La nada y los monstruos
Aléksieyi Kirillov, secundario de Los demonios (novela de Dostoyevski editada por Alianza), forma parte de una célula de nihilistas que prepara ataques terroristas para derribar toda forma de autoridad. Es el más puro y cándido del grupo. Tiene una obsesión: liberarse de todo condicionamiento moral adquirido. Resume el pensamiento de los círculos nihilistas de la segunda parte del siglo XIX, precedente cultural de la revolución de 1917, que este octubre cumplirá cien años. La revolución del comunismo deshumanizado, con sus 20 millones de muertos y sus campos de reeducación siberianos.
En Rusia, el nihilismo apareció en un momento de transición: cuando el viejo mundo feudal ruso todavía no había muerto y el nuevo mundo burgués no acaba de manifestarse. Ahora estamos viviendo un momento similar en Occidente: las viejas seguridades y el fundamento moral de las democracias liberales se han desvanecido, pero el sistema se mantiene vivo, sin alternativa visible. Gramsci recuerda que estas épocas de transición son el hábitat ideal de los monstruos. No es de extrañar el resurgir tremendista de las viejas ideologías fuertes ni su tendencia a parir monstruos: de los supremacistas de Charlottesville, avalados por Trump, al supremacismo islámico de los jóvenes de Ripoll pasando por todo tipo de exaltaciones irredentistas.
La única referencia indiscutida es el factor económico. Los jóvenes europeos deambulan por el mundo en busca de un trabajo, tiranizados descarnadamente por el dinero. Ningún referente moral los cohesiona, salvo las muchas oportunidades de diversión y de práctica de la sensualidad: alcohol, gastronomía, sexo, fútbol, drogas, viajes, series, redes sociales. El nihilismo de nuestros jóvenes queda enmascarado por los muchos consuelos hedonistas a que tienen acceso o por los integrismos ideológicos que los encuadran. Pero no existe un proyecto creíble, fundamentado en valores claros y compartidos, que permita a las generaciones actuales encarar el futuro. Es eso lo que ofrecemos a los jóvenes musulmanes. Le es muy fácil a la matriz islámica provocar en ellos mutaciones bárbaras.
El pensamiento y la acción de nuestros yihadistas es extraordinariamente similar al de los nihilistas rusos de 140 años atrás. Para unos y otros, la muerte es el gran referente. El proyecto filosófico del personaje Kirillov es el “suicidio educativo” y, para lograrlo se dispara un tiro en la sien tras un dramático encuentro con otro personaje. “Dios es el dolor del miedo a la muerte. Quien venza el dolor y el miedo, este será Dios. Entonces comenzará una nueva vida, entonces llegará el hombre nuevo. Todo será nuevo”.
Los jóvenes yihadistas de Ripoll no defienden a Alá: son Alá. Son el eco mutante de aquellos nihilistas rusos. Para unos y otros, violencia política y suicidio van unidos: “Porque en eso radica la plenitud de mi libre albedrío…, en matarse uno mismo”.
Gramsci recuerda que las épocas de transición son el hábitat ideal de los monstruos