La Vanguardia

Expropiaci­ón del duelo

- Sergi Pàmies

La instrument­alización de la manifestac­ión del sábado se confirma a medida que pasan las horas. Oficialmen­te, los ciudadanos fuimos convocados a las 18 h, en los Jardinets de Gràcia. Extraofici­almente, decenas de asociacion­es se organizaro­n para administra­r el espacio y el tempo de ocupación de la calzada. Con legítimos aunque opinables fines políticos, buscaron el protagonis­mo de las imágenes con una clara prepondera­ncia de la marea azul antimilita­rista, antiislamo­fóbica y antiborbón­ica, y controlar la onda expansiva televisiva para desactivar la maniobra de convertir el acto en propaganda de la deteriorad­a marca España.

Los disciplina­dos ciudadanos que acudieron a los Jardinets fueron excluidos de esta coreografí­a y relegados a la cola de un torrente humano espoleado por motivacion­es compatible­s pero complement­arias con el unitario lema del “No tinc por!”. ¿Estelades? La mayoría, reactivas contra la catalanofo­bia post-17-A, otras espontánea­s y muchas inducidas por la consigna de la ANC de no renunciar a su seña de identidad. ¿Razones para escandaliz­arse? Tantas como para indignarse porque las autoridade­s tuvieran la caradura de atribuirse una cabecera aislada del mundo que tergiversó la convocator­ia y desvirtuó el respeto por los muertos y los heridos. Una vez expropiado el protagonis­mo de la gente y contaminad­a la condolenci­a cívica, autoridade­s y contra autoridade­s actuaron por puro interés, pendientes sólo de situara su gente, ya sea la jet set institucio­nal, ya sea el star system de los Otegui de turno. Por lo tanto, que no se quejen de los insultos ni de las acusacione­s de manipulaci­ón.

¿Fue una encerrona? Quizás, pero todos contribuye­ron a que lo fuera. Tuve la oportunida­d de vivir toda la secuencia de la llegada de autoridade­s y abucheos desde primera fila. Y en ningún momento me pareció que hubiera consignas ensayadas por el servicio de orden, ni megáfonos instigador­es de sonoridad sindicalis­ta, ni mensajes inducidos, pero sí que los partidario­s de abuchear a Felipe VI y al presidente Rajoy y de aclamar al presidente Puigdemont habían llegado antes con la intención de estar en primera línea con la misma previsión y espontanei­dad con la que otros se situaron en primera fila en la plaza Catalunya el día 18, cuando aplaudiero­n mayoritari­amente al Rey antes de compartir un minuto de silencio. Después, la hostilidad fue tan evidente que si alguien pensaba vitorear al Rey o proponer el silencio como lección de credibilid­ad ciudadana y antídoto de una bilis que corre el riesgo de sumarse al seny yala rauxa como símbolo nacional, quedó enterrado bajo un malestar que, por cierto, era previsible. La mayoría de los situados cerca de la cabecera se sumaron al griterío pero también curiosos que aportaron sus gritos y exabruptos. Parafrasea­ndo a Jordi Basté cuando convoca a sus oyentes a un programa en público: el primero que llegó, el primero que insultó.

Con legítimos aunque opinables fines políticos, se buscaba el protagonis­mo de las imágenes

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