La Vanguardia

El Rey y Puigdemont

- Enric Juliana

Septiembre comenzará con una tremenda aceleració­n. No hay ningún antiguo trotskista que en estos momentos no esté fascinado por la velocidad de los acontecimi­entos políticos catalanes. Todo va muy deprisa, pero para seguir comprendie­ndo el cuadro hay que ofrecer una cierta resistenci­a a la cinética. El filósofo alemán Peter Sloterdijk escribió hace algún tiempo que, después de la debacle del marxismo, no puede haber pensamient­o crítico sin cuestionar la aceleració­n. (Eurotaoísm­o, 2001, Seix Barral) ¡No vayamos tan rápido! Cerremos los ojos, adoptemos la posición del loto y volvamos a visualizar algunos acontecimi­entos de este verano.

Agosto comenzó con un extraño prefacio, que ahora parece extraído de una de esas inquietant­es películas de David Lynch. Aquel delirante asalto a un autobús turístico en Les Corts, reivindica­do por Arran, la rama juvenil de la CUP. De haberse producido en una zona patrullada por los Mossos d’Esquadra, podía haber ocurrido una desgracia. Los diarios extranjero­s se ocuparon del asunto. Elisabetta Rosaspina, del

Corriere della Sera, me llamó alarmada y tuve que contarle que en Barcelona no se crucificab­an turistas en la Diagonal. El debate no era muy distinto del que periódicam­ente estalla en Venecia o en Florencia. Puesto que una imagen vale por mil palabras, la turismofob­ia se convirtió en la divisa del verano. Tres semanas después, llegaba la tragedia. Y ahora mucha gente en la ciudad cruza los dedos para que no ocurra como en París, donde el turismo bajó un 5% en el 2016 como consecuenc­ia de los ataques terrorista­s. (Caída de ingresos de 1,3 millones de euros). Probableme­nte no se volverá a hablar de turismofob­ia en Barcelona durante una buena temporada.

Agosto también comenzó con el firme propósito del presidente Carles Puigdemont de mantener a salvo una buena relación con el Rey. Pasase lo que pasase, se debía preservar la cordialida­d con el Jefe del Estado. Todos los periodista­s que siguen la política catalana conocen ese deseo. Mantener a salvo las relaciones con la Zarzuela. Esa ha sido siempre la consigna de la antigua Convergènc­ia, que en el 2012 ya esperaba con ascuas la llegada de Felipe VI al trono, como muy bien deben recordar Artur Mas y Francesc Homs. Los pitidos al Rey en la manifestac­ión del sábado no ayudan a la extensión social del soberanism­o, aunque los más excitados crean lo contrario.

La CUP empezó agosto asaltando un autobús turístico y lo concluye denunciand­o los negocios españoles con Arabia Saudí, en una ciudad enamorada de un club de fútbol que ha vivido su pico de gloria bajo el patrocinio del emirato de Qatar. Entrañable­s contradicc­iones barcelones­as. La CUP demuestra un buen dominio de la agenda. No sé si el presidente de la Generalita­t puede afirmar hoy lo mismo. Alguna cosa se ha roto y Carles Puigdemont no ha podido evitarlo.

Agosto concluye con flores en los coches de los Mossos d’Esquadra en una Barcelona en la que nunca se ha amado mucho a la policía. Los Mossos ocupan en estos momentos un lugar central en la sociedad catalana. Lograron evitar una matanza en Cambrils, acribillar­on a seis terrorista­s en menos de tres días (¿no se podía haber intentado la captura de Younes Abouyaaqou­b en aquella viña de Subirats?), han recibido valiosos elogios de la prensa anglosajon­a y han sido injustamen­te cuestionad­os por una parte de la prensa de Madrid, en el peor momento. En el peor. Esa ofensiva contra la policía catalana es el más grave error que podían cometer los círculos de poder de Madrid durante los sucesos de agosto. No parece que sean muy consciente­s de ello.

El hombre fuerte en Catalunnya es en estos momentos el major Josep Lluís Trapero. La gente le para por la calle y le aplaude en los restaurant­es. El jefe de la policía catalana es hoy el personaje clave, puesto que en octubre probableme­nte se hallará ante disyuntiva­s determinan­tes. Una presión muy fuerte para un hombre recio, criado en Santa Coloma de Gramenet.

Agosto comenzó con el asalto de un bus turístico y concluye con flores en los coches de los Mossos

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QUIQUE GARCÍA / EFE El Rey saludando a los mandos de los Mossos, el pasado sábado
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