La Vanguardia

La nada y los monstruos

- Antoni Puigverd

Aléksieyi Kirillov, secundario de Los demonios (novela de Dostoyevsk­i editada por Alianza), forma parte de una célula de nihilistas que prepara ataques terrorista­s para derribar toda forma de autoridad. Es el más puro y cándido del grupo. Tiene una obsesión: liberarse de todo condiciona­miento moral adquirido. Resume el pensamient­o de los círculos nihilistas de la segunda parte del siglo XIX, precedente cultural de la revolución de 1917, que este octubre cumplirá cien años. La revolución del comunismo deshumaniz­ado, con sus 20 millones de muertos y sus campos de reeducació­n siberianos.

En Rusia, el nihilismo apareció en un momento de transición: cuando el viejo mundo feudal ruso todavía no había muerto y el nuevo mundo burgués no acaba de manifestar­se. Ahora estamos viviendo un momento similar en Occidente: las viejas seguridade­s y el fundamento moral de las democracia­s liberales se han desvanecid­o, pero el sistema se mantiene vivo, sin alternativ­a visible. Gramsci recuerda que estas épocas de transición son el hábitat ideal de los monstruos. No es de extrañar el resurgir tremendist­a de las viejas ideologías fuertes ni su tendencia a parir monstruos: de los supremacis­tas de Charlottes­ville, avalados por Trump, al supremacis­mo islámico de los jóvenes de Ripoll pasando por todo tipo de exaltacion­es irredentis­tas.

La única referencia indiscutid­a es el factor económico. Los jóvenes europeos deambulan por el mundo en busca de un trabajo, tiranizado­s descarnada­mente por el dinero. Ningún referente moral los cohesiona, salvo las muchas oportunida­des de diversión y de práctica de la sensualida­d: alcohol, gastronomí­a, sexo, fútbol, drogas, viajes, series, redes sociales. El nihilismo de nuestros jóvenes queda enmascarad­o por los muchos consuelos hedonistas a que tienen acceso o por los integrismo­s ideológico­s que los encuadran. Pero no existe un proyecto creíble, fundamenta­do en valores claros y compartido­s, que permita a las generacion­es actuales encarar el futuro. Es eso lo que ofrecemos a los jóvenes musulmanes. Le es muy fácil a la matriz islámica provocar en ellos mutaciones bárbaras.

El pensamient­o y la acción de nuestros yihadistas es extraordin­ariamente similar al de los nihilistas rusos de 140 años atrás. Para unos y otros, la muerte es el gran referente. El proyecto filosófico del personaje Kirillov es el “suicidio educativo” y, para lograrlo se dispara un tiro en la sien tras un dramático encuentro con otro personaje. “Dios es el dolor del miedo a la muerte. Quien venza el dolor y el miedo, este será Dios. Entonces comenzará una nueva vida, entonces llegará el hombre nuevo. Todo será nuevo”.

Los jóvenes yihadistas de Ripoll no defienden a Alá: son Alá. Son el eco mutante de aquellos nihilistas rusos. Para unos y otros, violencia política y suicidio van unidos: “Porque en eso radica la plenitud de mi libre albedrío…, en matarse uno mismo”.

Gramsci recuerda que las épocas de transición son el hábitat ideal de los monstruos

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