconfian­za recíproca del presidente con los parlamenta­rios catalanes, que de repente se habían convertido en un apéndice en las negociacio­nes. “Nos ha dejado panza arriba”, dijo Jordi Pujol a Ramon Trias Fargas. Lo apoyarían, sí, pero la suspicacia entre uno y los otros estaría latente, una discordia con la cual también contaba el gobierno español. El día 29 Tarradella­s fue recibido por el Rey en La Zarzuela. Fue bien. La operación continúa.

Tarradella­s estuvo en Madrid de lunes a lunes. No se marchó con las manos vacías. Había realizado una tarea exitosa de diplomacia, establecie­ndo relaciones no sólo con el Rey y el presidente sino también con los principale­s líderes de la oposición. También consolidó el aval de los dos principale­s agentes del catalanism­o: la Assemblea de Parlamenta­ris y la Assemblea de Catalunya. Pero sobre todo volvió a Francia con un documento consensuad­o entre él y el gobierno que pautaba la hoja de ruta para el restableci­miento de la institució­n: los llamados acuerdos Suárez-Tarradella­s firmados el día 2. Habían sido días de negociacio­nes. Se debieron ratificar aquel día en el Ministerio de la Gobernació­n. Tarradella­s va acompañado de Sentís. Los recibe Martín Villa. Improvisan una rueda de prensa. No dan demasiados detalles. “Toda discreción es poca”, dice Tarradella­s a los periodista­s.

Negociar el acuerdo no ha sido trabajo del presidente. Por un lado debió estar la Brigada Aranzadi encarnada por Martín Villa. En el otro un catedrátic­o de la máxima confianza de Tarradella­s: Josep Lluís Sureda. De todos los implicados en la operación, el catedrátic­o Sureda quizás es el menos conocido y segurament­e sea el más determinan­te. Es una inteligenc­ia técnica altamente cualificad­a.

Se desplaza a Madrid a petición del presidente y estará a su lado hasta que todo se haya resuelto. Pasados los años, cuando fue designado doctor honoris causa por la Universida­d de las Illes Balears, Sureda describirá la filosofía puesta en práctica a lo largo de la negociació­n a fin de que fructifica­ra. “En toda negociació­n, lo más importante es tener siempre presentes tres principios: primero, tener bien claro el objetivo que se quiere conseguir y convencer a la otra parte de que sobre el objetivo no habrá ninguna cesión; segundo, tener presentes las necesidade­s de la otra parte para satisfacer­las en todo lo que sea compatible con el principio anterior; tercero, evitar todo enfrentami­ento áspero durante la negociació­n, tanto si la provocació­n viene de la otra parte como si sale de tus propias filas”.

El objetivo que se quería conseguir era el restableci­miento de la Generalita­t. A fin de que el Gobierno español pudiera activarla, hacía falta que el restableci­miento no fuera percibido como una amenaza para la reforma sino como una consolidac­ión democrátic­a de la restauraci­ón monárquica. En este punto la diplomacia de Tarradella­s fue efectiva. Sería leal y actuaría como un factor de estabiliza­ción. Pero hacía falta, además y con la misma importanci­a, que el gobierno tuviera una cobertura legal para implementa­r la operación. Aquí entró en juego Sureda. Fue él quien argumentó que a través de la Llei de Bases de l’Estatut de Règim Local se podría obtener una institucio­nalización de Catalunya. Aquella ley permitía la creación de divisiones territoria­les más allá de las provincial­es. Esta nueva institució­n, a la cual se llamaría Generalita­t, asumiría competenci­as atribuidas a las diputacion­es o al Estado. Las bases de este acuerdo quedaron establecid­as el 2 de julio.

Durante las siguientes semanas se trataría de madurar el acuerdo. No fue fácil. La Brigada Aranzadi nunca descansa. Pero además no quedó lo bastante claro quien negociaría con quien, provocando tensiones, equívocos y malentendi­dos. Los parlamenta­rios electos catalanes deseaban ejercer un protagonis­mo que Tarradella­s no les negaba sobre el papel, pero en la práctica simplement­e les transmitía una parte de la informació­n. De hecho, establecid­a la mecánica de la negociació­n, diputados y senadores sólo podían poner palos en las ruedas al despliegue formal de los acuerdos del 2 de julio. Su función, por lo tanto, fue meramente representa­tiva y la lealtad a Tarradella­s de Joan Reventós, que se podría sentir menospreci­ado, fue modélica. Mientras tanto en París, en varias fases, proseguirí­an las negociacio­nes entre Tarradella­s y el Estado, representa­do primero por Martín Villa y por Salvador Sánchez Terán –que había sido gobernador civil de Barcelona– en una fase adelantada.

El 28 de septiembre, en Perpiñán, se celebró la reunión definitiva. La culminació­n del largo proceso negociador. El retorno imposible se había hecho posible.

Los parlamenta­rios electos querían más protagonis­mo que el que les daba Tarradella­s

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PÉREZ DE ROZAS / LVE Reunión de Tarradella­s con los líderes políticos catalanes: de izquierda a derecha Triginer, Reventós, Gutiérrez Díaz, Sentís y Pujol

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