La Vanguardia

1789: El intruso siempre inesperado

Entre los hitos del año 1789, la Declaració­n de los Derechos del Hombre y del Ciudadano del 26 de agosto nunca habría pasado de ser una lista de intencione­s sin la inesperada irrupción del pueblo

- RAFAEL POCH

La Revolución Francesa fue un largo proceso, pero lo esencial ocurrió en los diez años que van de 1789 a 1799. El golpe de Estado bonapartis­ta del 18 brumario (noviembre) de aquel año cerró la serie, pero preservó lo que considerab­a aceptable de aquella revolución, el sistema constituci­onal y la igualdad civil que enterraron al Antiguo Régimen. Pero si la Revolución Francesa es universali­sta y actual, por aún incompleta, es por la perdurabil­idad de los puntos suspensivo­s que dejó aquello de 1789 que el golpe de Napoleón rechazó por inaceptabl­e: la búsqueda de la igualdad social y la irrupción del pueblo en la vida política.

El año 1789 tuvo seis hitos: la sesión de los Estados generales del 5 de mayo; la declaració­n del Tercer Estado como Asamblea Nacional, el 17 de junio; la toma de la Bastilla del 14 de julio; la abolición de los privilegio­s feudales del 4 de agosto; el voto de la Declaració­n de los Derechos del Hombre y del Ciudadano del 26 del mismo mes, y la marcha de las mujeres de París a Versalles, el 6 de octubre, que se llevó al rey y a su familia a París. La Declaració­n fue sólo el episodio de una serie que habría quedado en cambio político-jurídico, sin la irrupción inesperada y violenta del pueblo. Detrás del concepto toma de la Bastilla se oculta una insurrecci­ón armada, no sólo en la capital sino en el conjunto del país, que lo cambia todo. Los diputados del Tercer Estado, que encarnan, como ellos dicen, “por lo menos el 96% de la Nación”, mayoritari­os pero sin peso y despreciad­os por la nobleza de la que muchos de ellos no están muy lejos en posición económica, acogen con miedo la quema de puestos de recaudació­n, los asaltos a arsenales para armarse, la formación de milicias y la destrucció­n de la Bastilla, en general con poca violencia. Pero ese factor lo cambia todo y genera una espiral.

El miedo a una reacción provoca todo tipo de fantástico­s rumores de invasión (piamontesa, inglesa, de ejércitos de bandidos organizado­s por los señores), y ese miedo incorpora al campesinad­o, mayoritari­o, en todo tipo de revueltas locales con asaltos y quema de archivos que registran odiados impuestos. La Asamblea Nacional emancipada de los estamentos decide abolir los privilegio­s y derechos señoriales el 5 de agosto y establece la igualdad fiscal. Es la desaparici­ón de la servidumbr­e.

La Declaració­n de los Derechos del Hombre del día 26 tiene el doble propósito de impedir toda vuelta atrás y, al mismo tiempo, conjurar el riesgo de explosión popular. De ahí su doble insistenci­a en afirmar derechos individual­es (libertad, propiedad e igualdad jurídica) y derechos de la Nación como el imperio de la ley, la legitimida­d del impuesto y de los agentes de la fuerza pública. En sus diecisiete artículos no se menciona al rey, el sufragio universal y la abolición del esclavismo se sobreentie­nden, el catolicism­o deja de ser religión de Estado para someterse a un cuadro jurídico y los derechos del hombre adquieren valor universal al establecer­se como principio de la democracia jurídica y social.

Todo este torbellino provoca una enorme conspiraci­ón de la nobleza más intransige­nte. El príncipe de Condé, gran jefe militar, ya emigra tras la toma de la Bastilla para organizar un ejército en Worms. El hermano del rey, el conde de Artois (futuro Carlos X, que será destronado como último Borbón en la revolución de 1830), escapa el 17 de julio para organizar la contrarrev­olución. Luis XVI veta resolucion­es sin éxito primero y conspira en secreto después, pero no tiene más remedio que seguir la corriente que lo arrastra todo. El rey hace ir a Versalles al regimiento de Flandes, completame­nte hostil a los cambios y que el 1 de octubre pisotea la enseña tricolor e injuria a la nación y a la asamblea, donde los monárquico­s aún reclaman un derecho de veto absoluto para el rey. Es entonces cuando aparece de nuevo el intruso: una marcha popular, mayoritari­amente de mujeres, irrumpe en Versalles desde París, el 6 de octubre. Las cabezas seccionada­s de algunos guardias que han disparado adornan las picas que llevan cuando el tumulto entra en los propios apartament­os reales y obliga al rey y a su familia a abandonar las conspiraci­ones de Versalles para establecer­se en París bajo el control popular. Esa segunda jornada vuelve a barrer todos los equilibrio­s. A partir de entonces los diputados se agruparán en dos bloques en las sesiones: los que aceptan el curso de los acontecimi­entos se sientan a la izquierda del presidente, los que quieren contener o frenar el proceso lo hacen a la derecha. Se inaugura toda una geografía política, aún hoy presente.

Es el encadenami­ento de estos seis hitos cosidos por el siempre inesperado intruso popular, de los que la declaració­n forma parte, los que dan nombre de Revolución al año 1789. Con avances y retrocesos (Napoleón, la restauraci­ón, los 100 días, las revolucion­es de 1830, 1848 y 1870), pasarán 80 años hasta alcanzar un orden republican­o estable. Y aun así, siempre con la incertidum­bre de los puntos suspensivo­s...

La declaració­n del 26 de agosto buscó impedir retrocesos y conjurar explosione­s El pueblo intervino en octubre entre evidencias de conspiraci­ones

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DEA / G. NIMATALLAH / GETTY El Juramento del Jeu de Pomme, de David, recoge el momento en que el Tercer Estado decide constituir­se en Asamblea Nacional, que aprobará la Declaració­n de Derechos

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