Del sol y playa al turismo cultural
Sant Feliu de Guíxols renueva el modelo turístico con la futura apertura del Museu Thyssen
En una población de posguerra, donde el azúcar se compraba a gramos y había escasez de todo, la llegada de los turistas trajo prosperidad. Anna Vicens, que está punto de cumplir 83 años, recuerda que se pasaba el día cosiendo y bordando. “Bordaba sábanas y servilletas. Todo a mano. Trabajé para cantidad de hoteles”, rememora esta octogenaria que, en sus ratos libres, mantenía viva su afición: filmar. Ella y su marido, Toni Ferrer, coleccionista de vivencias de 8 milímetros y máquinas de cine, aún conservan en su casa las cámaras y los proyectores que usaron a lo largo de los años. Sus filmaciones han permitido recoger las transformaciones del pueblo y cómo fue aquella época del desembarco turístico, que el escritor y periodista catalán Agustí Calvet, Gaziel se refirió como “la segunda rifa que cayó al municipio después del corcho”, ya que desde finales del siglo XIX hasta primera mitad del XX esta industria constituía el principal medio de vida, junto con un puerto muy activo.
Una de las cosas que más atraía a los visitantes era el Carrilet, que durante tres cuartos de siglo unió esta población costera con Girona. Convertida en vía verde, esta infraestructura forma parte ahora del recuerdo. Algunos de los edificios señoriales de la fachada marítima fueron demolidos para convertirse en apartamentos, eso sí de una altura razonable. La montaña de Sant Elm se revistió de apartamentos y su fuente, punto de encuentro y de ocio de los habitantes, desapareció. También se demolió el casino El Guixolenc y hubo un cambio en las costumbres con la aparición de las primeras mujeres en bikini. Se construyó una plaza de toros (inaugurada en 1957) y se edificó el hotel Panorama y el Montjoi.
Los paisajes de cine de la Costa Brava fijados en películas como
Pandora y el holandés errante (1951), con algunas escenas filmadas en Sant Feliu, El jardinero español (1956), donde aparece el arco de Sant Benet o De repente, el último
verano (1959) despertaron el interés de turistas extranjeros, sobre todo franceses e ingleses, que vinieron cautivados por lo que habían visto en la gran pantalla.
Pero Sant Feliu, cuyo desarrollo turístico se inició a partir de la década de 1950 y tuvo su cúspide durante los años sesenta y setenta, se salvó de un turismo de masas y acogió otra clase de visitantes más de segunda residencia y de interior. “Fue un acierto limitar la altura de plantas de los bloques de pisos y apartamentos. Permitió acoger un turismo más familiar y de cierta calidad”, expone el historiador y técnico de archivo, Josep Auladell.
El sol y la playa, que ya en los años veinte atrajo a visitantes de Girona y Barcelona de clase bienestante para hacer los conocidos baños de Sant Elm o los “Viajes azules”, empieza a no serlo todo en la destinación, la cual se está reinventando. Sant Feliu, que cuenta con 21.900 habitantes y una población flotante de 60.000 personas, aspira a ser la capital de la cultura en la Costa Brava. Y el viento sopla a favor: no sólo porque acoge el festival más antiguo de verano que se celebra en Catalunya como es Porta Ferrada, sino por el proyecto Thyssen, que prevé abrir en el 2020 un museo con una colección de artistas catalanes del siglo XIX y XX de la baronesa.
“Dará un valor añadido a la oferta que tenemos: patrimonio natural, arquitectónico y ahora también artístico”, asegura el alcalde, Carles Motas. En los próximos dos años se abrirán nuevos hoteles de gama alta que, junto con otro inaugurado recientemente de lujo, ofrecerán más de un centenar de camas, las cuales se sumarán a las más de 2.100 que hay en la actualidad. La llegada del museo abre un nuevo horizonte y se entrevé un cambio de modelo turístico. “No queremos perder el sol y playa pero los visitantes piden algo más”, afirma Motas.