La realidad y el deseo
Las dificultades de Emmanuel Macron para plasmar las promesas de regeneración que lo llevaron a la presidencia de Francia; y las incertidumbres que despierta la ley de transitoriedad jurídica elaborada por Junts pel Sí y la CUP.
LA imagen de hombre milagro del presidente francés, Emmanuel Macron, se desvanece a gran velocidad frente a los ciudadanos. En los tres meses que lleva al mando del Elíseo su popularidad se ha desplomado un 24%, lo que constituye una caída sin precedentes en la imagen de un presidente del país vecino. Los franceses satisfechos con su mandato, tras la ilusión de los primeros días, son ahora apenas un 40% frente a una mayoría, el 57%, de descontentos.
Macron fue elegido como la gran alternativa de Francia ante la extrema derecha de Marine Le Pen y con ello salvó no sólo a Francia sino a toda la Unión Europea de una peligrosa deriva populista. En este objetivo logró el milagro. Pero también fue elegido como el hombre esperanza capaz de liderar la transformación económica y social que Francia necesita para que este país desarrolle todo su enorme potencial dormido. Lo que sucede es que para impulsar esa transformación no hay recetas milagro. Se necesitan cambios para impulsar un mayor dinamismo en una sociedad acomodada que es muy reticente a estos, ya que teme perder sus derechos adquiridos.
Los primeros cambios que ha puesto en marcha Macron, sin embargo, inquietan a los franceses, como es el caso de las medidas fiscales que afectan a los jubilados, el recorte de algunas ayudas sociales y, sobre todo, la polémica reforma laboral que presentará esta semana y que comporta un nuevo modelo de relaciones entre empresarios y trabajadores con el objetivo de lograr mayor competitividad.
Aunque la reforma laboral será presentada en detalle por el Gobierno esta misma semana, en líneas generales pretende dar prioridad a los acuerdos alcanzados en el marco de las empresas, por encima de los acuerdos sectoriales, lo que puede debilitar a los sindicatos, así como limitar las indemnizaciones por despido improcedente. El objetivo último, como ha dicho el propio Macron, es flexibilizar el mercado de trabajo para poner fin a sus excesivas rigideces, con la esperanza de que ello pueda dinamizar la contratación laboral y reducir el paro. La principal central sindical del país, la Confederación General del Trabajo (CGT), ya ha convocado una huelga general para el próximo 12 de septiembre mientras el líder de La Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon –considerado el principal líder de la oposición–, organiza una gran jornada de protesta once días después, el 23 de septiembre, contra lo que considera un “golpe de Estado social”.
Este inicio de curso político es determinante para la agenda reformista de Macron. Junto a la reforma laboral, el Gobierno francés iniciará un proceso de concertación social para la reforma de los subsidios de paro y de la formación profesional, al que seguirá en el 2018 la reforma de las pensiones para, fundamentalmente, suprimir las ventajas de numerosos regímenes especiales. El 27 de septiembre, asimismo, se presentarán los presupuestos del Estado para el 2018, que incluirán rebajas de impuestos y de cotizaciones sociales, así como recortes del gasto público. También se anuncian planes para la vivienda, para el transporte y una gran reforma de los programas de estudios.
El propio Macron, sin embargo, es consciente de las enormes dificultades a las que se enfrenta. Hace tan sólo unos días admitió que los franceses detestan las reformas y que, por tanto, Francia es un país difícilmente reformable. Pero su compromiso es intentarlo. Es importante no sólo para Francia sino para toda la Unión Europea que su proceso reformador tenga éxito y que logre una Francia más próspera y más dinámica. Su proyecto de refundar Europa exige que primero tenga éxito en su propia casa.