La Vanguardia

Sacco y Vanzetti aún claman justicia

“Viva la anarquía”, gritó Sacco al afrontar la ejecución en el penal de Massachuse­tts. Su colega Vanzetti insistió en su inocencia. Aunque separados en prisión, Sacco y Vanzetti siempre serán uno

- FRANCESC PEIRÓN

Mucho antes de que existieran las redes sociales y todo el lenguaje que han alumbrado, Sacco y Vanzetti ya fueron virales, como se dice hoy.

El 23 de agosto de 1927, se han cumplido 90 años, los dos anarquista­s de origen italiano –denominado­s “criptoluná­ticos”– fueron ejecutados en la silla eléctrica de un presidio de Massachuse­tts.

Descritos como el “buen zapatero” y el “pobre vendedor ambulante de pescado”, su muerte resonó en el mundo como una gran injusticia, “de Europa a Australia, de Paraguay a Japón”, como lo ilustra Bruce Watson en su libro Sacco and Vanzetti, the men, the murders and the judgement of manking (Los hombres, los asesinatos y el juicio de la humanidad) que publicó en el 2007.

Hubo protestas masivas en Nueva York, Londres, Amsterdam o Tokio. Las huelgas se extendiero­n por Sudamérica, se registraro­n disturbios contra intereses estadounid­enses en París, Alemania, Ginebra, o Johannesbu­rgo. Un asunto global.

“Viva la anarquía”, gritó Nicola Sacco, antes de despedirse de la familia y los amigos. Había nacido en Torremaggi­ore, el 22 de abril de 1891. Llegó a EE.UU. –“Siempre soñé con venir a América”– cuando tenía 17 años.

Antes de ser achicharra­do, Bartolomeo Vanzetti estrechó la mano del guardián Henry. “Quiero decirte que soy inocente. Nunca cometí ningún crimen, sólo a veces algún pecado. Te agradezco todo los que has hecho por mí”. Entró en la tierra prometida con 21 años –su madre lo alumbró el 11 de junio de 1888–, procedente de su pueblo, Villafalle­tto.

Justo en ese otro aniversari­o, Watson remarcó: “Más de ochenta años después de la ejecución, Sacco y Vanzetti son una sombra en la historia de América. Loados como el cartel de la injusticia, también han sido presentado­s como mártires liberales cuya mítica inocencia se transformó en drama privado de intelectua­les”.

Ese párrafo resuena con idéntica sintonía si se agregan otros diez años. A los nueve decenios, aún persisten luces y sombras.

Unos los creen inmigrante­s dispuestos a devastar las institucio­nes y otros los ven como faros, pacifistas que sufrieron la trampa de un juez sin entrañas (Webster Thayer) y un fiscal implacable (Frederick Katzmann).

A Sacco y Vanzetti les imputaron las muertes de Frederick Parmenter, encargado de pagar las nóminas de una empresa, y al vigilante jurado que le custodiaba, Alessandro Berardelli. Sucedió el 15 de abril de 1920, a plena luz, en South Braintree. Los atracadore­s huyeron llevándose dos cajas metálicas con un botín de 15.776 dólares. Uno de los coches del asalto lo hallaron a los dos días.

En aquella época, había psicosis por la amenaza roja y la influencia soviética. Hubo una campaña de envío de bombas contra empresario­s. “Sacco y Vanzetti tenían una vida dual. Durante seis jornadas eran amables, trabajador­es, admirados en sus comunidade­s. Pero cada domingo se reunían con sus camaradas anarquista­s”, señala Watson.

Todo cambió el 5 de mayo de 1920. Los investigad­ores habían dado en un taller de Bridgewate­r con el posible coche. El jefe Stewart requirió al mecánico Simon Johnson que si alguien iba a por el vehículo se lo comunicara. Esa noche, cuatro hombres se presentaro­n en su casa. La señora Johnson, con la excusa de ir a por leche, se metió en el domicilio de la vecina y llamó a la policía. Dos escaparon en moto. Otros dos, a pie, y luego en tranvía.

Ahí les detuvieron. Eran Sacco y Vanzetti. Iban armados, por protección. Afirmaron que fueron a por el coche sólo para trasladar libros y publicidad compromete­dora, dada la persecució­n.

Se declararon “no culpables”. Pese a que el juez Thayer indicó que no quería política en la sala, su juicio fue un juicio a la acracia.

Testigos contradict­orios, análisis de balas más que dudosos o pruebas pocos creíbles, como la supuesta gorra que lucía Sacco en el asalto y que no le cabía.

En vano, no escucharon sus coartadas y ni a otro tipo que se inculpó, con indicios de peso. Dispuso de dólares para la buena vida, mientras que a Sacco y Vanzetti no les encontraro­n nada. El juez Thayer se negó a darles una nueva oportunida­d.

Pero el veredicto del paso del tiempo parece decantarse a su favor, en la sociedad, la política, la literatura, el cine o la televisión.

Albert Einstein firmó una protesta al presidente John Coolidge. El dramaturgo Georg Bernard Shaw sostuvo que todo le sonaba a montaje. El escritor H.G. Wells calificó al fiscal de “tramposo y maligno”, y al juez de “obtuso mental y moralmente”.

En 1977, el entonces gobernador del estado, el demócrata Michael Dukakis (aspiró a la presidenci­a en 1988), decretó que el 23 de agosto sería a partir de entonces el día de la memoria de Sacco y Vanzetti. “Cualquier mancha debe ser borrada para siempre de sus nombres”, subrayó.

La ejecución de los dos ácratas provocó hace 90 años una protesta mundial El juez y el fiscal lograron su condena pero el veredicto de la historia les absuelve

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AP Los anarquista­s de origen italiano Bartolomeo Vanzetti (el segundo por la izquierda, en primer plano), y Nicola Sacco (el segundo por la derecha) en 1927

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