Repasando a Montesquieu
CHARLES Louis de Secondat, barón de Montesquieu, es poco menos que el ideólogo del Estado de derecho, pues en su obra Del
espíritu de las leyes (1748) escribió: “En el Estado en que un hombre solo o una sola corporación de próceres, o de nobles, o del pueblo administrase los tres poderes y tuviese la facultad de hacer las leyes, de ejecutar las resoluciones públicas y de juzgar los crímenes y contiendas de particulares, todo se perdería enteramente”. Es curioso que a medida que Montesquieu imponía su concepto de división de poderes, que había retomado de John Locke, en los gobiernos de su tiempo, él se iba desinteresando de su condición de jurista y dedicaba su tiempo a estudiar las ciencias (fue académico en Burdeos). Tiene su gracia ver sus tratados sobre las glándulas suprarrenales, la gravedad o el eco, que han influido mucho menos en la historia del hombre que sus ensayos sobre las libertades. Así los fundadores de Estados Unidos lo citan continuamente, y sólo es superado por las alusiones a la Biblia.
Nuestros estados democráticos son resultado de esta división de poderes, lo cual no quiere decir que el poder ejecutivo no intente comerle terreno al judicial. A menudo este diario se ha quejado de la judicialización de la política, especialmente en el contencioso catalán, donde asuntos que deberían resolverse alrededor de una mesa han acabado en los tribunales. Pero más sorprendente resulta comprobar que en el borrador de la ley de transitoriedad, que se presentó el pasado lunes, se explicita que el presidente del Tribunal Supremo, los presidentes de las salas y el fiscal general serían nombrados indirectamente por el gobierno catalán. Así que es evidente que el redactor del texto parece mejor lector de los ensayos de Montesquieu sobre las glándulas suprarrenales (que responden al estrés) que de sus tratados sobre los fundamentos de la democracia.