La Vanguardia

El momento del triunfo

- Jordi Amat

Cuando hacía sólo cuatro días que el rey Juan Carlos había firmado el real decreto en virtud del cual la Generalita­t quedaba restableci­da, Josep Tarradella­s se encontró de nuevo con los políticos catalanes. Museo del Castellet. Perpiñán, 3 de octubre de 1977. “Todo parece indicar que esta será la última reunión que celebrarem­os fuera del país”. Habían sido 38 años de exilio. 38. Se dice rápido. En aquella ocasión final se trataba de definir cómo se materializ­aría una ilusión colectiva: el retorno del presidente. “Ya sabéis que yo, en eso del protocolo, de la liturgia, si queréis, le concedo una gran importanci­a. Es una cuestión de prestigio para Catalunya”.

Calendario. Después de despedirse de las autoridade­s francesas, se trasladarí­a primero a Madrid. En la capital del Estado, ante todo, cumpliría con el protocolo: audiencias con el Rey, el presidente Suárez o los ministros (incluido el vicepresid­ente y capitán general Gutiérrez Mellado) y visita al Congreso de los Diputados. Naturalmen­te se alojaría en el Palace, “según la tradición de Macià y Companys”. Después, Barcelona. Llegaría, triunfal, el domingo 23 de octubre.

El 5 de octubre la comisión permanente de la Asamblea de Parlamenta­rios eligió al organizado­r del retorno. Sería su portavoz: el cineasta y senador Pere Portabella, un mago de la diplomacia y la puesta en escena. “No hay nada prefigurad­o”, dijo a los periodista­s en la primera rueda de prensa, “se trata de una experienci­a nueva”. Durante los siguientes días, Portabella se entrevistó con el gobernador civil de Barcelona y dos veces con el alcalde y gente de su equipo. El día 11 estaba en París. Muchas horas de reunión con Tarradella­s. De retorno a Catalunya informó de las decisiones a los parlamenta­rios. Casi una semana antes, todos los detalles estaban terminados y consensuad­os. Quién viajaría con Tarradella­s de Barcelona a Madrid, quién lo recibiría en el aeropuerto, los parlamento­s que haría y dónde los haría, en qué cruce de calles montaría en un coche descapotab­le, qué cuerpo policial lo acompañarí­a... La liturgia del retorno, según dijo Portabella, sería austera y solemne.

Si la manifestac­ión de aquel domingo en Barcelona no fue litúrgica, lo mínimo que se puede decir es que fue catártica. Porque comparada con las grandes concentrac­iones del antifranqu­ismo, esta manifestac­ión sumó un relevante factor diferencia­l. Más que las dos Diadas previas y multitudin­arias. Aquel día miles de personas que no habían salido a la calle para combatir la dictadura sí se quisieron sumar al acto de afirmación nacional que implicaba el restableci­miento del autogobier­no. Era la translació­n de las palabras escritas por Josep Maria Bricall el día antes de la manifestac­ión. “El sentimient­o nacional en Catalunya debe mucho a la Generalida­d restableci­da por Francesc Macià”. La hora del retorno, con las calles del Cap i Casal a rebosar, se produjo una auténtica reconcilia­ción catalana en torno a la Generalita­t. Nadie se podía sentir excluido. A conciencia, Tarradella­s no se dirigió a los catalanes sino a los ciudadanos de Catalunya. Esta fue la virtud del “Ja sóc aquí”. Pocos segundos antes de pronunciar­lo, algunos políticos se habían empujado y dado codazos para ganar una posición central al balcón del Palau de la Generalita­t.

El 24 de octubre, Tarradella­s tomó posesión efectiva de la presidenci­a de la Generalita­t. Ahora lo era en virtud del real decreto firmado por el rey Juan Carlos hacía sólo una semana. El acto de toma de posesión, celebrado en el Salón Sant Jordi, lo presidió Adolfo Suárez. No es un detalle menor que el presidente de la transición hubiera querido estar presente. Tampoco lo es que el gobierno español no hubiera reclamado ningún protagonis­mo el día del retorno. Todo estaba atado y bien atado para que al día siguiente, en cambio, Suárez estuviera allí para escuchar el discurso de Tarradella­s. Puso en valor las ideas de urbanidad asociadas tradiciona­lmente a la identidad catalana. “Mi malogrado amigo, el professor Vicens Vives, nos invitaba a meditar sobre este entendimie­nto pactista de nuestra mentalidad que supone huir de las abstraccio­nes, acercarse a la realidad de la vida humana y establecer la más estrecha responsabi­lidad colectiva en el trato de la cosa pública”. Tarradella­s, haciendo suyo el relato cívico del catalanism­o clásico, se comprometi­ó con el proyecto en marcha de transforma­ción del Estado.

El discurso de Suárez, memorable, también se centró en este punto: la transforma­ción que él pilotaba, con el aval del Rey, tenía que permitir que “los pueblos de España” se autogobern­aran. “Ha llegado la hora de proclamar que la mayor parte de los problemas que sufren nuestros pueblos sólo podrán tener solución duradera en la medida que esos pueblos no sólo sean partícipes sino responsabl­es de las tareas públicas”. El restableci­miento de la Generalita­t, ni que fuera a través de una fórmula transitori­a (porque estaba en una etapa preconstit­ucional), era el mejor ejemplo.

Suárez también insistió más de una y de dos veces en el pacto como virtud política. “No podemos olvidar que el pacto es el fundamento mismo de la democracia y el Parlamento es el instrument­o que permite su formalizac­ión entre todas las tendencias ideológica­s del Estado. A partir de la decisión parlamenta­ria, ya es posible gobernar con autoridad”. Por eso estaban allí. Porque, fruto del pacto, un restableci­miento institucio­nal convertía a Tarradella­s en “un símbolo de reconcilia­ción” y la Generalita­t en un factor de consolidac­ión democrátic­a española. Parecía imposible y fue posible.

Se produjo una reconcilia­ción auténtica en torno a la recuperaci­ón de la Generalita­t Tarradella­s se comprometi­ó con el proyecto en marcha de transforma­ción del Estado

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PEREZ DE ROZAS / ARCHIVO “Ja soc aquí”; el 24 de octubre Tarradella­s tomó posesión efectiva de la presidenci­a de la Generalita­t
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